El cambio climático se ha convertido en uno de los desafíos más cruciales y urgentes de nuestra era. Mientras que los impactos de esta crisis ya se hacen notar, las generaciones más jóvenes y las que están por venir enfrentarán consecuencias mucho más severas y prolongadas si no se adoptan medidas efectivas desde hoy. Recientes estudios científicos han arrojado luz sobre cuánto más intensos y frecuentes serán los eventos extremos climáticos que acompañarán la vida de los niños que nacen en la actualidad, diferencias que sus padres y abuelos apenas llegaron a experimentar. Frente a esta realidad, es imperativo pedir a los adultos, responsables de la toma de decisiones políticas y económicas, que actúen con la madurez y seriedad que la situación demanda. La juventud ha sido una voz potente y clara en la denuncia de la crisis climática.
Desde la icónica intervención de Greta Thunberg en la Cumbre de Acción Climática de la ONU en 2019, han sido innumerables los jóvenes que han alzado la voz para señalar la urgencia del problema y la falta de compromiso suficiente de los líderes mundiales. Esta generación, nacida en un mundo ya impactado por el calentamiento global, está llamada a sufrir en profundidad la aceleración de fenómenos como olas de calor extremas, sequías, inundaciones, incendios forestales y tormentas tropicales. La evidencia científica respalda estos temores y llama a la acción inmediata. Un estudio publicado en Nature en 2025 por Luke Grant y su equipo ha ilustrado con datos la magnitud del problema. Utilizando modelos climáticos avanzados, los investigadores calcularon la cantidad de eventos extremos a los que estarán expuestas las personas nacidas en la década actual, comparándolas con cohortes anteriores.
Por ejemplo, alguien nacido en 1960 en Bruselas tendría una expectativa de vivir tres olas de calor a lo largo de su vida. En cambio, una persona nacida en 2020 en la misma ciudad puede esperar enfrentar 11 eventos similares si el planeta logra mantener el aumento de temperatura en 1.5°C para finales de siglo, 18 en escenarios de 2.5°C y hasta 26 en casos de 3.5°C de calentamiento.
Estas cifras alarmantes representan una llamada de atención clara. Más del 90% de los 111 millones de niños nacidos en 2020 sufrirán una vida marcada por estas condiciones climáticas sin precedentes si no se controla el aumento térmico, lo que confirma un riesgo global y generalizado y no limitado a regiones específicas. La situación es aún más grave en los países tropicales, donde el impacto de estos eventos será más severo y las infraestructuras de resiliencia menos desarrolladas, exponiendo a las comunidades más vulnerables a sufrir los peores resultados. El fenómeno es transversal, involucrando múltiples manifestaciones del calentamiento como sequías prolongadas que afectan la agricultura y la seguridad alimentaria, intensas lluvias que generan inundaciones devastadoras y incendios de gran escala que destruyen ecosistemas esenciales. Esta experiencia de contrastes climáticos y desastres recurrentes no es solo un futuro lejano, sino que está en progreso actualmente, evidenciado por ejemplos concretos como las inundaciones recientes en Guwahati, India.
La investigación no solo sirve para diagnosticar un problema, sino también para demandar responsabilidad y acción. Al colaborar con la organización Save the Children, los científicos han hecho un llamado a los países miembros de las Naciones Unidas para que aceleraran sus compromisos y asignaran recursos substanciales para la lucha contra el cambio climático, incluyendo una inversión anual de al menos 300 mil millones de dólares destinada a financiamiento climático. Sin embargo, la brecha entre la urgencia del mensaje y las medidas implementadas hasta ahora sigue siendo preocupante. Los adultos de hoy, y especialmente los líderes y quienes tienen poder de decisión a nivel global, están en la obligación ética y práctica de precautelar el bienestar de quienes heredarán la Tierra en las próximas décadas. La generación nacida en este siglo tendrá que enfrentar consecuencias que podrían limitar profundamente sus oportunidades de vida, salud y prosperidad si no se logra mantener el calentamiento global bajo control.
Se trata de un imperativo moral que sobrepasa intereses políticos y económicos a corto plazo y exige un compromiso serio y sostenido. Los jóvenes lo han expresado con palabras directas y conmovedoras, evidenciando la expectativa de que los adultos actúen con la madurez requerida. Vesa, una niña de 14 años de Albania, resume esta demanda con claridad: si los adultos hoy son los responsables, deben reconocer que están ante una emergencia que requiere decisiones y acciones firmes y efectivas, no más discursos vacíos ni promesas incumplidas. El reto para la humanidad es gigantesco y demanda un cambio de paradigma. Esto incluye acelerar la transición hacia energías renovables, implementar políticas climáticas ambiciosas, fomentar prácticas sostenibles en todos los sectores, y sobretodo, tomar en cuenta la justicia climática que proteja primero a los más vulnerables y afectados por el clima.
La lucha contra el cambio climático también es un desafío de gobernanza y cooperación internacional. Dado que el calentamiento global no respeta fronteras, ningún país puede solucionar este problema de manera aislada. La colaboración entre naciones para cumplir con los acuerdos internacionales, como el Acuerdo de París, y para movilizar recursos, compartir tecnología y apoyar a los países en desarrollo, es esencial para avanzar con eficacia. En última instancia, debe entenderse que el cambio climático es también una cuestión de derechos humanos y equidad intergeneracional. La generación adulta actual tiene la obligación de garantizar que las generaciones futuras no hereden un planeta inhabitable o condenado a sufrimientos evitables.
Esto requiere dejar atrás intereses egoístas y adoptar una visión de largo plazo, con coraje y responsabilidad. Es fundamental que la sociedad en su conjunto tome conciencia y participe en este proceso, desde la educación ambiental hasta la presión pública para exigir compromisos reales y resultados tangibles de los gobiernos y corporaciones. La transformación necesaria incluye a cada persona, obligada a cumplir con prácticas más responsables, respetuosas con el entorno y conscientes del impacto de sus acciones. Por lo tanto, el llamado es claro: es tiempo de que los adultos actúen como tales frente al cambio climático. No hay más espacio para la indiferencia, la pasividad ni el retraso.
La ciencia es contundente, la situación es urgente y el futuro está en juego. El planeta, con todas sus riquezas naturales y humanos, merece que se tomen decisiones a la altura del desafío. El momento de actuar es ahora y la responsabilidad es compartida, pero ineludiblemente de quienes hoy tienen el poder de decidir y transformar.