En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha avanzado a pasos agigantados, revolucionando múltiples sectores y poniendo a prueba muchas de las formas tradicionales de trabajo, especialmente en el ámbito de la programación. La pregunta que cada vez más se hace la comunidad tecnológica es si se sigue escribiendo código de la manera convencional o si la IA ha comenzado a asumir la mayor parte de esta tarea. La respuesta no es sencilla, pues la realidad está marcada por un escenario donde la colaboración entre humanos y máquinas dicta el paso y donde la productividad se traduce en nuevas métricas y paradigmas. La noción tradicional de un programador que escribe manualmente cada línea de código comienza a desdibujarse. Las herramientas basadas en IA, como los asistente de código automatizados, los generadores de código y los sistemas inteligentes que pueden depurar o sugerir mejoras, han cambiado el papel del desarrollador.
Ahora, en muchos casos, la función del programador se acerca más a la de un supervisor o editor que a la de un redactor completo de código. Según diversas encuestas y debates online en plataformas como Hacker News, el nivel de participación humana en la escritura de código varía ampliamente. Algunos desarrolladores afirman escribir el 100% del código, mientras otros admiten que apenas escriben una fracción, confiando en que la IA produzca la mayor parte del trabajo. La productividad también es un factor clave; quienes usan IA reportan mejoras significativas en la velocidad y calidad de sus entregables, aún reconociendo que el código generado por las máquinas puede necesitar revisión y ajustes considerables. La colaboración entre programadores y herramientas inteligentes no solo agiliza los procesos, sino que también democratiza el acceso a la programación.
Personas con menos experiencia pueden apoyarse en estas soluciones para crear aplicaciones y proyectos que antes requerían un conocimiento profundo. Sin embargo, esto también pone sobre la mesa el debate ético y profesional acerca de la dependencia tecnológica y la pérdida de habilidad técnica tradicional. El contexto actual muestra que la IA aún no reemplaza completamente al desarrollador humano. Los sistemas automáticos, por muy avanzados que sean, carecen de la comprensión profunda del contexto, las necesidades del negocio y la creatividad necesaria para diseñar soluciones innovadoras. Por ello, el programador sigue siendo indispensable para definir las estructuras, guiar los procesos y validar que el código cumpla requisitos específicos.
En cuanto al impacto en la productividad, muchos desarrolladores reconocen que el uso de IA puede multiplicar su eficacia. Algunos señalan incrementos de tres a diez veces, aunque esto conlleva también la necesidad de validar con rigor el código generado para evitar errores y vulnerabilidades. El debate continúa sobre el equilibrio ideal entre la cantidad de código escrito manualmente y el generado automáticamente para lograr una eficiencia máxima sin perder calidad. Las críticas a las encuestas que miden este fenómeno indican que resulta difícil captar la complejidad de esta interacción solo con preguntas que mezclan la cantidad de código escrito y los niveles de productividad, ya que estas variables no siempre están correlacionadas directamente. Además, hay quienes argumentan que la dependencia excesiva de la IA puede llevar a confiar demasiado en soluciones que podrían no ser óptimas o seguras.
Sin embargo, la tendencia es clara: la programación tal y como se conocía está experimentando una transformación profunda. Las herramientas inteligentes no solo escriben código, sino que también ayudan a identificar fallos, optimizar procesos y acelerar la entrega de productos digitales. Eso redefine el rol del programador y la forma de medir su desempeño. Además, esta evolución invita a repensar la educación en programación, donde el foco debe orientarse más hacia la comprensión estratégica, la gestión de proyectos y la colaboración con la IA, en lugar de la mera memorización de sintaxis y métodos tradicionales. Esta perspectiva prepara a los futuros desarrolladores para un ámbito laboral donde el entendimiento y la supervisión del código serán tan importantes como la capacidad de escribirlo.
En resumen, preguntarse si aún se escribe código es un reflejo de una realidad cambiante. La inteligencia artificial no ha suplantado a los programadores, pero sí ha modificado radicalmente su labor. La sinergia entre humanos y máquinas está creando un nuevo paradigma donde la productividad y la creatividad son potenciadas, ofreciendo un futuro prometedor para quienes sepan adaptarse a esta revolución tecnológica. La coexistencia de ambos mundos —el humano y el artificial— será clave para el éxito en el desarrollo de software. Reconocer las limitaciones y fortalezas de cada uno y aprender a integrarlos será el camino a seguir para quienes desean mantenerse relevantes en una industria en constante evolución.
Así, escribir código hoy no es solo cuestión de teclear líneas de instrucciones, sino de colaborar eficientemente con la inteligencia artificial para sacar el máximo provecho de sus capacidades.