La inteligencia artificial (IA) se encuentra en una etapa de avance acelerado que promete transformar profundamente la economía global. Sin embargo, junto con su potencial para crear abundancia, esta tecnología también trae consigo riesgos considerables en cuanto a la concentración de riqueza y poder. El desafío no es solo entender cómo la IA cambiará el trabajo y los mercados, sino también cómo garantizar que sus beneficios se distribuyan de manera justa para fomentar una economía inclusiva y sostenible. Una de las preocupaciones principales que surge con la adopción masiva de la IA es la creciente desigualdad económica. A medida que la IA automatiza tareas y procesos, muchas personas pueden enfrentarse a la pérdida progresiva de empleo o a la depreciación del valor de su trabajo.
Este fenómeno podría incrementar la brecha entre una élite tecnócrata que controla la infraestructura y los capitales de la IA, y una gran mayoría que no tendría acceso ni a la propiedad ni a las habilidades necesarias para beneficiarse de esta revolución tecnológica. Históricamente, cuando la riqueza se concentra excesivamente, la clase dominante consigue moldear las reglas económicas y políticas en su favor, limitando el acceso de los demás a oportunidades y profundizando la exclusión social. Ejemplos como los Medici durante el Renacimiento, los barones ladrones de la era industrial y grandes corporaciones actuales ilustran cómo el poder económico puede traducirse en influencia política que frena la equidad. Frente a estos riesgos, un enfoque común ha sido proponer mecanismos de redistribución, como la renta básica universal (RBU) o cláusulas de reparto de ganancias extraordinarias llamadas “Windfall Clause”. Estas ideas sugieren dar pagos incondicionales a toda la población financiados por un impuesto sobre los beneficios excepcionales obtenidos por las empresas que lideran la economía basada en IA, para paliar el impacto del desempleo y la pérdida de ingresos laborales.
No obstante, confiar únicamente en la redistribución de la riqueza después de que se haya acumulado y concentrado puede ser insuficiente. A menudo, cuando los niveles de desigualdad son muy altos, los poderosos logran evadir impuestos o influir en las políticas para proteger sus intereses, dejando a las mayorías con poco poder para exigir compensaciones justas. En este sentido, la redistribución es vista como una solución reactiva que tiende a abordar solo los síntomas visibles pero no las causas estructurales de la desigualdad. Por ello, surge cada vez con más fuerza la idea de la predistribución. A diferencia de la redistribución, que se ocupa de repartir el producto ya generado, la predistribución busca prevenir la desigualdad mediante la distribución anticipada y igualitaria de los recursos productivos, el capital y las capacidades humanas necesarias para generar riqueza.
Este enfoque implica brindar acceso amplio y equitativo a la infraestructura digital fundamental, así como a las herramientas y habilidades vinculadas a la IA. El objetivo es crear una base sólida donde cualquier persona, sin importar su lugar de origen o condición social, pueda participar activamente en la economía automatizada y no solo consumir los beneficios como un receptor pasivo. Un ejemplo histórico del poder de la predistribución es la Ley de Ajuste para los Servicios Militares de 1944, conocida como el GI Bill en Estados Unidos. Esta legislación no solo compensó a los veteranos por su servicio, sino que les aseguró acceso a educación, vivienda y préstamos para negocios, contribuyendo a la formación de una clase media robusta y estable. En contraste con medidas de bienestar social limitadas, este tipo de política generó capital y empoderamiento personal, promoviendo la independencia económica y la movilidad social.
La predistribución puede incluir desde programas educativos orientados a la alfabetización digital y el uso efectivo de la IA, hasta la implementación de infraestructura pública como acceso universal a internet de alta velocidad, electricidad confiable y dispositivos asequibles. También sería posible considerar modelos donde la capacidad de cómputo, fundamental para las aplicaciones de IA, se trate como un recurso público con asignaciones básicas garantizadas a individuos y organizaciones, favoreciendo la democratización de esta tecnología. En términos de capital, la creación de fondos soberanos de inversión en IA o instrumentos financieros vinculados a la redistribución de participaciones en empresas tecnológicas, pueden convertir el progreso tecnológico en un beneficio compartido. Esto implica que las personas puedan tener una propiedad real y rendimientos en la economía impulsada por IA, más allá de recibir subsidios o ingresos universales. Además, apoyar modelos de propiedad cooperativa o planes de participación accionaria para trabajadores puede asegurar que quienes estén impactados por la automatización mantengan un interés directo en el éxito de las empresas, incluso si sus funciones cambian o se reducen.
Ejemplos como la corporación Mondragón en España demuestran que es posible combinar tecnología avanzada con justicia salarial y participación democrática en el lugar de trabajo. La magnitud y velocidad de los avances en IA hacen urgente la adopción de políticas predistributivas. La IA no solo afectará sectores económicos aislados sino que tiene potencial para amplificar capacidades cognitivas a gran escala e impactar transversalmente en empleos y actividades económicas. Por eso, si la preparación y distribución de recursos se dejan para etapas posteriores, es muy probable que la brecha y la exclusión se profundicen rápidamente. De hecho, si solo una minoría controla los recursos tecnológicos y las habilidades para aprovechar la IA, se corre el riesgo de un fenómeno que algunos denominan “nuevo feudalismo global”, donde países y comunidades enteras quedan fuera del ciclo productivo y dependen exclusivamente de políticas asistencialistas insuficientes.
En este contexto, garantizar participación económica y política se vuelve inseparable. Cuando los estados dependen de los impuestos vinculados a la actividad económica de sus ciudadanos, existe cierta responsabilidad y representación democrática. Pero si la generación de riqueza proviene casi exclusivamente de máquinas propiedad de pocos, la ciudadanía puede transformarse en simple receptor de subsidios sin capacidad de influencia, debilitando la democracia y la justicia social. Así, la inclusión en la riqueza de la IA supone también incluir a la sociedad en las decisiones sobre cómo se desarrollan y aplican estas tecnologías. Más allá de los beneficios económicos, se trata de definir colectivamente el rumbo tecnológico, sus aplicaciones y valores asociados.
Para avanzar en esta dirección, sería necesario fomentar la colaboración internacional en proyectos de infraestructura y regulación, especialmente para que los países menos desarrollados tengan acceso competitivo a la infraestructura computacional y a la capacitación necesaria. También se pueden promover esquemas tarifarios diferenciados que adapten el costo de uso de la IA a la capacidad económica de cada región, facilitando un desarrollo más equilibrado y global. Finalmente, el ejemplo de Noruega, que convirtió la explotación de sus recursos petrolíferos en una riqueza soberana con alta tasa de redistribución y baja desigualdad, sirve como referencia valiosa. La anticipación y regulación inteligente pueden transformar potenciales fuentes de desigualdad en oportunidades para toda la población. En conclusión, la cuestión de cómo compartir la riqueza generada por la inteligencia artificial representa uno de los retos más complejos y trascendentales de nuestra era.
Adoptar un enfoque que combine predistribución con mecanismos de participación económica y política puede asegurar que la IA sea una herramienta para el progreso común y no solo un generador de exclusión y concentración. La ventana para actuar es estrecha y requiere una visión proactiva que integre justicia social, innovación sostenible y compromiso global con la equidad. Solo así será posible construir un futuro donde la inteligencia artificial sea verdaderamente un motor de bienestar para todos.