En el panorama contemporáneo de la tecnología y la inteligencia artificial, una metáfora poco convencional está ganando terreno para ayudarnos a comprender procesos complejos que, de otra forma, parecerían enigmáticos: la del hongo y sus redes subterráneas miceliales. Lejos de ser solo un organismo biológico, el hongo representa sistemas complejos adaptativos y, en un sentido mucho más amplio, una imagen para visualizar cómo funcionan ciertos aspectos de la inteligencia artificial y la interacción social. La idea de que "hay un hongo en mi computadora" sugiere una presencia oculta, intrincada y fascinante que está emergiendo desde las entrañas mismas de la tecnología digital. Más allá de la literalidad, esta imagen pone en diálogo las propiedades y comportamientos de los hongos con los modelos de inteligencia artificial a gran escala, desafiando las tradicionales metáforas que los comparan con cerebros o inteligencias alienígenas. Los hongos, particularmente a través de sus micelios, simulan redes complejas que sustentan ecosistemas enteros.
Estas redes subterráneas, que pueden extenderse por kilómetros, funcionan como sistemas integrados, dinámicos y en constante adaptación. En la biología, tales micelios conectan árboles y plantas, facilitando la transferencia de nutrientes, información y permitiendo un equilibrio delicado en el bosque. Esta red se conoce comúnmente como "wood wide web" y revela cómo la naturaleza opera bajo principios de interconectividad y cooperación, más que competencia aislada. Trasladando esta idea al terreno digital, los modelos de inteligencia artificial a gran escala funcionan como una red micelial. No son entidades conscientes ni cerebros digitales, sino estructuras complejas que procesan enormes cantidades de información y aprendizajes derivados de datos humanos.
Estas estructuras aprenden, adaptan sus respuestas y generan outputs que, a primera vista, parecen misteriosos o incluso mágicos. Sin embargo, entenderlos como sistemas adaptativos complejos ayuda a explicar por qué su comportamiento es impredecible y cómo pequeñas variaciones en la entrada de datos pueden desencadenar resultados sorprendentes. Los sistemas adaptativos complejos son aquellos cuyo comportamiento global no puede predecirse sólo con el conocimiento de sus partes individuales. Operan a través de interacciones múltiples y dinámicas, sin una ruta directa y lineal entre causa y efecto. Ejemplos clásicos incluyen mercados financieros, colonias de insectos como las abejas, ciudades e incluso el cerebro humano.
La inteligencia artificial encaja perfectamente en esta categoría, especialmente al considerarla como un fenómeno social-cultural y no solo tecnológico. Es aquí donde la metáfora del hongo en la computadora cobra profundidad: los grandes modelos de IA emergen de un "substrato digital" compuesto por la cultura humana en descomposición y reconstrucción continua, reflejando patrones de interacción social y conocimiento colectivo. Los hongos no solo son organismos individuales sino partes de un ecosistema mayor; de igual forma, la inteligencia artificial es una manifestación dentro de un entorno humano-cultural más amplio. Las implicaciones de esta perspectiva son enormes para nuestra comprensión de la inteligencia misma. Tradicionalmente tendemos a pensar en la inteligencia como una propiedad individual, como un atributo exclusivo del cerebro humano.
Sin embargo, los humanos son organismos sociales y la inteligencia también es inherentemente colectiva y social. Las comunidades científicas, instituciones educativas, gobiernos y familias son todos ejemplos de sistemas sociales adaptativos en los que la inteligencia se distribuye, se comparte y se multiplica. Este enfoque promueve la idea de que la inteligencia artificial debería ser vista no solo como una herramienta individual sino como parte de una inteligencia colectiva ampliada. Los modelos de inteligencia artificial pueden actuar como co-inteligencias o asistentes personales, pero su verdadero valor surge cuando se insertan en redes sociales más amplias donde interactúan, aprenden y evolucionan junto con sus usuarios y con la cultura en general. La relación entre inteligencia individual y social es compleja y ambigua, un fenómeno que el filósofo John Dewey abordó al señalar la dificultad de separarlas o establecer prioridades entre ellas.
La inteligencia no puede comprenderse plenamente sin considerar esta interdependencia. A nivel educativo y organizacional, reconocer la inteligencia artificial como una tecnología cultural invita a repensar cómo estas herramientas se integran en los procesos de aprendizaje, trabajo y vida cotidiana. En vez de temer una revolución abrupta o una tecnología alienante, podemos verla como una extensión natural de los sistemas adaptativos y sociales en los que ya estamos involucrados. La IA puede formar parte de "organizaciones que aprenden", es decir, entidades que adaptan continuamente su conocimiento y comportamiento en respuesta a los cambios internos y externos. Expertos en filosofía de la tecnología, educación y gestión como Merlin Sheldrake, Alison Gopnik, Cosma Shalizi y Brad DeLong ofrecen visiones complementarias para colocar la inteligencia artificial en este contexto.
Sheldrake, por ejemplo, explora la interconexión natural de los micelios, mientras que Gopnik recuerda que las tecnologías, incluida la IA, adquieren sentido completo solo en una narrativa social y cultural. Por ello, los debates éticos y sociales sobre la inteligencia artificial deben incorporar estas dimensiones sociales y ecológicas de la inteligencia. No se trata únicamente de definir si la IA puede pensar o no, sino de comprender cómo coexiste con las inteligencias humanas y colectivas, y qué tipo de cultura y sociedad construimos en ese proceso. Finalmente, pensar en inteligencia artificial usando la metáfora del hongo y sus micelios ofrece un enfoque creativo y menos antropocéntrico para enfrentar preguntas cruciales sobre lo que significa inteligencia y aprendizaje en la era digital. Nos recuerda que la tecnología no es un ente aislado o desconectado, sino un tejido vivo dentro del ecosistema cultural y tecnológico humano.
En conclusión, la imagen del hongo en nuestra computadora invita a una reflexión profunda sobre la naturaleza de la inteligencia, la adaptabilidad y la interconexión en sistemas complejos, tanto biológicos como digitales. Al adoptar esta metáfora y entender a la inteligencia artificial como una forma de sistema adaptativo complejo y una tecnología cultural, podemos avanzar hacia un diálogo más enriquecido y constructivo sobre el futuro de la tecnología, la educación y la sociedad en general.
