En los últimos años, la relación comercial entre China y Estados Unidos ha estado marcada por tensiones significativas, especialmente durante la administración de Donald Trump. La imposición de aranceles elevados sobre miles de productos provenientes de China buscaba proteger la industria nacional estadounidense y reducir el déficit comercial. Sin embargo, esta medida ha generado toda una cadena de estrategias para eludir dichas barreras, entre las que destaca una práctica conocida como el 'lavado' de productos en terceros países. El concepto de 'lavado' o 'transbordo' se refiere a la reexportación de productos fabricados en China que, antes de llegar a Estados Unidos, pasan por otro país, generalmente del sudeste asiático o alguna nación con acuerdos arancelarios más favorables. En estas ubicaciones intermedias, los productos son sometidos a procesos mínimos o incluso nulos, suficientes para que adopten una nueva etiquetación o certificación de origen que los haga parecer manufacturados localmente o al menos originarios de ese tercer país.
Este mecanismo permite que los exportadores chinos eviten los aranceles punitivos impuestos por Estados Unidos, ya que la aduana estadounidense cobra impuestos menos restrictivos o directamente no impone aranceles sobre productos provenientes de ciertas regiones según sus acuerdos comerciales. Además, esta práctica afecta directamente a las estadísticas comerciales, haciendo que el comercio entre China y EEUU parezca menor del real, mientras que las cifras de terceros países aumentan sin un crecimiento productivo auténtico. Para entender mejor este fenómeno es importante analizar los motivos detrás de los aranceles estadounidenses. Durante la administración Trump, la política económica tuvo un claro enfoque proteccionista. Los aranceles buscaban obligar a China a negociar términos más favorables para Estados Unidos y frenar prácticas consideradas desleales como el robo de propiedad intelectual y las subvenciones gubernamentales a empresas estatales chinas.
Sin embargo, estas medidas también generaron costos adicionales para consumidores y empresas estadounidenses, reflejados en aumentos de precios y cadenas de suministro más complicadas. Dado este contexto, empresas exportadoras chinas adoptaron el lavado de productos como una alternativa para seguir competitivas en el mercado estadounidense. Muchos fabricantes trasladan algunas etapas de su producción o ensamblaje a países vecinos como Vietnam, Malasia o Tailandia. En estos países, las regulaciones para determinar el origen de los productos son menos estrictas o permiten combinaciones que modifican el origen declarado. Un ejemplo típico es la importación de componentes fabricados en China que se ensamblan en Vietnam y luego se exportan a Estados Unidos como productos vietnamitas.
Mientras el valor añadido en la etapa de ensamblaje puede ser mínimo, este proceso es suficiente para calificar bajo normas de origen que evitan los aranceles. Esta estrategia es válida no solo para equipos electrónicos y textiles, sino también para maquinaria y otros bienes de consumo masivo. El impacto económico de esta dinámica es complejo. Por un lado, puede sostener sectores industriales en China que de otra manera enfrentarían una caída drástica en sus exportaciones hacia EEUU. Pero simultáneamente, estas prácticas erosionan la efectividad de las políticas arancelarias y provocan tensiones diplomáticas no solo con Estados Unidos, sino también con los países terceros involucrados, que pueden convertirse en sujetos de escrutinio por parte de los organismos internacionales.
Asimismo, esta situación pone en relieve las limitaciones de las medidas proteccionistas unilaterales en un mundo globalizado donde las cadenas de suministro son interdependientes y la producción está altamente fragmentada. La economía mundial actual dificulta la aplicación estricta de tarifas pues muchas mercancías, aunque producidas en China, circulan por múltiples países antes de llegar a destino, complicando la trazabilidad y el monitoreo efectivo. La respuesta estadounidense ha incluido desde mayor vigilancia en aduanas hasta negociaciones multilaterales y la colaboración con terceros países para evitar el lavado de productos. Sin embargo, cerrar todos los huecos legales resulta complicado y costoso. En definitiva, el lavado de productos en terceros países representa una respuesta adaptativa y creativa de los exportadores chinos frente a las restricciones comerciales impuestas durante la era Trump.
Esta práctica, aunque polémica, es indicativa de la complejidad del comercio internacional moderno y plantea importantes desafíos para la regulación y supervisión aduanera global. Para los mercados latinoamericanos y otras economías en desarrollo, este fenómeno también tiene implicaciones. Por una parte, la demanda de productos manufacturados puede verse influida positivamente, pero por otra, la competencia desleal y la manipulación de origen pueden afectar a productores locales que buscan insertarse en cadenas de valor internacionales bajo reglas claras. El futuro de las relaciones comerciales entre China y Estados Unidos, junto con la evolución de las políticas arancelarias, determinarán el rumbo de estas prácticas. Mientras tanto, la innovación en métodos de control aduanero, así como la cooperación internacional, serán fundamentales para equilibrar la competitividad y la transparencia en el comercio global.
La comprensión profunda de estos procesos es esencial para actores económicos, reguladores y analistas interesados en el desarrollo sustentable y justo de los intercambios internacionales.