La moda sostenible ha cobrado una gran relevancia en los últimos años, posicionándose como una tendencia fundamental que va más allá del simple aspecto estético para abarcar preocupaciones sobre el impacto ambiental y social de la industria textil. Sin embargo, la discusión sobre sostenibilidad en la moda suele centrarse en características físicas, como la calidad de los materiales, los procesos de producción y la reducción de residuos. Lo que muchas veces queda olvidado, u opacado por estos parámetros tangibles, es la dimensión emocional que rodea nuestras elecciones y la durabilidad de las prendas desde un plano subjetivo. Aquí es donde entra en juego el concepto de durabilidad emocional, un enfoque que permite reconsiderar nuestro vínculo con la ropa y promover un consumo que se mantenga fiel a lo largo del tiempo, no solo en función de la resistencia física de las prendas, sino también por la conexión afectiva que generamos con ellas. La moda rápida o fast fashion ha condicionado un modelo de consumo basado en la novedad constante, el descarte precoz y la insatisfacción reiterada.
La producción masiva de prendas baratas y efímeras alimenta un ciclo donde el consumidor se siente atraído por lo nuevo pero apenas disfruta de lo comprado antes de buscar la siguiente adquisición. Esta dinámica no solo intensifica la huella ambiental debido a la enorme cantidad de residuos textiles, sino que también crea una relación superficial y pasajera con la ropa, donde las prendas son vistas como objetos desechables sin historias ni significado. La durabilidad emocional, en cambio, busca romper con esta inmediatez incentivando que las personas valoren y cuiden sus prendas mucho más allá del mero uso funcional. John Chapman, un teórico del diseño sostenible, es una de las voces principales que han explorado el concepto de durabilidad emocional. Él sostiene que los productos no son solo materia, sino portadores de significado y símbolos de nuestras aspiraciones, identidad y relaciones sociales.
En este sentido, las prendas adquieren valor no solo por su calidad técnica, sino por las emociones, memorias y experiencias que acumulamos usándolas. Por ejemplo, un abrigo heredado de un familiar o un par de zapatos que usaste en un viaje especial contienen historias y conexiones que hacen difícil que simplemente los deseches, incluso si físicamente tienen signos de desgaste. Por eso, una prenda duradera emocionalmente puede acompañarnos durante años, creando un vínculo único y personal. El problema con la durabilidad emocional es que resulta un concepto intangible y difícil de medir, pero su impacto en la sostenibilidad es fundamental. La clave está en cómo diseñadores, marcas y consumidores pueden fomentar vínculos más profundos con las prendas para reducir el desperdicio y promover un consumo que privilegie la calidad afectiva por encima de la cantidad o la obsolescencia promovida.
La obsolescencia planificada y psicológica, explicada desde la crítica cultural por expertos como Vance Packard, ha impulsado a los consumidores a reemplazar productos que todavía son funcionales solo porque están percibidos como pasados de moda o menos deseables. En la moda, esto se manifiesta en la urgencia de cambio constante marcada por las tendencias que dictan qué prendas están “in” y cuáles ya no. La durabilidad emocional invita a cuestionar esa dinámica y buscar elementos en la ropa que trasciendan la moda pasajera, fomentando un estilo personal que se construya sobre prendas seleccionadas con significado y no solo por ser las últimas novedades. Pero ¿cómo lograr que la ropa sea emocionalmente duradera? Para empezar, es importante que las prendas cuenten una historia, ya sea porque representan un momento especial, fueron adquiridas en una experiencia significativa, o evocan una conexión con personas o lugares. Esta narrativa dota al objeto de capas de significado que enriquecen la experiencia de uso y contribuyen a una mayor satisfacción y apego.
Un ejemplo claro son las prendas artesanales o diseñadas con técnicas tradicionales que, además de su calidad, transmiten valores culturales y humanos que el usuario puede apreciar y valorar. Además, cultivar la empatía hacia las prendas y sus creadores ayuda a profundizar ese vínculo. Adoptar lo que el filósofo alemán Robert Vischer definió como Einfühlung o “sentir dentro”, implica proyectarse emocionalmente hacia el objeto, conectando con la intención, el tiempo y el esfuerzo invertidos en su fabricación. Esta interacción fomenta un cuidado más consciente y una valoración que va más allá del material. Incorporar este tipo de empatía puede también llevarnos a preferir prendas con trazabilidad clara, permitiendo reconocer y respetar la historia detrás de cada pieza.
Otro factor decisivo para la durabilidad emocional es la elección de prendas que envejezcan bien y desarrollen una patina auténtica con el uso. Algunas prendas, como el denim crudo, las chaquetas de cuero o ciertos tejidos naturales, mejoran su apariencia con el paso del tiempo y las marcas de uso, lo que puede hacer que el usuario las encuentre más valiosas y satisfactorias mientras más las usa. Esta evolución proporciona una experiencia de uso dinámica y afectiva, haciendo que la prenda forme parte de la identidad personal y, por lo tanto, preferida por sobre artículos nuevos o inmediatos. De igual manera, construir el apego a las prendas mediante rituales como el cuidado, mantenimiento y reparación es una forma tangible de fortalecer la relación emocional con la ropa. Acciones como limpiar, remendar, o incluso personalizar, ayudan a crear un diálogo constante entre el usuario y el objeto, transformando la experiencia de consumo en algo activo y lleno de significado en lugar de una simple transacción comercial.
Es interesante notar que piezas que requieren cierto nivel de mantenimiento o dedicación, como los zapatos de cuero que deben ser pulidos o las fibras naturales que deben cuidarse con especial atención, permiten al usuario involucrarse en esta relación de forma íntima y prolongada. Al mismo tiempo, es fundamental establecer expectativas realistas sobre lo que la moda puede aportar a nuestra vida. La idea de prendas que deben ser perfectas o eternas puede generar frustración y desapego si no se reconoce que el cariño hacia un objeto puede también fluctuar y que está bien perder interés en una prenda con el tiempo. Admitir que el amor hacia una pieza puede ser pasajero ayuda a equilibrar la experiencia emocional, evitando la frustración y fomentando un consumo más consciente y menos impulsivo. Cultivar un estilo personal basado en la durabilidad emocional va en contra de la tiranía de las tendencias, apoyando la idea de que invertir en uno mismo y en piezas que reflejen auténticamente quiénes somos es el camino hacia un armario valioso y sostenible.
Tal como lo describe Rachael Tashjian, no se trata de coleccionar ropa, sino de construir un guardarropa que nos aporte alegría constante, donde cada prenda nos haga sentir seguros y contentos múltiples veces, no solo la primera vez que la usamos. En esta perspectiva, tener un estilo propio implica conocimiento, confianza y satisfacción que no dependen del juicio externo o de la novedad. Para la industria de la moda, adoptar la durabilidad emocional como principio de diseño y comunicación puede significar un giro profundo hacia la creación de productos que inviten a un consumo más lento y significativo. Esto incluye considerar no solo la calidad física sino también diseñar para que las prendas tengan alma, historia y capacidad de generar emociones profundas en sus usuarios. La incorporación de relatos, materiales con carácter, técnicas artesanales, y espacios para que el usuario aporte su experiencia son elementos que pueden impulsar este nuevo paradigma.
En conclusión, la durabilidad emocional es una pieza clave para repensar la moda sostenible desde una dimensión más humana y cercana. Más allá de la resistencia de los tejidos o la eficiencia de la producción, la durabilidad emocional nos invita a transformar nuestra relación con la ropa, atendiendo a la manera en que las prendas pueden acompañarnos, emocionarnos y enriquecer nuestra identidad con el tiempo. Este enfoque no solo reduce la presión sobre el medio ambiente, sino que también promueve una experiencia de consumo que aporta bienestar, significado y satisfacción genuina, haciendo que cada prenda realmente valga la pena ser usada, amada y cuidada mucho tiempo después de su compra.