En el vertiginoso mundo actual de la tecnología, donde se lanzan más productos y soluciones que nunca, comprender el proceso real de desarrollo se ha vuelto indispensable para cualquier profesional que quiera mantenerse relevante y competitivo. El concepto “Si no estás en la cocina, estás en el menú” cobra relevancia cuando pensamos en la diferencia entre observar el desarrollo como un espectador y realmente ensuciarse las manos construyendo y afrontando los retos que conlleva crear productos que funcionen realmente y sean valiosos para los usuarios. El auge de las plataformas de baja o nula programación, los agentes inteligentes, las APIs flexibles y las aplicaciones impulsadas por inteligencia artificial ha democratizado la capacidad de construir. Sin embargo, esta facilidad aparente puede generar una falsa sensación de entendimiento y dominio, que sólo se disipa cuando se emprende un proyecto significativo que enfrenta las complejidades del mundo real. Construir algo que importe va más allá de copiar y pegar líneas de código o deslumbrarse con demostraciones superficiales.
Un juego simple o una app rápida puede ser divertido para experimentar, pero rara vez revelan las verdaderas dificultades ni las decisiones cruciales que surgen cuando un producto debe sostenerse, escalar y ser usado por personas que dependen de él. Ahí es donde el dolor aparece, y con él, las preguntas fundamentales que dirigen al desarrollo efectivo y al diseño centrado en el usuario. Participar activamente en el proceso de construcción de un producto tecnológico implica enfrentarse a diferentes tipos de fricción. No solo se trata de bugs o errores, sino también de limitaciones en la fluidez de las herramientas, la integración con sistemas complejos, el diseño de bases de datos adecuadas o la elección correcta de infraestructuras que aseguren la funcionalidad a largo plazo. Estas dificultades no solo moldean el producto final, sino que también aportan una comprensión profunda que no se obtiene de otra forma.
Desde la experiencia personal de muchos líderes en tecnología que han llevado pequeños proyectos a la realidad, el aprendizaje emergente revela que hacer “un poco más” de lo estrictamente necesario para llevar adelante un prototipo permite descubrir fallas ocultas, decisiones arquitectónicas claves y limitaciones reales de la plataforma. Este compromiso genera empatía con los usuarios y una visión más clara para mejorar las herramientas que desarrollan otros profesionales, especialmente cuando el objetivo es diseñar mejores experiencias para desarrolladores. Las herramientas de inteligencia artificial, por ejemplo, han revolucionado la manera en que se codifica y se crea software, pero también generan nuevas capas de complejidad. Evaluar su utilidad requiere, no solo entender su capacidad para generar código, sino también integrar soluciones, validar funcionalidades, testear datos y corregir errores inesperados en un flujo de trabajo real y cotidiano. Además, participar en el desarrollo permite conocer las restricciones, las prioridades y las decisiones estratégicas que forman parte del ciclo de vida de un producto tecnológico.
Entender que no todo es perfecto ni funciona sin esfuerzo es vital para hacer que las partes involucradas colaboren y se enfoquen en solucionar problemas reales, no solo en crear funcionalidades atractivas para vender. Las hackathons y competencias que limitan el uso a herramientas AI-nativas o no-code ilustran claramente lo difícil que es construir algo funcional y escalable bajo restricciones específicas. Estos ejercicios ponen a prueba el ingenio, la creatividad, la capacidad de adaptación y el manejo de frustraciones comunes, elementos clave en el desarrollo tecnológico moderno. Por otro lado, la frase también plantea una invitación a estar activos, a involucrarse en el centro mismo de la acción. No es suficiente con observar o consumir los resultados finales.
Quienes lideran equipos, diseñan estrategias o invierten en tecnología deben estar presentes en la cocina, experimentando cada paso junto con sus equipos para anticipar problemas, comprender oportunidades y guiar con conocimiento basado en la experiencia real. Cuando una empresa o persona se mantiene al margen, solo escudriñando el mercado sin participar en la creación y resolución de desafíos, corre el riesgo de perder relevancia. En un entorno tan dinámico, la desconexión con el proceso creativo y de implementación puede dejar fuera de carrera a quienes no entienden profundamente las necesidades, aquello que duele y limita, y las posibilidades reales de mejora. En conclusión, la invitación a meterse en la cocina no es solo una metáfora para motivar a la acción, sino una verdadera estrategia de supervivencia y excelencia en la industria tecnológica. Implica aceptar el reto de construir con las mismas herramientas, superar la frustración, enfrentarse a los fallos y entender la complejidad detrás de cada línea de código y cada diseño.
Solo así se puede innovar con autenticidad y liderar el cambio en un mundo saturado de opciones pero ávido de soluciones funcionales y significativas.