Después de una trayectoria de más de quince años dedicados al angel investing, decidí dar un paso atrás en 2024 y pausé esta actividad que había definido gran parte de mi vida profesional. Durante ese tiempo, participé financiando 54 empresas emergentes, con la esperanza de no solo obtener retornos económicos, sino también de apoyar a emprendedores innovadores y aprender en el proceso. Sin embargo, tras un análisis honesto y el tiempo suficiente para reflexionar, comprendí que el modelo tradicional de inversión ángel ya no se alineaba con mis objetivos personales ni profesionales. El angel investing suele recomendar diversificar para minimizar riesgos, lo que implica tener un portafolio notablemente amplio. Aunque esta estrategia puede parecer lógica, viví en carne propia la dificultad de mantener una relación productiva y profunda con tantos fundadores a la vez.
Mi experiencia me mostró que al repartir mi atención entre 50 empresas aproximadamente, las interacciones se volvían superficiales y cada pequeño pedido o consulta de las startups se acumulaba hasta exigir una dedicación que podría considerarse una jornada laboral completa sin recibir una remuneración directa. Este fenómeno ocasionó un desgaste emocional y profesional considerable. Lo que comenzó como unas pocas horas al mes para asesorar y apoyar a los emprendedores, terminó convirtiéndose en una carga que afectaba mi capacidad para realmente influir en sus trayectorias o comprender sus retos a fondo. Paradójicamente, cuanto más empresas apoyaba, menos capacidad tenía de ayudarlas efectivamente, lo que contradice la razón principal por la que empecé en este ámbito: la satisfacción de trabajar codo a codo con fundadores y contribuir a su crecimiento. Además, hay una percepción común que vincula la inversión ángel con oportunidades educativas únicas, ya que se cree que estar en los cap tables permite estar al día con tendencias e innovaciones.
Sin embargo, descubrí que la realidad es distinta. La mayoría de la información que recibe un inversionista ángel proviene de reportes trimestrales que muchas veces muestran solo una fachada superficial de lo que ocurre dentro de las startups. Estos datos ocultaban los verdaderos desafíos y decisiones estratégicas que enfrentaban los fundadores. En contraste, participar en roles de asesoría y consejos directivos otorga un acceso mucho más profundo y enriquecedor. Estas posiciones, incluso sin una participación financiera significativa, permiten entender desde dentro los entresijos de la creación y el desarrollo empresarial, proporcionando experiencias de aprendizaje más sólidas y auténticas.
Por ello, comencé a implicarme en estas áreas como forma de conectar mi interés por la innovación con una implicación más directa y significativa. Otro factor clave fue el análisis financiero y de retorno de inversión. La inversión ángel suele estar marcada por un horizonte temporal largo y la exposición a un riesgo considerable. A diferencia de los fondos de capital de riesgo tradicionales que cuentan con estructuras de compensación y tiempos definidos para la salida, los ángeles asumen todo el riesgo sin las garantías de liquidez durante una década o más. En los últimos años, la volatilidad macroeconómica, incluyendo pandemias y fluctuaciones en las tasas de interés, ha añadido obstáculos extra a las nuevas empresas, afectando directamente los resultados de los inversionistas iniciales.
Para ponerlo en perspectiva, he visto empresas en las que mi participación llegó a valer por encima del millón de dólares en papel, pero que terminaron siendo vendidas en condiciones adversas sin retornar ganancias a los primeros inversores. Otros ejemplos incluyen startups que debieron cerrar por no alcanzar rentabilidad o que se vieron forzadas a recapitalizaciones que diluyeron la participación previa, lo que se siente injusto para quienes asumieron el riesgo inicial. Estas realidades económicas, sumadas al desgaste personal, me llevaron a replantear si el angel investing era la mejor forma de canalizar mi tiempo y capital. Reconocí que, al final del día, he obtenido más satisfacción y mejores resultados involucrándome directamente en la creación y gestión de empresas propias, donde puedo influir activamente en las decisiones y resultados. Esta sensación de control y responsabilidad es algo que la inversión pasiva no ofrece.
Actualmente, he decidido reemplazar la dispersión de invertir en muchas empresas por un enfoque más concentrado y de mayor impacto. Formar parte del consejo directivo de Collective Health, una compañía en etapa de crecimiento con quien ya mantenía relación desde hace años, y asumir la presidencia de la junta en Cofertility, reflejan este cambio de paradigma. Estas posiciones me permiten no solo aportar desde la experiencia, sino también construir relaciones más sólidas y genuinas con los fundadores y sus equipos. Por otro lado, sigo persiguiendo mi pasión por el aprendizaje y la educación. Ahora participo como profesor en cursos presenciales y virtuales en instituciones prestigiosas como Columbia Business School y Harvard Medical School.
Además, continúo creando contenido accesible al público a través de podcasts y blogs, donde comparto conocimientos, reflexiones e historias del sector. Enseñar y aprender de forma activa me ha mostrado que la sabiduría se multiplica cuando se comparte abiertamente, lo que supera con creces la información fragmentada que brinda la inversión tradicional. En cuanto a la gestión del capital, he optado por convertir mi participación en la industria más en un rol de Limited Partner (LP) en fondos de capital de riesgo. Esto me permite delegar la tarea operativa de inversión en profesionales experimentados, quienes gestionan el riesgo y búsqueda de retornos dentro de parámetros definidos. Aunque estos últimos tres años están siendo un periodo de aprendizaje para mí en esta modalidad, siento que el enfoque profesionalizado representa una mejor estrategia para equilibrar riesgo, tiempo y retorno.
No cierro la puerta definitivamente a regresar al angel investing, pero cualquier posible retorno será con un planteamiento distinto. La claridad que he ganado al concentrar esfuerzos y adoptar nuevos roles me permite disfrutar de mi carrera con menos dispersión y más profundidad. Muchas veces, ser selectivo y decidir no invertir puede ser la mejor inversión que alguien pueda hacer. La experiencia de estos 15 años ha sido invaluable y enriquecedora, pero también me enseñó la importancia de adaptarse y evolucionar según las propias necesidades y la realidad del mercado. Invertir en startups no es solo cuestión de dinero, sino también de tiempo, compromiso emocional y aprendizaje constante.