Los Países Bajos, reconocidos mundialmente por su calidad de vida, urbanismo eficiente y cultura ciclista, ofrecen un modelo inspirador para muchas naciones que buscan mejorar el bienestar de su población. Recientemente, el economista Paul Krugman compartió sus impresiones tras visitar esta nación europea, destacando aspectos que contrastan con la realidad estadounidense y sugiriendo que un cambio no solo es posible, sino también necesario para superar múltiples desafíos sociales y económicos. La experiencia de Krugman y su acompañante Robin en la ciudad de Leiden, una localidad con encanto cerca de Ámsterdam, ofrece un punto de partida para reflexionar sobre por qué tantas personas en Estados Unidos sienten que la vida es más compleja y menos satisfactoria. Leiden y muchas otras ciudades neerlandesas sobresalen por su accesibilidad peatonal y ciclista, algo que no es sólo cuestión de infraestructura sino también de cultura. La bicicleta no es simplemente un vehículo, sino un modo de vida normalizado para personas de todas las edades que usan este medio para desplazarse diariamente, desde ir al trabajo hasta hacer las compras.
Este patrón de movilidad sostenible tiene consecuencias positivas, tanto para la salud pública como para el medio ambiente. Además, ciudades como Leiden están diseñadas para que la gente pueda caminar con facilidad, lo que fomenta una mayor interacción social y una vida urbana más vibrante. En contraste, muchas ciudades estadounidenses estuvieron pensadas a partir de una dependencia casi absoluta del automóvil, lo que limita la movilidad para quienes no poseen vehículo propio y contribuye a problemas de contaminación y sedentarismo. Desde un punto de vista económico y social, el artículo de Krugman destaca que la calidad de vida en los Países Bajos suele ser mejor para una gran parte de la población, no solamente para los sectores más acomodados. Aunque existen áreas menos prósperas dentro del país, la proporción de personas que viven en condiciones de extrema miseria es mucho menor que en Estados Unidos.
Esto se refleja también en la esperanza de vida, que es notablemente más alta en los Países Bajos, con una diferencia aproximada de cuatro años. Esta disparidad sugiere que el sistema social neerlandés ofrece mayores garantías para sus ciudadanos, desde la atención sanitaria hasta la seguridad social. Además, la cohesión social se ve fortalecida en tradiciones y eventos colectivos, como la celebración de la Liberación nacional que conmemora la expulsión de los nazis después de la Segunda Guerra Mundial. Esta festividad despierta sentimientos de unidad y rechazo colectivo hacia ideologías extremistas, en un contraste con la polarización política observable en Estados Unidos y otros países. La ausencia de crisis políticas exacerbadas por discursos populistas o divisivos contribuye a reducir el estrés y la ansiedad entre la población.
Aunque en ninguna sociedad todo es perfecto, la atmósfera general que Krugman pudo percibir refleja una rutina diaria más apacible y menos tensa, probablemente influida por políticas públicas inclusivas y por una cultura política más dialogante. Otro detalle interesante fue la experiencia de Krugman con un sistema de servicios locales eficaces y accesibles, como una simple reparación de laptop que, si bien tuvo un costo de 80 euros, significó recuperar un instrumento clave para su trabajo y vida personal. Situaciones cotidianas así contribuyen a que la sensación general sea que la vida material y tecnológica fluye sin grandes obstáculos. Los contraste entre Países Bajos y Estados Unidos, según las impresiones del economista, no se deben a razones culturales inmutables sino a elecciones políticas y económicas. Por ejemplo, las políticas que fomentan la desigualdad, la concentración de riqueza y la precarización laboral dificultan que amplios sectores de la sociedad estadounidense puedan acceder a niveles decentes de bienestar.
Krugman subraya que si existen fallas críticas en la vida estadounidense, es porque se ha optado por ellas en lugar de adoptar modelos más equitativos y centrados en el bienestar colectivo. Estas reflexiones invitan a cuestionarnos qué es lo que realmente valoramos en nuestras sociedades y qué estamos dispuestos a cambiar para lograr esos fines. El caso neerlandés demuestra que no es necesario renunciar a la prosperidad para mejorar la calidad de vida, sino que se trata de diseñar políticas que promuevan la igualdad de oportunidades y el desarrollo humano sostenible. En definitiva, la experiencia en los Países Bajos abre un espacio necesario para el diálogo sobre sostenibilidad urbana, movilidad, salud pública, políticas sociales y construcción de una convivencia más solidaria. Estas lecciones pueden ser adaptadas a contextos distintos si existiera la voluntad política y social para hacerlo.
El mensaje de Krugman desde Leiden es claro: podemos aspirar a una vida más placentera y segura, donde las ciudades sean espacios para las personas y no solo para el lucro o la eficiencia mercantil. Su invitación para los estadounidenses y, por extensión, para cualquier sociedad moderna, es a reconocer que el bienestar colectivo exige decisiones valientes y un compromiso real para construir un futuro mejor. El ejemplo neerlandés nos recuerda que la calidad de vida no es un lujo, sino un derecho que merece ser protegido y promovido en todas partes.