En un mundo cada vez más dominado por la inteligencia artificial y la digitalización, la lucha por la autenticidad, la confianza y la identidad en línea se vuelve fundamental. Sam Altman, el reconocido líder detrás de OpenAI, ha puesto bajo el foco una propuesta que genera tanto interés como controversia: el uso del escaneo de retina a través de un dispositivo llamado Orb para la verificación de identidad en internet. Esta propuesta, que parte de un proyecto inicialmente bautizado como Worldcoin y ahora conocido simplemente como World, pretende construir una vasta base de datos biométrica que garantice una presencia humana genuina en el entorno digital. Pero, ¿qué significa esto realmente, y por qué Sam Altman quiere nuestros ojos? Para comprender esta iniciativa, es necesario adentrarse en la génesis del proyecto y analizar sus distintas aristas. El proyecto World surgió con la intención anunciada de combatir la proliferación de inteligencias artificiales, bots y perfiles falsos que inundan la red, afectando desde la calidad de la información hasta la interacción social en plataformas digitales.
La solución que propone es la creación de una red de verificación humana a partir del reconocimiento de la retina, una característica biométrica única e inalterable en cada persona. Para ello, se diseñó Orb, un dispositivo esférico que escanea el iris para autenticar al usuario y le otorga un identificador digital llamado World ID. Este sistema se basa en blockchain, intentando aportar una capa más de seguridad y descentralización, además de vincularse con un token criptográfico denominado $WLD, con promesas de incluir un modelo de ingreso básico universal. Si bien la idea de un control de identidad universal suena atractiva en la medida en que podría disminuir el fraude digital, mejorar la interacción en internet y limitar el avance descontrolado de contenido generado por inteligencia artificial sin supervisión, la ejecución y las implicaciones éticas y de privacidad generan preocupación. El hecho de querer escanear la retina de millones de personas implica manejar datos biométricos extremadamente sensibles que, de ser vulnerados o mal utilizados, presentan riesgos significativos.
Además, la oferta de $WLD, que incentiva la participación, puede considerarse una táctica controversial, especialmente en regiones del mundo donde la economía es vulnerable. En dichos contextos, la aceptación del escaneo ocular a cambio de tokens digitales plantea cuestionamientos en torno a la explotación y la equidad. Desde 2021, cuando los orbs comenzaron a aparecer en espacios públicos para realizar pruebas piloto, la sensación de muchos usuarios fue de desconcierto. Imaginemos estar en una estación de tren y que alguien anónimo nos ofrezca que fotografiemos nuestro ojo a cambio de criptomonedas, lo que puede generar una mezcla de incertidumbre y sospecha. Sumado a esto, la reciente aparición del Orb mini, un dispositivo portátil con mayor accesibilidad, invita a pensar en una masificación de esta tecnología y en la normalización de entregar la retina como medio de identificación personal.
Uno de los argumentos más fuertes que la empresa detrás de World plantea es la necesidad, dada la evolución y ubicuidad de la inteligencia artificial, de asegurar que las interacciones en línea sean auténticas y basadas en humanos reales. Según ellos, este paso es crucial para restaurar la confianza en la comunicación digital y evitar el fraude. Sin embargo, críticos sostienen que la verificación biométrica no es una garantía efectiva contra la producción masiva de contenido generado por IA, pues existen humanos que publican contenidos automáticos o asistidos por máquinas y, al mismo tiempo, falsificadores que podrían encontrar formas de manipular el sistema. Además, esta centralización del acceso y la autenticidad puede estar en contradicción con valores de privacidad y anonimato que han sido centrales en la cultura digital. Al desmenuzar la estrategia de Sam Altman con World, algunos observadores ven un patrón preocupante, similar al que acusan a ciertas plataformas tecnológicas: crear o exacerbar un problema para luego vender la solución.
En este caso, la proliferación de contenido automatizado difícil de distinguir de contenido humano se ha ido incubando sin regulaciones claras. Ahora, con la propuesta de un sistema de autenticación biométrica universal, se presenta una solución que implicaría que los usuarios entreguen piezas fundamentales de su identidad física a cambio de una promesa de seguridad y autenticidad, en un entorno cada vez más controlado por grandes empresas tecnológicas. Un eje controversial adicional es la forma en que World ha implementado su despliegue a nivel global, particularmente en países del hemisferio sur. La adopción acelerada de estas tecnologías biométricas en regiones menos reguladas o con menor protección de datos ha sido calificada por algunos como explotativa. La vulnerabilidad en esos mercados, sumada a la falta de infraestructura legal para proteger a los usuarios, genera un caldo de cultivo para abusos y manipulación, además de poner en riesgo la privacidad de millones de personas.
Tampoco es ajena la realidad de que la información agrupada en la base de datos World ID puede ser un blanco atractivo para hackers. Ya se han reportado al menos incidentes de vulneración de los sistemas, lo que pone en duda la seguridad y robustez de un proyecto con semejante alcance y sensibilidad. Desde el punto de vista sociocultural, la propuesta de escáner ocular como procedimiento para acceder a servicios en línea, comunicación y actividades cotidianas redefine las fronteras entre lo físico y lo digital. Se abre un debate entre la eficiencia, seguridad y el costo en términos de libertad y autonomía. ¿Estamos acercándonos a un futuro distópico donde nuestra identidad biométrica sea el pasaporte imprescindible para casi cualquier interacción? ¿O, por el contrario, es una evolución necesaria para asegurar confianza y responsabilidad en un mundo digital hiperconectado y plagado de desinformación? Por supuesto, nada de esto ocurre en un vacío.
La penetración tan veloz de la inteligencia artificial en todos los ámbitos hace que la urgencia por encontrar soluciones válidas sea real. Sin embargo, la crítica principal radica en que quienes ofrecen estas soluciones también son los mismos que impulsaron y se han beneficiado del avance de la tecnología con poca regulación y transparencia. Esto genera una sensación de círculo cerrado donde el usuario, atrapado entre el uso obligado de estas nuevas tecnologías y la falta de opciones reales, se ve doblemente vulnerable. Además, la cuestión de la regulación y el diálogo público es crucial. La solución ideal para enfrentar los desafíos de la inteligencia artificial e identidad en línea debería surgir de procesos democráticos, transparencia y protección de derechos fundamentales.
En cambio, que sean unas pocas corporaciones con recursos para esperar y perfeccionar sus herramientas quienes decidan el rumbo resulta preocupante. No es casual que el lanzamiento de la versión portátil Orb Mini haya venido acompañado de una intensa campaña publicitaria y alianzas que han incluido a personajes polémicos, aumentando la visibilidad, pero también generando debates sobre las intenciones genuinas detrás del proyecto. La complejidad de la aceptación pública de una tecnología tan invasiva demanda un análisis serio y profundo, no solo una adopción rápida impulsada por incentivos económicos o la presión social. El concepto de “human verification” o verificación de presencia humana tiene sentido en un momento donde bots, deepfakes y generación automática de contenidos proliferan. Sin embargo, la pregunta permanece sobre si la solución debe estar basada en una biología fija que abre preguntas sobre el control, la privacidad y la vigilancia, sobre todo ante la ausencia de fuertes marcos legales internacionales que protejan estos derechos.
Finalmente, es importante entender que la revolución digital y la inteligencia artificial no desaparecerán ni se frenarán. Los desafíos que plantean requieren respuestas multifacéticas. Entre ellas, el desarrollo ético y transparente de tecnologías, educación pública, regulación democrática y propuestas que respeten la autonomía y la privacidad individual. Sam Altman y su proyecto World representan una cara de esta compleja transformación: la apuesta por la biometría y la blockchain como herramientas para reformar la identidad digital, pero también un reflejo de las tensiones y riesgos inherentes a la convergencia tecnológica contemporánea. En resumen, el interés de Sam Altman por nuestros ojos es mucho más que una simple innovación tecnológica.
Es un experimento social y ético sobre cómo queremos construir el futuro digital y qué precio estamos dispuestos a pagar por seguridad y autenticidad. En esta línea, la prioridad para usuarios, reguladores y sociedad es permanecer informados, críticos y participativos en las decisiones que moldearán nuestra relación con la tecnología y con la identidad misma en el siglo XXI.