En tiempos recientes, la inteligencia artificial se ha convertido en uno de los motores centrales de la innovación tecnológica, pero también en un enorme desafío ambiental debido a su creciente demanda eléctrica. Google, una de las grandes compañías tecnológicas que lidera esta revolución, ha visto cómo su huella de carbono se incrementa notoriamente a medida que expande sus capacidades en IA. Sin embargo, lejos de mostrar un compromiso inmediato con la reducción de su impacto ambiental, la compañía ha optado por asociarse con proyectos de energía nuclear de alcance remoto, que en la práctica parecen más una estrategia de relaciones públicas que una solución tangible y cercana a la problemática. El ejemplo más reciente es la firma de un acuerdo estratégico con la empresa estadounidense Elementl Power, un desarrollador de proyectos nucleares avanzados que aún se encuentra en las etapas iniciales de desarrollo, sin plantas operativas ni fechas claras para la construcción de reactores. Google destinará capital temprano para preparar tres sitios potenciales para la instalación de reactores nucleares de próxima generación, cada uno con una capacidad mínima de 600 megavatios.
A pesar de las ambiciosas cifras, la falta de información concreta sobre la tecnología específica, ubicación de los proyectos, proveedores, y plazos concretos resulta preocupante, y genera la sensación de que, más que aportar soluciones urgentes, se trata de un movimiento para desviar la atención sobre su elevado consumo energético. Entender el contexto energético actual es indispensable para valorar el verdadero alcance de esta alianza. La infraestructura de inteligencia artificial y los centros de datos asociados consumen impresionantes cantidades de electricidad. De acuerdo con reportes recientes, un centro de datos promedio actualmente está previsto que consuma alrededor de 200 megavatios, cifra que ha aumentado exponencialmente en la última década, impulsada fundamentalmente por el auge de la IA. Para comparar, la planta nuclear más grande de Estados Unidos, Vogtle en Georgia, cuenta con una capacidad total de aproximadamente 4,500 megavatios, resultado de cuatro reactores.
Este contraste pone de manifiesto las dimensiones colosales del desafío energético que enfrenta la industria tecnológica. En cuanto a la energía nuclear, si bien es cierto que este tipo de generación eléctrica no emite gases de efecto invernadero durante su operación, no está exenta de críticas y obstáculos: son proyectos que demandan tiempo, inversión elevada, y habitualmente enfrentan retrasos y problemas financieros. En este sentido, Elementl Power se presenta como un desarrollador “tecnológicamente agnóstico” que no apuesta por un diseño específico, sino que ofrece servicios integrales para facilitar distintos proyectos nucleares avanzados. Fundada recientemente en 2022, la empresa aún no ha construido ni operado ninguna planta, lo que pone en evidencia que la inversión de Google se destina a una etapa muy primaria, lejos de resolver las necesidades energéticas inmediatas. La experiencia y trayectoria del equipo directivo de Elementl añade matices interesantes a la alianza.
Su CEO y presidente, Christopher Colbert, tiene antecedentes en NuScale Power, empresa pionera en la certificación regulatoria de reactores modulares pequeños (SMR) en Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de este respaldo, los proyectos de NuScale han enfrentado cancelaciones debido a costes crecientes y falta de compromisos suficientes por parte de clientes, lo que añade incertidumbre sobre la capacidad de replicar estos proyectos en plazo y forma. Este escenario contrasta notablemente con la voracidad energética que la IA y los centros de datos de Google demuestran en el corto plazo. Alphabet, la empresa matriz de Google, anunció que invertirá 75 mil millones de dólares en capital fijo a lo largo de 2025, principalmente en servidores y centros de datos para expandir sus servicios y proyectos basados en inteligencia artificial, como DeepMind. En su informe ambiental de 2024, Google reconoció que sus emisiones de gases de efecto invernadero aumentaron un 13 % interanual, atribuible en buena parte a esta expansión tecnológica, con un crecimiento total del 48 % entre 2019 y 2024.
Lo que agrava aún más la situación es que gran parte de la electricidad consumida en sus centros de datos sigue derivada de combustibles fósiles, contribuyendo directamente al cambio climático. Esta realidad desconcertante expone un contraste entre los discursos públicos de compromiso ambiental y las acciones en el terreno, donde el crecimiento exponencial del sector digital y de la IA parece pasar por encima de los objetivos de sostenibilidad. Google no es la única empresa tecnológica enfrentando este dilema. Microsoft, Meta, Amazon y otras también han firmado acuerdos para suministros de energía nuclear o renovable, a menudo con proyectos que no se materializan en el corto plazo, lo que invita a cuestionar si estas alianzas son verdaderos compromisos o simples maniobras para mejorar la imagen corporativa. Microsoft, por ejemplo, ha advertido que sus metas de sostenibilidad podrían estirarse debido a la presión que ejerce el crecimiento de la IA sobre el consumo energético.
Meta, por su parte, recientemente realizó un acuerdo para salvar una planta nuclear en Illinois, mientras Amazon ha visto rechazos en acuerdos nucleares propuestos para sus centros de datos. La realidad sobre la oferta energética parece insuficiente para cubrir la demanda proyectada por la expansión de los centros de datos y la IA. Expertos vaticinan que se necesitarán aproximadamente 3,500 teravatios hora adicionales de generación eléctrica para 2027, un incremento sin precedentes que obliga a pensar en soluciones más inmediatas y efectivas. Dentro de este panorama, las promesas de proyectos nucleares que solo ofrecerán capacidad significativa en 2035 o más tarde resultan inadecuadas para contrarrestar los efectos ambientales actuales y futuros. Además de la energía nuclear, existen otras vías para hacer más sostenible la infraestructura tecnológica, como la mejora en la eficiencia de los centros de datos, el uso de inteligencia artificial para gestionar el consumo energético, y la transición a fuentes renovables con impacto ambiental menor.
Sin embargo, estas estrategias requieren inversiones y compromisos que, hasta ahora, muchas compañías han minimizado o aplazado en favor del crecimiento acelerado. El llamado “greenwashing”, o lavado verde, se vislumbra así como un fenómeno preocupante en la agenda energética de los gigantes tecnológicos. Anunciar proyectos de energía limpia, pero sin detallar planes concretos o plazos que aporten soluciones palpables en el corto o mediano plazo, puede percibirse como una táctica para suavizar la imagen pública sin generar cambios profundos en el impacto ambiental real. En el caso de Google, la reiteración de acuerdos con compañías nucleares sin historial operativo robusto refuerza la sensación de que la apuesta real sigue siendo mantener el crecimiento sin mayores sacrificios ambientales inmediatos. Para la sociedad y el planeta, el reto no solo es demandar compromisos más claros y efectivos sino también acompañar esa exigencia con políticas públicas, regulación y presión social que promuevan una transformación profunda hacia la sostenibilidad.
Además, se necesita transpariencia total en los proyectos y reportes de impacto para afrontar de forma responsable la paradoja entre el avance tecnológico y la protección del medioambiente. En conclusión, la reciente alianza entre Google y Elementl Power refleja un fenómeno cada vez más común en la industria tecnológica: la búsqueda de soluciones energéticas a futuro mientras aumenta rápidamente el consumo descontrolado en el presente. Sin un compromiso real y verificable para frenar el consumo de carbono y acelerar la transición hacia energías limpias que funcionen ya, las promesas quedan reducidas a simples ejercicios de marketing verde, insuficientes para enfrentar el enorme impacto ambiental del auge de la inteligencia artificial.