La intersección entre la eugenesia y la inteligencia artificial general (IAG) es un tema que despierta tanto fascinación como inquietud. A lo largo de la historia, la eugenesia se ha conceptualizado como un método para mejorar la calidad genética de la población humana, con la promesa de crear una sociedad mejor, más saludable y en algunos casos hasta utópica. Sin embargo, la eugenesia también ha estado ligada a episodios oscuros de discriminación, abuso de derechos humanos y violaciones éticas. Cuando se integra con los avances de la inteligencia artificial general, una tecnología aún en desarrollo que aspira a igualar o superar la inteligencia humana en diversos ámbitos, surgen tanto esperanzas como amenazas que deben ser analizadas con profundidad y responsabilidad. La eugenesia, en su sentido más básico, busca la mejora genética mediante la selección o modificación de características hereditarias.
Históricamente, este enfoque ha adoptado formas controvertidas, como la esterilización forzada o la discriminación basada en rasgos considerados “inferiores”. La llegada de la inteligencia artificial general ofrece herramientas poderosas para acelerar procesos de selección genética y diseñar organismos, incluyendo humanos, con características específicas. Algunos promueven la idea de que la conjunción de estas tecnologías puede dar lugar a una utopía: una sociedad donde enfermedades genéticas complejas estén erradicadas, la inteligencia esté optimizada y la calidad de vida aumentada para todos los individuos. No obstante, este ideal utópico oculta una serie de riesgos éticos y sociales que es imprescindible considerar. La inteligencia artificial general no solo poseerá la capacidad de procesar datos a velocidades inimaginables sino que también podrá tomar decisiones autónomas basadas en criterios programados o aprendidos.
En manos de proyectos eugenésicos, esto podría traducirse en decisiones automatizadas sobre qué características genéticas son deseables y cuáles no, fomentando una homogeneización genética y una posible pérdida de diversidad, que es fundamental para la resiliencia y adaptación del ser humano. Además, la cuestión del consentimiento emerge como un punto crucial. En la búsqueda de una genética perfecta, ¿quién decidirá qué vidas valen la pena ser vividas y cuáles no? ¿Qué pasa con la autonomía individual y el derecho a la diferencia? Los desafíos éticos se agudizan cuando recordamos que la IAG podría utilizarse para imponer estándares normativos predefinidos, potencialmente alimentados por prejuicios o intereses particulares. Las implicaciones sociales de aplicar la eugenesia con apoyo de inteligencia artificial son igualmente profundas. Existe el riesgo de que estas tecnologías exacerben desigualdades, reforzando privilegios de aquellos con acceso a las mejoras genéticas y dejando atrás a sectores vulnerables.
La división entre “mejorados” y “no mejorados” podría crear nuevas formas de discriminación, conflictos sociales y fracturas en la cohesión social. En contraste con visiones distópicas, hay perspectivas que defienden un uso responsable y ético de estas tecnologías. Se postula que, mediante regulaciones estrictas, transparencia y participación colectiva en la toma de decisiones, es posible orientar la aplicación de la IAG en la genética humana hacia fines positivos, como la erradicación de enfermedades hereditarias sin sacrificar la diversidad genética ni los derechos individuales. La interdisciplinariedad es fundamental para enfrentar este desafío. Expertos en ética, genética, inteligencia artificial, sociología y derecho deben colaborar para definir marcos adecuados que permitan aprovechar el potencial de estas tecnologías sin replicar los errores del pasado.
La educación y la concienciación pública también juegan un papel esencial para que la sociedad entienda las implicaciones y participe activamente en la definición del futuro deseado. Por otra parte, la inteligencia artificial general no solo transformará el ámbito de la genética sino que podría redefinir los parámetros mismos de la humanidad. La creación de inteligencias que superen la capacidad humana en diferentes áreas podría llevar a redefinir conceptos como la identidad, la creatividad y el valor intrínseco del ser humano. Esto plantea preguntas filosóficas que van más allá de la genética, relacionadas con la coexistencia entre humanos e inteligencias artificiales avanzadas. En conclusión, la relación entre la eugenesia y la promesa de utopía a través de la inteligencia artificial general es compleja y multifacética.
Aunque la convergencia de ambos campos ofrece posibilidades sin precedentes para mejorar la condición humana, también impone un imperativo moral y social para gestionar sus riesgos con prudencia. La historia nos recuerda las consecuencias de abordar la eugenesia sin una ética sólida y el desarrollo acelerado de la inteligencia artificial general refuerza la necesidad de una reflexión profunda, inclusiva y responsable. Si la humanidad logra equilibrar innovación y valores, es posible vislumbrar un futuro donde la tecnología no solo mejore la vida, sino que también respete la diversidad, la libertad y la dignidad de todas las personas.