En la era de la información, se puede pensar que el acceso instantáneo a datos y conocimientos fiables ha erradicado muchas creencias erróneas o consejos equivocados. Sin embargo, la realidad es muy diferente. Existen numerosas ocasiones en las que personas reconocidas como expertos, influencers o profesionales respetados transmiten consejos y sabiduría que, al ser analizados con rigurosidad, resultan ser incorrectos o incluso contraproducentes. Esta situación genera un fenómeno que podríamos llamar “desinformación de confianza” o “los peligros del consejo erróneo”. Uno de los ejemplos más curiosos y reveladores de este problema es la historia del famoso chef Gordon Ramsay y sus consejos culinarios que, siendo contradictorios con la ciencia y la técnica culinaria, siguen siendo ampliamente difundidos y acatados por millones de seguidores.
Cuando un profesional con credenciales y fama mundial emite consejos que no son precisos, las consecuencias se multiplican a medida que la audiencia los reproduce sin cuestionar. Este fenómeno no se limita a la cocina, también se manifiesta en ámbitos tan importantes como la medicina, la educación, la rehabilitación física o incluso la gestión empresarial, lo que pone en evidencia un problema social más profundo con relación a cómo percibimos y valoramos la verdad y la autoridad de los expertos. Un caso emblemático sobre el que reflexionar es el consejo popularizado por Ramsay de sacar el filete del refrigerador al menos diez minutos antes de cocinarlo, con la justificación de que esto mejora el sellado y la cocción uniforme. Aunque esta recomendación parece lógica e intuitiva para la mayoría, estudios gastronómicos y análisis científicos han demostrado que el cambio de temperatura interna en la carne es en realidad mínimo e insignificante para la cocción. Otro ejemplo curioso que generó asombro fue un video viral en el que Ramsay preparaba un sándwich de queso fundido —un clásico básico— pero con un resultado decepcionante: el pan estaba quemado en los bordes pero el queso dentro permanecía frío, una contradicción culinaria que contradecía el prestigio del chef.
¿Cómo explicar estas contradicciones? Una posible explicación es la presión del tiempo y la producción audiovisual, donde en ocasiones el enfoque está más en el entretenimiento o la rapidez que en la precisión y la excelencia técnica. Sin embargo, esta explicación no justifica que un referente no concrete y corrija información evidentemente equivocada. Más allá del caso Ramsay —que sirve como una anécdota ilustrativa—, lo preocupante es la cascada de desinformación que se genera cuando personas del ámbito médico recomiendan antibióticos sin diagnóstico claro, cuando terapeutas físicos insisten en aplicar hielo a lesiones musculares pese a evidencias que sugieren que el hielo puede retardar la recuperación, o cuando docentes sostienen teorías pedagógicas como las “estilos de aprendizaje” aunque la investigación educativa haya refutado su eficacia. Esta dinámica se alimenta de la confianza ciega que se deposita en la autoridad y la ausencia de verificación crítica. Además, las estructuras sociales y profesionales hacen que estos saberes erróneos se perpetúen y consoliden, al transmitirse de expertos a profesionales intermedios, y de allí a la población general.
Lo interesante es que existen conceptos filosóficos que ayudan a entender este fenómeno desde una óptica más profunda. Por ejemplo, el filósofo Harry Frankfurt definió la “charlatanería” (bullshit) como discurso con la intención de persuadir sin importar la verdad. A diferencia de la mentira, donde el mentiroso sabe la verdad y busca ocultarla, el charlatán simplemente no considera relevante la veracidad. En este sentido, muchos consejos difundidos con autoridad pueden caer en esta categoría, generando un problema social porque la verdad pierde peso frente a otros intereses o prioridades. Las consecuencias de no priorizar la honestidad y la verdad son más graves de lo que parecen.
En ámbitos como la salud, un diagnóstico erróneo o un consejo mal fundamentado pueden afectar la vida del paciente. En educación, inculcar conceptos sin rigor puede limitar el aprendizaje y desarrollo integral de los estudiantes. En la gestión y startups, adoptar “mejores prácticas” sin investigación ni contexto puede conducir a decisiones ineficaces. Por esta razón, es indispensable fomentar una cultura basada en la verificación, la curiosidad crítica y un respeto genuino por la verdad. Para esto, el primer paso es adoptar una actitud reflexiva y escéptica respecto a la información recibida, incluso cuando proviene de fuentes aparentemente confiables o con prestigio reconocido.
Adoptar esta postura no es lo mismo que caer en la desconfianza total o el cinismo, sino más bien implica un ejercicio de pensamiento crítico y responsabilidad individual. Es vital buscar fuentes confiables y contrastar datos cuando sea posible. Por ejemplo, ante un consejo culinario aparentemente lógico, conviene revisar análisis científicos sobre la técnica o la física involucrada. Ante recomendaciones médicas, buscar segundas opiniones o informes basados en evidencia. De esta manera, se evita la propagación de ideas erróneas y se fomenta un ecosistema de información más saludable.
Otro aspecto relevante es valorar el ejemplo real y práctico que algunas personas en diferentes profesiones están dando. Por ejemplo, un médico que, antes de decidir una cirugía, comparte el caso con colegas para recabar distintas opiniones, demuestra un compromiso con la precisión y la humildad intelectual que debería ser modelo. Este tipo de prácticas debería ser más común y visible, para contrarrestar la tendencia a la certeza absoluta y la repetición acrítica de consejos. Como sociedad, la construcción de una cultura honesta y basada en la verdad también implica reconocer y aceptar que todos estamos sujetos a errores, y que cuestionar y corregir no es una señal de debilidad sino de madurez y responsabilidad ética. Por ello, es clave fomentar espacios de diálogo abierto donde se puedan discutir dudas y desacuerdos con respeto y fundamento.
Para quienes buscan mejorar sus conocimientos y habilidades, esto puede traducirse en un compromiso activo de aprendizaje continuo y autoevaluación crítica. Finalmente, la responsabilidad de corregir la desinformación no recae solo en expertos o autoridades reconocidas, sino también en cada individuo, que puede convertirse en agente de cambio promoviendo la honestidad y la precisión en sus entornos inmediatos. Poner en práctica esta responsabilidad es una manera concreta de contribuir a una sociedad más confiable y resiliente frente a la avalancha de información que enfrentamos diariamente. En resumen, la existencia de consejos claramente incorrectos, desde la cocina hasta la medicina, refleja un problema más amplio relacionado con cómo valoramos la verdad, la autoridad y la confianza. Aprender a identificar, cuestionar y evitar la propagación de información errónea es fundamental para mejorar la calidad de vida individual y colectiva.
La invitación es clara: no aceptar las cosas sin cuestionarlas, buscar fuentes responsables, promover debates honestos y cultivar una cultura que priorice la precisión y la confianza genuina. Solo así se podrán dejar atrás los malos hábitos, las creencias infundadas y las consecuencias negativas de la desinformación.