En Corea del Sur, el término 'ajumma' se utiliza comúnmente para describir a mujeres que tienen alrededor de 30 años o más, generalmente casadas y con hijos. Tradicionalmente, sin embargo, llamar a una mujer 'ajumma' puede ser considerado un insulto, con connotaciones negativas que apuntan a la imagen de una mujer mayor, ruda, que no se adhiere a los estándares convencionales de belleza o comportamiento "aceptables". Para muchos, el término evoca estereotipos de mujeres agresivas, entrometidas y con mal gusto en cuanto a moda, algo que podría compararse superficialmente con el concepto popular occidental de una "Karen". No obstante, esta visión superficial y despectiva no solo es injusta, sino que también pasa por alto la verdadera esencia y significado que el ser un 'ajumma' representa, especialmente cuando se examina desde una perspectiva más empoderadora y reflexiva. Más allá del estigma social, ser una 'ajumma' implica resiliencia y fortaleza.
Estas mujeres no solo son sobrevivientes en el sentido cotidiano, sino que también encarnan la sabiduría acumulada a partir de años de lucha, tanto personal como social. En una cultura donde la juventud y la apariencia física femenina son altamente valoradas, el paso al estereotipo de la 'ajumma' puede ser visto como una etapa a evitar o esconder, llevan consigo el peso del ageísmo y del sexismo que limita las expectativas y la valoración social de las mujeres mayores. El uso peyorativo del término no solo refleja un desprecio por la edad, sino una resistencia cultural a aceptar que las mujeres puedan reclamar poder y autonomía a medida que envejecen. En vez de considerar a estas mujeres como figuras de autoridad y experiencia, la sociedad las margina, fomentando la idea de que deben aceptar un papel sumiso y que su valor disminuye con la edad. De este modo, el término 'ajumma' se convierte en una etiqueta para desacreditar, invisibilizar y perpetuar prejuicios.
Sin embargo, el panorama está cambiando para muchas mujeres, quienes han descubierto en la identidad de 'ajumma' una fuente de poder personal y colectivo. Esta metamorfosis hace que la denominación deje de ser un insulto y se transforme en un símbolo de honor. Las ajummas son figuras imprescindibles en sus familias y comunidades; luchan vigorosamente para proteger a sus seres queridos y para reivindicar su lugar en la sociedad. Su postura firme y decidida se interpreta como resistencia frente a sistemas que históricamente han buscado silenciarlas o relegarlas. Esta transformación cultural se manifiesta en la vida cotidiana.
Por ejemplo, la ropa cómoda y práctica que usualmente usan las ajummas, como pantalones estampados y viseras para el sol, demuestra que han priorizado su bienestar y funcionalidad por encima de los dictados inalcanzables de la moda juvenil. Su manera de caminar con determinación, muchas veces power walking, refleja no solo su cuidado de la salud, sino una actitud de empoderamiento ante las dificultades físicas y sociales que enfrentan. Estas decisiones, que pueden parecer triviales para otros, son en realidad actos simbólicos de autonomía. La historia personal de muchas mujeres, como la relatada por la periodista Yoohyun Jung, ilustra la profundidad de este cambio. Enfrentar enfermedades crónicas, como el long COVID, ha llevado a algunas ajummas a adoptar nuevas prácticas de autocuidado, a replantear su relación con el cuerpo y a aceptar cambios que antes temían.
Esta aceptación es liberadora y redefine la belleza y la fuerza femenina más allá de los cánones tradicionales. Además, en un contexto más amplio, la figura de la ajumma va más allá de Corea del Sur. Se puede observar en muchas culturas y comunidades alrededor del mundo, donde madres, tías y hermanas ejercen su rol protector y sabio, a menudo desafiando normas y expectativas limitantes. La noción de que las mujeres mayores son seres de poder y resistencia puede ser una fuente de inspiración para todas, especialmente en sociedades donde la juventud se glorifica y la vejez se teme. Adoptar la identidad de ajumma puede también ser una forma consciente de rechazar la cultura del "complacer a otros" que a menudo se impone sobre las mujeres.
En culturas asiáticas tradicionales, especialmente, las mujeres son socializadas para decir "sí", para no reclamar espacio o autoridad y para evitar conflictos. En contraste, la ajumma asertiva impone límites, defiende sus necesidades y no tolera injusticias o maltratos. Es la expresión viva de una rebelión silenciosa que desafía roles y expectativas desfasadas. Dentro de esta dinámica, la ajumma no sólo toma poder personal, sino que puede convertirse en un motor de cambio social. Su voz, su presencia y su actitud inspiran a las generaciones más jóvenes a reconsiderar prejuicios, a cuestionar categorías y a valorar la experiencia y la fuerza que aportan las mujeres que han vivido y resistido.
El respeto que merecen comienza a derribar tabúes y a promover una inclusión y valoración más auténticas. Esta reevaluación también tiene efectos en áreas prácticas de la vida. En la moda, el reconocimiento de la comodidad y funcionalidad ha impulsado el desarrollo y la popularidad de prendas que combinan estilo con bienestar para mujeres maduras. En la salud, la conciencia sobre el autocuidado y las necesidades especiales de esta etapa de la vida empieza a ganar espacio y atención. En el ámbito social, el diálogo sobre la edad y el género se enriquece con perspectivas más diversas y respetuosas.
La historia del término 'ajumma' refleja así una evolución cultural y social que invita a reconsiderar nuestras propias percepciones y prejuicios. Aquello que fue una etiqueta despectiva se transforma en una fuente de orgullo y empoderamiento, y el reconocimiento de este cambio es un paso fundamental para construir una sociedad más justa y equitativa. Finalmente, abrazar el espíritu del ajumma es también una invitación para todas las mujeres a tomar control sobre sus cuerpos, sus decisiones y sus vidas, sin importar la edad ni los estereotipos. Es un llamado a celebrar el crecimiento, la experiencia y la fortaleza inherente que conlleva la madurez, una celebración que desafía las normas sociales y redefine el significado de la belleza y del poder femenino en el siglo XXI.