En los últimos años, la guerra comercial impulsada por el expresidente Donald Trump ha dejado una huella profunda en la economía agrícola estadounidense. Uno de los síntomas más evidentes de esta disputa es la caída drástica en las exportaciones de productos clave como la soja y el cerdo hacia China, mercado que históricamente representaba una porción fundamental del comercio exterior de Estados Unidos en el sector agropecuario. Esta situación no solo afecta a los productores rurales, sino que también desencadena consecuencias en la economía doméstica y en la estabilidad de las cadenas globales de suministro alimentario. Estados Unidos es una potencia mundial en la producción y exportación de materias primas agrícolas. Con ventas que superan los 176 mil millones de dólares anuales, las exportaciones agrícolas representan una pieza crucial para la salud económica del país.
Dentro de estas, la soja y el cerdo constituyen una fracción significativa, especialmente en el comercio con China, donde su demanda ha sido históricamente alta. Sin embargo, las tarifas impuestas en virtud de la guerra comercial han generado un descenso abrupto en las ventas a mercados internacionales, especialmente en China, que ha respondido con aranceles y restricciones que dificultan la entrada de estos productos. Durante la semana del 11 al 17 de abril de 2025, las cifras oficiales revelaron una caída del 50 % en las ventas netas de soja respecto a la semana anterior y una disminución del 25 % en comparación con el promedio de cuatro semanas previas, de acuerdo con datos del Servicio Agrícola Exterior del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA). En el caso del cerdo, el descenso fue aún más marcado: las ventas netas se redujeron un 72 % semana a semana y un 82 % comparado con el promedio de cuatro semanas. Estos números reflejan claramente la gravedad del impacto que la disputa comercial está generando en el sector agrícola.
Expertos de consultoras y asociaciones especializadas aseguran que la causa principal de estas caídas es directamente atribuible a las tarifas y restricciones impuestas por la guerra comercial. No existen factores ocultos o cambios en la demanda que expliquen la magnitud de la reducción. Rob Dongoski, líder global en alimentación y agronegocios en Kearney, enfatiza que el impacto es una consecuencia directa del contexto tarifario, descartando que se trate de una fluctuación temporal. Esta situación plantea un escenario complicado para los agricultores estadounidenses, quienes enfrentan pérdidas significativas en sus ingresos. No es la primera vez que la guerra comercial afecta al sector agrícola.
Durante la primera administración de Trump, en 2018, la imposición de aranceles a China había generado tensiones similares, lo que llevó al gobierno a implementar paquetes de ayuda financiera para los agricultores afectados. Sin embargo, esas medidas de compensación casi igualaron en tamaño a los ingresos generados por los aranceles, equilibrando temporalmente la balanza. En el conflicto comercial actual, mucho más amplio y de mayor magnitud, no se han anunciado ayudas explícitas ni compensaciones equivalentes para los agricultores, dejándolos en una situación mucho más vulnerable. La comparación con la situación de 2018 también se hace evidente al observar que el escenario actual es más complejo debido a que a la disputa con China se añade otra con Canadá, un proveedor decisivo de potasio. El potasio es un insumo esencial para la producción de soja, por lo que las restricciones comerciales generan un efecto dominó en toda la cadena productiva.
Según la economista de la American Soybean Association, Jacquie Holland, los agricultores enfrentarán dificultades no solo por la caída en los precios que reciben, sino también por los aumentos en los costos y la inseguridad en la cadena de suministro. Ante la caída en las exportaciones, surge la pregunta de qué hacer con el excedente de producto que antes se destinaba a mercados internacionales. En teoría, un aumento del consumo interno podría aliviar la presión sobre los precios y la producción, pero la realidad es que la demanda doméstica para productos como el cerdo no está creciendo, lo que limita la posibilidad de canalizar allí el exceso de oferta. El presidente Trump llegó a sugerir a través de su plataforma en Truth Social que los agricultores deberían prepararse para vender más dentro del país, pero la dinámica de mercado y las tendencias de consumo no acompañan esa visión. En el caso de la soja, existen propuestas para aumentar el uso de biodiésel, que podría servir como un mecanismo alternativo para absorber el excedente de producción y estabilizar el mercado.
No obstante, según especialistas, esta medida no es suficiente para compensar la pérdida del mercado chino, que representa la mayor parte de la demanda internacional. Sin una solución viable para reposicionar estos volúmenes, los agricultores corren el riesgo de enfrentar una crisis prolongada. El impacto de este fenómeno no se limita a un estado o región específica. Illinois, el tercer mayor exportador agrícola de Estados Unidos, con ventas que alcanzaron los 13.7 mil millones de dólares en 2023, se encuentra particularmente vulnerable.
El cierre de mercados y las barreras comerciales significan una pérdida considerable para su economía rural. De forma similar, en Arkansas, otro estado con una fuerte dependencia del comercio agrícola con China, las perspectivas económicas para los productores apuntan a un futuro incierto si las tensiones comerciales continúan. En definitiva, el cierre de mercados como el chino representa un desafío monumental. China, con más de 1.4 mil millones de consumidores, es un cliente casi imposible de reemplazar de manera rápida o eficiente.
La magnitud y la velocidad con la que se han reducido las exportaciones ponen a prueba la resiliencia del sector agrícola estadounidense. Los agricultores, ya afectados por los altos costos de insumos y la volatilidad climática, ahora deben enfrentarse a un mercado internacional fragmentado y restrictivo. El futuro de las exportaciones agrícolas de Estados Unidos dependerá en gran medida de las negociaciones comerciales, la implementación de nuevas políticas de apoyo a los agricultores y la diversificación de mercados. Mientras tanto, la presión sobre los productores aumenta, y con ella las preguntas sobre la sostenibilidad económica de muchas explotaciones agrícolas. A nivel económico y social, es vital que se encuentren soluciones que permitan compensar las pérdidas y abrir nuevas oportunidades para que la agricultura estadounidense continúe siendo un motor clave de la economía nacional.
Este escenario multifacético refleja un cambio profundo en las dinámicas comerciales globales y subraya la complejidad de la economía en una era en la que las disputas políticas tienen un impacto directo y tangible en la vida cotidiana de millones de personas, especialmente en las comunidades rurales que dependen de la agricultura para su sustento y desarrollo.