Durante décadas, la idea de que los idiomas inuit contaban con un número extraordinario de palabras para designar la nieve fue considerada un mito y hasta un engaño, perpetuado por malentendidos y exageraciones. Sin embargo, investigaciones recientes han derribado este prejuicio y han demostrado que, aunque el número «cien» fue claramente una exageración, la realidad es que estas lenguas sí poseen una elaborada terminología relacionada con la nieve. Pero, más allá de este caso específico, un nuevo estudio ha descubierto que esta característica se repite en varias lenguas alrededor del mundo, revelando no solo la riqueza lingüística, sino también la profunda conexión entre el idioma y la cultura de sus hablantes. El antropólogo Franz Boas fue pionero en observar esta relación cuando, en 1884, reportó que el idioma inuit en Baffin Island tenía al menos cuatro términos diferentes para la nieve. Lo que comenzó como una cuidadosa observación se transformó a través de los años en una exageración mediática hasta llegar a creerse que existían más de cien palabras para la nieve en Inuit.
Esta noción fue desacreditada por algunos académicos, que catalogaron la idea como engañosa o sensacionalista, causando que el tema se volviera un tabú entre los lingüistas. Recientemente, sin embargo, una investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) ha reabierto el debate con un enfoque innovador y una base sólida: a través de un análisis computacional que abarcó más de 600 idiomas y sus diccionarios bilingües con el inglés, los investigadores evaluaron qué conceptos tenían una «elaboración léxica» significativamente alta en cada lengua. Este término se refiere a la cantidad de palabras específicas que un idioma posee para describir un concepto central o relacionado, y está directamente relacionado con la importancia que dicho concepto tiene para una cultura. El estudio descubrió que, en efecto, el idioma inuit (Inuktitut) muestra una alta concentración de vocablos vinculados a la nieve, validando parcialmente las observaciones iniciales de Boas. Pero no solo eso, el análisis reveló patrones similares en otras culturas.
Por ejemplo, los samoanos cuentan con un extenso vocabulario para describir la lava, los escoceses tienen numerosas palabras relacionadas con la avena, y en idiomas como el árabe, el persa y algunas lenguas indígenas australianas, el desierto representa un área léxica sumamente elaborada. Estos hallazgos respaldan la idea de que el lenguaje refleja de manera directa el entorno y las prioridades culturales de sus hablantes. Este fenómeno tiene también expresiones sorprendentes en conceptos menos evidentes. Por ejemplo, varias lenguas oceánicas poseen términos muy específicos para distintos olores. En el idioma marshalés, existen vocablos como «meļļā», que significa «olor a sangre», y «jatbo», que describe el «olor a ropa húmeda».
Los expertos sugieren que factores ambientales como la alta humedad de la selva y su impacto en la percepción olfativa pueden dar lugar a este detalle léxico. Pero en otros casos, los motivos detrás de la elaboración léxica no son tan evidentes ni fáciles de contextualizar. Por ejemplo, el portugués tiene una intensa concentración de palabras relacionadas con el concepto de éxtasis o éxtasis espiritual, mientras que en hindi existe una notable diversidad de términos vinculados al dolor agudo o la agonía. Este nuevo enfoque representa un avance importante para la lingüística, ya que estudia no solo la cantidad de palabras, sino la proporción que estas representan dentro del vocabulario total registrado en los diccionarios. Así, se obtiene una métrica conocida como «puntuación de elaboración léxica», que permite comparar conceptos y lenguas con mayor precisión y desde una perspectiva cultural.
Los investigadores utilizaron una herramienta computacional que no solo cuantificó palabras sino que también analizó cómo los conceptos aparecen dentro de las definiciones mismas de las palabras en bilingües, aportando una visión más compleja del entramado lingüístico. Este estudio también ha arrojado luz sobre la teoría de la relatividad lingüística, conocida popularmente como la hipótesis Sapir-Whorf. Esta teoría sostiene que el lenguaje influye en la forma en que las personas perciben y entienden el mundo. A diferencia de interpretaciones extremas que sugieren que la lengua determina por completo la percepción, los hallazgos recientes indican que el lenguaje influye, matiza y condiciona sutilmente nuestra experiencia, pero no la limita de manera absoluta. Es decir, aunque todos compartimos una capacidad cognitiva común para procesar el entorno, el idioma que hablamos puede resaltar ciertos aspectos y otorgar relevancia a conceptos específicos, moldeando en cierto modo nuestra percepción cultural y social.
Algunos expertos resaltan que tener palabras monosilábicas o compuestas para ciertas realidades cotidianas no implica una mayor habilidad cognitiva sino una economía del lenguaje, donde los términos simplificados facilitan la comunicación frecuente sobre temas importantes para una comunidad. No poseer un término único para una idea no significa que es difícil de comprender o expresar, sino simplemente que la cultura no ha necesitado condensar esa experiencia en una palabra concreta. Es importante considerar las limitaciones del análisis basado en diccionarios, ya que estos reflejan la labor de lexicógrafos y traductores en momentos específicos de la historia y pueden influir en las palabras seleccionadas y definidas. Algunos diccionarios contienen un vocabulario tan extenso que incluye términos obsoletos o esotéricos, mientras que otros presentan un panorama más reducido y centrado en el idioma hablado. De este modo, los datos reflejan una instantánea, con posibles sesgos históricos, culturales y metodológicos.
El reto siguiente para los investigadores será analizar no sólo el vocabulario registrado sino también la frecuencia práctica con la que los hablantes usan estas palabras en la comunicación cotidiana u otros medios como la literatura, el periodismo o las redes sociales. Este paso permitirá comprender de manera más auténtica el impacto cultural y cognitivo de la elaboración léxica y abrirá puertas para futuros estudios en el campo de la sociolingüística y la antropología del lenguaje. A su vez, este enfoque pone en relieve la inevitable influencia que el idioma inglés tiene en este tipo de estudios, dado que las traducciones y comparaciones se basan en diccionarios bilingües que mapean otros lenguajes al inglés. Esto podría generar ciertas distorsiones o limitaciones, y plantea la cuestión sobre qué conceptos destacarían si se tomaran como referencia lenguas diferentes como el chino, el español o el malayalam. En resumen, esta investigación no solo reivindica observaciones lingüísticas antiguas que habían sido desacreditadas, sino que abre un campo fascinante para comprender mejor cómo el lenguaje actúa como espejo de las prioridades y valores culturales de los pueblos del mundo.
Nos invita a apreciar la riqueza y diversidad de los idiomas no solo como herramientas de comunicación, sino también como ventanas al conocimiento, la historia y la identidad de sus hablantes. Así, la próxima vez que escuchemos sobre lenguas con muchos términos para un fenómeno concreto, podremos verlo no como una curiosidad aislada o una exageración, sino como un reflejo profundo de cómo las comunidades humanas han tejido su comprensión del mundo a través del lenguaje. Esta convergencia de tecnología, lingüística y antropología promete desentrañar aún más los secretos que guardan las palabras en el tejido cultural global.