Viajar es para muchos sinónimo de aventura, descubrimiento y desconexión. Sin embargo, para quienes trabajan en tecnología de la información, el acto de viajar puede transformarse en una experiencia impregnada de ansiedad y nerviosismo. Esta paradoja surge porque la constante exposición a sistemas, software y procesos tecnológicos hace que el viajero vea más allá del momento de disfrute y detecte, con inquietante claridad, todos los puntos en los que algo aparentemente simple puede fracasar. En el mundo actual, viajar está intrínsecamente ligado a la tecnología. Desde la reserva inicial hasta la llegada al alojamiento, múltiples sistemas automatizados están involucrados, y cualquier fallo puede desencadenar inconvenientes significativos.
Por ejemplo, el proceso de reserva online parece sencillo: eliges el vuelo, conexiones, trenes y alojamiento, proporcionas tus datos de pago y el sistema te confirma la reserva. No obstante, la tensión aparece cuando surge la duda sobre si toda esa información se procesó correctamente o si algo quedó en un estado incompleto, esperando a provocar problemas mayores. El primer gran contacto con la tecnología en el viaje suele ser durante el check-in en el aeropuerto, comúnmente a través de quioscos de autoservicio. Estos dispositivos dependen de una comunicación fluida con múltiples sistemas externos, incluidos el banco para verificar pagos, la aerolínea para confirmar tickets y los sistemas del aeropuerto para la impresión de etiquetas de equipaje y tarjetas de embarque. Cualquier interrupción, falla o desconexión puede colocar al viajero en una situación desesperante, atrapado en medio de sistemas que no parecen coordinados ni confiables.
Un ejemplo paradigmático proviene de una experiencia durante un viaje a Japón, cuando la impresora encargada de las etiquetas de equipaje falló, pero el sistema informó que la impresión se había realizado con éxito. Esto provocó la necesidad de acudir al mostrador para aclarar una inconsistencia que, de no resolverse, podía traducirse en la pérdida del equipaje. Este tipo de incidentes son la pesadilla para alguien acostumbrado a la precisión que los sistemas IT demandan, y sirven para evidenciar que la tecnología, aunque imprescindible, no es infalible. Tras superar el check-in y el control de seguridad, la siguiente etapa estresante para un viajero tecnológico es la migración por los sistemas de control migratorio. La verificación biométrica, el escaneo de pasaportes y la sincronización entre bases de datos gubernamentales involucran altos niveles de coordinación y dependencia tecnológica.
Cualquier desajuste entre los datos, problemas con los escáneres o dificultades en la comunicación entre sistemas puede generar retrasos, detenciones o incluso denegaciones de acceso. Además, la complejidad aumenta cuando se contemplan factores como el control de vuelos con overbooking o problemas en la asignación de asientos. En teoría, estos contratiempos son manejables, pero para quienes entienden la vasta red tecnológica que debe funcionar para evitar conflictos como la doble asignación de un asiento, la posibilidad de falla genera una inquietud constante. Al aterrizar, la recogida del equipaje representa otro momento crítico. La tecnología de códigos de barras, impresoras térmicas y sistemas de seguimiento debe funcionar a la perfección para garantizar que las pertenencias lleguen al destino correcto.
Sin embargo, cuando la tecnología falla, la experiencia del viajero se puede transformar en una verdadera pesadilla: maletas equivocadas, equipaje perdido o descoordinaciones entre distintos sistemas aeroportuarios internacionales. Finalmente, la llegada al alojamiento es otro punto donde la dependencia tecnológica puede jugar en contra. Reservas no registradas, sistemas de pago no reconocidos o problemas con la disponibilidad de habitaciones debido a errores en los sistemas de gestión hotelera pueden dejar a una persona en una situación particularmente vulnerable, especialmente en un país extranjero y después de un largo viaje. La suma de todos estos factores genera un escenario lleno de incertidumbres. Para alguien con un trasfondo en IT, donde cada sistema debe tener redundancias, planes de contingencia y actualizaciones controladas para garantizar estabilidad, la realidad del viaje parecería un campo minado de potenciales fallos.
Sin embargo, esta visión crítica ha sido también una ventaja para quienes, como Ruben Schade, han aprendido a prepararse minuciosamente para mitigar los problemas. Entre las estrategias claves destacan la preparación exhaustiva, llevar copias impresas de todos los documentos, realizar cambios de moneda local antes del viaje y llegar con amplío margen de tiempo para resolver eventualidades sin presiones adicionales. Este enfoque revela que, aunque la tecnología pueda ser fuente de ansiedad, también puede ser gestionada con mayor efectividad cuando se conoce su funcionamiento y se anticipan sus debilidades. A su vez, vivir la experiencia como usuario y como profesional habilita una comprensión más profunda de las fallas recurrentes de los sistemas de viaje, promoviendo mejoras en diseño y administración. En conclusión, trabajar en IT cambia la percepción del viaje de una aventura relajada a una serie de retos técnicos constantes.
La conciencia de la fragilidad de los sistemas que soportan cada etapa del recorrido puede incrementar la ansiedad, pero también fomenta una cultura de preparación y resiliencia que reduce el impacto de los incidentes. La clave está en reconocer la complejidad inherente, aceptar la posibilidad de fallos y adoptar medidas preventivas para que el placer de viajar supere el nerviosismo que genera la tecnología moderna.