Hace miles de años, cuando el paisaje mediterráneo apenas comenzaba a recibir las primeras influencias agrícolas, pequeñas y remotas islas como Malta ya eran accesibles para grupos humanos muy diferentes a los primeros agricultores. Un innovador estudio internacional ha revelado que cazadores-recolectores realizaron una de las mayores travesías marítimas conocidas hasta la fecha, cruzando al menos 100 kilómetros de aguas abiertas para llegar a este archipiélago insular hace más de 8.500 años, unos mil años antes de que comenzaran a establecerse asentamientos agrícolas en la región. Esta revelación, publicada en la prestigiosa revista científica Nature, desafía las concepciones tradicionales que vinculaban la colonización insular estrictamente con el desarrollo de la agricultura y las mejoras tecnológicas asociadas, como el uso de embarcaciones con velas. En cambio, estas poblaciones precoces usaron probablemente sencillas canoas excavadas en troncos, con una habilidad marítima sorprendente para la época.
El hallazgo fue posible gracias a un equipo multidisciplinar que unió esfuerzos entre el Instituto Max Planck de Geoantropología y la Universidad de Malta, bajo la dirección de la profesora Eleanor Scerri. En el sitio arqueológico de la cueva de Latnija, ubicada en la región norte del municipio malteso de Mellieħa, el equipo descubrió evidencia concreta de la presencia humana en forma de herramientas de piedra tallada, restos de fogatas y residuos de alimentos cocinados. Estos indicios prueban una ocupación humana activa, vinculada a un estilo de vida basado en la caza, la recolección y la pesca, mucho antes de que la agricultura y la ganadería se establecieran en la isla. Durante mucho tiempo, las islas pequeñas y alejadas como Malta fueron consideradas fronteras casi vírgenes a las que los humanos no habían llegado antes de la aparición de las comunidades agrícolas con tecnologías más avanzadas. Este estudio, sin embargo, abre un nuevo panorama, mostrando que nuestros antepasados cazadores tenían capacidad para planificar y realizar viajes marítimos riesgosos atravesando kilómetros de mar abierto en condiciones muy difíciles.
Se sabe que incluso durante el día más largo del año, esta ruta marítima implicaba varias horas de navegación en la oscuridad, una hazaña que requiere conocimientos de navegación, destreza y una organización social adecuada para sostener la travesía y la llegada segura a un territorio aislado. Los análisis taxonómicos y químicos realizados sobre los restos animales del sitio aportan información crucial sobre la dieta y el modo de vida de estos primeros colonos de Malta. El equipo liderado por el Dr. Mathew Stewart de la Universidad de Griffith, especializado en la evolución humana, examinó cientos de huesos de diferentes especies que incluyen ciervos, aves, tortugas y zorros, entre otros. Sorprendentemente, algunas de estas especies ya se consideraban extintas para esa época, lo que sugiere que la actividad humana y la explotación de recursos podrían haber estado vinculadas con cambios ecológicos profundos en estas islas.
Además, los restos marinos, como los de focas, diversas especies de peces como el mero y miles de moluscos comestibles, cangrejos y erizos de mar, estaban presentes y claramente cocinados, confirmando un uso intensivo y diversificado del medio litoral. La combinación de recursos terrestres y marinos fue probablemente clave para que pueblos cazadores-recolectores pudieran establecerse en una isla tan limitada en tamaño y recursos como Malta. Esta habilidad dietética y adaptativa refleja una estrategia de subsistencia sofisticada que hasta ahora no se atribuía a las sociedades mesolíticas europeas. Por otra parte, plantea dudas importantes sobre los efectos ecológicos de estas poblaciones, ya que la presencia humana pudo contribuir a la extinción local de varias especies. La posible conexión entre comunidades mesolíticas distantes a través de rutas marítimas puede cambiar la forma en que entendemos la dispersión cultural y la red de interacciones prehistóricas en el Mediterráneo.
Los hallazgos también sugieren que estas antiguas travesías marítimas no solo fueron un evento aislado, sino que podrían haber formado parte de un patrón más amplio de movilidad e intercambio preagrícola en la región, indicando que los cazadores-recolectores poseían habilidades y conocimientos marinos muy superiores a lo que anteriormente se creía. Esta reevaluación amplía la prehistoria de Malta en al menos mil años, integrando una parte fundamental de la historia humana que había permanecido oculta hasta ahora. La importancia de este descubrimiento es multidimensional, pues no solo aporta datos arqueológicos y ecológicos, sino que también toca aspectos culturales y tecnológicos. Revela cómo nuestros ancestros tenían una relación compleja con el entorno marítimo, utilizando barcos rudimentarios para conquistar espacios insulares y abriendo nuevas posibilidades para su vida y expansión. Asimismo, estos hallazgos contribuyen a una mejor comprensión de los patrones de asentamiento, subsistencia y movilidad humana en el Mediterráneo prehistórico.
Además de su valor científico, el estudio aporta un mensaje relevante para los objetivos globales contemporáneos, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, en especial el número 15, “Vida de ecosistemas terrestres”. Se invita a reflexionar sobre cómo las actividades humanas, incluso en el pasado remoto, han incitado cambios en ecosistemas frágiles y cómo la historia ambiental es fundamental para la gestión y conservación actuales. En resumen, la navegación de cazadores-recolectores hacia Malta hace 8.500 años representa un hito en la historia marítima humana y redefine el papel de las poblaciones preagrícolas en la colonización de las islas mediterráneas. Nos recuerda que las capacidades humanas, la adaptación al medio y la innovación tecnológica han sido constantes a lo largo de nuestra evolución, y que las fronteras entre las eras y modos de vida no siempre son tan claras como las definimos.
Estos primeros habitantes de Malta, con sus canoas y herramientas de piedra, abrieron rutas y trayectorias que siglos después transformarían radicalmente el paisaje cultural y biológico del Mediterráneo. Así, cada descubrimiento arqueológico sigue enriqueciendo el relato de nuestra historia común y subrayando la complejidad de las interacciones entre humanos y entornos insulares a través del tiempo.