En la era digital actual, el uso de computadoras se ha convertido en una necesidad indispensable para comunicarse, trabajar y acceder a servicios esenciales. Sin embargo, esta dependencia creciente viene acompañada de desafíos significativos relacionados con la seguridad, la privacidad y la libertad del usuario. Muchos usuarios enfrentan problemas como software costoso, poco confiable, inseguro y sobrecargado, mientras los proveedores adoptan modelos de negocio que a menudo priorizan sus propios intereses por encima de los de la comunidad. Así, surge una pregunta crucial: ¿cómo podemos usar las computadoras de forma más libre y segura? Una de las claves para responder esta pregunta es replantear nuestra relación con el software y las herramientas digitales que utilizamos diariamente. La mayoría de las aplicaciones y sistemas que empleamos tienden a crecer en complejidad con el tiempo, lo que conduce a un aumento en los costos de mantenimiento y en la vulnerabilidad frente a ataques informáticos.
Además, la intensa competencia y las prácticas monopolísticas del mercado tecnológico han generado un entorno en el que la actualización constante de software se vuelve una carga para los usuarios, a la vez que aumenta el riesgo de privación de libertades digitales. Un enfoque para mitigar estas dificultades es preferir software que tenga una base de usuarios más pequeña, con miles en lugar de millones. Este tipo de programas suele recibir menos actualizaciones constantes y puede ser más fácil de modificar o adaptar a necesidades personales sin requerir herramientas especializadas. Este tipo de software tiende a fomentar la creación de “forks” o bifurcaciones, lo que significa que los usuarios pueden adaptar y mejorar el código fuente sin estar atados a las decisiones de un grupo corporativo o de desarrollo centralizado. Se trata de una filosofía que apunta a depender menos de herramientas masivas y centralizadas, para favorecer en su lugar aplicaciones más pequeñas, situadas en contextos sociales específicos, donde los usuarios se conocen y existe un compromiso mutuo de cuidado y responsabilidad.
Esto se conoce como software situado, que se asemeja a la idea de los gobiernos locales, donde la cercanía y la responsabilidad compartida permiten un mejor servicio y control. Este modelo también favorece la seguridad y la confianza, ya que una base de usuarios limitada y responsable puede ayudar a detectar y corregir errores o comportamientos maliciosos con mayor rapidez. Al mismo tiempo, al reducir la cantidad de actualizaciones y la complejidad del software, disminuye la superficie de ataque para ciberdelincuentes y reduce los costos asociados con mantener el software. Una práctica recomendada es evaluar con atención las herramientas que se incorporan a nuestro flujo de trabajo diario. Optar por software simple, que no intente abarcarlo todo ni satisfacer a todos a la vez, ayuda a evitar la acumulación excesiva de funciones que pueden poner en riesgo la seguridad y dificultar la usabilidad.
La idea es construir o utilizar aplicaciones que desempeñen tareas específicas y lo hagan de manera eficiente, sin añadir funciones innecesarias que sólo complican el mantenimiento y marcan caminos para vulnerabilidades. Un ejemplo inspirador en este sentido es el uso del lenguaje de programación Lua y el motor de juegos LÖVE. Estos instrumentos ilustran cómo herramientas que no buscan dominar el mercado, con comunidades pequeñas y disciplinadas, pueden ofrecer una plataforma estable, fácil de modificar y adaptable. Lua es conocido por su simplicidad, bajo número de líneas de código y su bajo requerimiento de mantenimiento periódico. Esto facilita la creación de programas que el mismo usuario puede entender, modificar y mejorar en cortos períodos, como una tarde, sin necesidad de depender de una fuerza técnica especializada.
Otra ventaja de optar por software que permite bifurcaciones es que se promueve la diversidad en el desarrollo digital. En lugar de que todos los usuarios dependan de una única versión o ruta comercial, existe la posibilidad de adaptar el software a contextos variados, preferencias personales o necesidades muy específicas. Así, se evita la concentración del poder en pocas manos y se fomenta una cultura de experimentación y aprendizaje colaborativo. Este modelo contrario a las grandes multitudes también significa que podemos sentirnos más dueños de lo que usamos y qué ocurre con nuestras propias computadoras. La dependencia reducida de servicios masivos y centralizados también implica menos fricción al utilizar dispositivos personales.
Al no estar sujetos a impuestas constantes de funcionamiento a través de la conexión con servidores externos, el usuario tiene mayor control y privacidad. En muchos casos, estas soluciones permiten un uso efectivo de la computadora sin necesidad de estar permanentemente conectado a internet, reduciendo riesgos y gastos. Además, evitar la saturación de características y funciones complejas en las aplicaciones evita el fenómeno de la sobrecarga cognitiva en el usuario. Utilizar herramientas más sencillas y específicas, con interfaces minimalistas, puede hacer que la experiencia de uso sea mucho más natural y agradable, promoviendo que las personas se sientan cómodas y motivadas a explorar modificaciones o adaptaciones, en lugar de verse abrumadas por múltiples opciones y configuraciones. Es importante mencionar el valor de la transparencia y la apertura en estos contextos.
Sin embargo, no basta con que el código fuente sea abierto, pues muchas veces la forma de construir y modificar el software es demasiado compleja y requiere conocimientos muy técnicos, generando una dependencia de una “clase sacerdotal” de programadores. La meta debe ser eliminar la complejidad accidental, de manera que cualquier persona con habilidades básicas pueda probar, entender y modificar la aplicación, promoviendo así la curiosidad y la participación activa en la mejora y personalización del software. Este tipo de software “libre y sencillo” puede no ser adecuado para todos los fines, pero para muchas tareas diarias cumple perfectamente y, si todas las personas adoptaran alguna de estas prácticas, el ecosistema digital en general sería más resistente, diverso y confiable. Es igualmente valioso aprender a vivir con algunas limitaciones y elegir conscientemente qué aplicaciones y herramientas incorporar en nuestra vida digital, en lugar de agregar constantemente nuevas capas de software para cumplir funciones ya cubiertas o superfluas. Finalmente, una mentalidad que rechaza la búsqueda de la perfección y la necesidad de cumplir con estrictos estándares de profesionalismo permite liberar mucho tiempo y esfuerzo.
Deja espacio para aceptar la imperfección, la experimentación y la creatividad, otorgando prioridad a los resultados prácticos que se ajusten a cada situación particular y no a normas rígidas o modas pasajeras. Para quienes desean comenzar un camino hacia un uso más libre, seguro y autónomo de sus computadoras, esta transición puede ser gradual. No es necesario cambiar todas las herramientas de golpe. Lo importante es tomar la primera decisión para seleccionar software que cumpla con alguno de los criterios mencionados: poco usuario, pocas actualizaciones, cultura de bifurcación, facilidad para modificar y posibilidad de realizar cambios por uno mismo. Contribuir a una comunidad de software pequeño y situado también ofrece la oportunidad de rodearse de colaboradores en quienes confías y con quienes compartes objetivos y valores.