La exploración espacial continúa sorprendiendo al mundo con proyectos cada vez más audaces y tecnológicos. Uno de los más fascinantes y desafiantes actualmente en desarrollo es la misión china destinada a recolectar muestras de las nubes venusianas y traerlas de vuelta a la Tierra. Este plan, que aún está en sus primeras fases pero con un calendario previsto en la próxima década, representa un hito sin precedentes en la historia de la investigación planetaria, sobre todo porque Venus presenta uno de los entornos más hostiles del sistema solar. Venus, el planeta vecino de la Tierra, ha sido objeto de interés científico por décadas debido a sus características extremas y su atmósfera densa, dominada por nubes tóxicas cargadas principalmente de gotas de ácido sulfúrico. Estas condiciones, sumadas a temperaturas y presiones intensas en su superficie, han vuelto sumamente complejo para los expertos diseñar misiones que puedan estudiar Venus directamente, mucho menos traer muestras físicas desde sus nubes.
El interés actual en las nubes venusianas no es casual. En 2020, la publicación de un estudio controversial en Nature Astronomy puso el foco en la detección de fosfina en la atmósfera de Venus, un gas que en la Tierra está asociado principalmente a procesos biológicos. Esta posible señal impulsó cuestionamientos y debates sobre la potencial existencia de formas de vida microbiana en las capas altas de Venus, donde las condiciones, aunque extremas, podrían ser menos agresivas que en la superficie misma. China ha incluido en su hoja de ruta espacial a largo plazo esta ambiciosa misión: traer muestras de la atmósfera de Venus para analizarla en tierra y responder preguntas fundamentales sobre la posibilidad de vida, la evolución atmosférica del planeta y los misterios químicos que envuelven la composición de sus nubes, en especial los compuestos responsables de la absorción ultravioleta. El diseño preliminar del vehículo que llevará a cabo esta operación muestra un aparato con alas que surcaría el cielo venusiano, lo que difiere de otras propuestas internacionales como la del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), que planteaba un globo recubierto de teflón para resistir la corrosión ácida y flotar de manera pasiva en la atmósfera.
Esta alternativa china ofrece pistas sobre una estrategia distinta y posiblemente más activa para enfrentar los desafíos del entorno. Entre las dificultades técnicas más severas está la navegación dentro de las densas nubes, que opaquean la visión con luz visible y dificultan la orientación espacial. Este problema se agrava porque Venus no cuenta con un campo magnético ni señales de GPS, lo que hace prácticamente imposible que una nave determine su posición exacta mediante los métodos tradicionales usados en la Tierra y otros destinos espaciales. Para el aterrizaje y, sobre todo, para el despegue y el reencuentro orbital con un satélite que lleve las muestras de vuelta, esa precisión es indispensable. Se han considerado posibles soluciones, como el establecimiento de una red satelital de navegación específica para Venus, aunque esto implicaría un despliegue complejo y un aumento considerable en la logística y costos.
Además, la misión requerirá un vehículo de ascenso capaz de salir de la atmósfera, poniendo a prueba la ingeniería espacial al tener que lanzar un cohete en condiciones atmosféricas dinámicas, con vientos y presiones desconocidas en tiempo real, lejos del apoyo humano directo. China cuenta con una experiencia importante en misiones complicadas de retorno de muestras gracias a sus exitosos programas lunares, especialmente con Chang’e-5 y Chang’e-6, y espera que esos logros sirvan de base para enfrentar los retos venusianos. También está en marcha Tianwen-2, que explorará asteroides cercanos a la Tierra, y Tianwen-3, que se propone realizar la recogida de muestras en Marte. Estas misiones incrementan la confianza en que, a largo plazo, la logística y la tecnología alcanzarán un nivel que permita regresar material de Venus. Aunque las cantidades de muestra esperadas son relativamente pequeñas en masa —del orden de unos pocos gramos— la información deducida de ellas podría revolucionar la comprensión científica no solo del planeta, sino de los procesos químicos y potencialmente biológicos en condiciones extremas en nuestro sistema solar.
Incluso en ausencia de vida, los procesos orgánicos que ocurren en las nubes pueden revelar mecanismos químicos desconocidos que condicionan la evolución planetaria y atmosférica. Investigadores como Sara Seager, del MIT, ha subrayado la importancia científica y la emoción que genera poder tener muestras en la Tierra para analizar: se abre la oportunidad de estudiar con detalle moléculas orgánicas complejas estables en un medio ácido y oxidante extremo, y, de encontrar indicios de vida, cambiaría radicalmente la percepción sobre la abundancia y diversidad de la vida en el cosmos. Paralelamente, desde el punto de vista de la ingeniería, la misión representa un desafío de primer orden. Todas las fases —desde el lanzamiento, el trayecto interplanetario, la entrada a la atmósfera, la recolección de partículas en un entorno pulverulento y ácido, hasta el retorno y acoplamiento en órbita — requieren innovaciones y una alta autonomía operativa debido a la distancia y el retardo en las comunicaciones con la Tierra. Además, hay particularidades relacionadas con la resistencia de los materiales empleados.
El ácido sulfúrico y las temperaturas relativamente altas demandan recubrimientos especiales y sistemas de protección para que los instrumentos y componentes críticos no se degraden mientras cumplan sus funciones. Experimentos previos han mostrado la posibilidad de utilizar materiales como el teflón para resistir la corrosión, pero adaptar estas soluciones para un vehículo con alas y más maniobrable es un reto tecnológico. La atención mundial hacia la misión muestra un creciente interés por Venus, un planeta que muchos durante años consideraron menos atractivo tras los éxitos en la exploración lunar y marciana. Sin embargo, el potencial para descubrir fenómenos únicos o incluso señales de vida microbiana han colocado a Venus nuevamente en el centro de la agendas de varias agencias espaciales y equipos de investigación. China, al apostar por esta misión con vistas en los años 2028 a 2035, demuestra su intención de jugar un papel protagónico en la exploración solar mediante proyectos complejos y de alto impacto científico.
