En el mundo de la tecnología, la gestión de sistemas críticos como los mainframes es considerada una tarea que exige experiencia, precisión y una comprensión profunda del entorno informático. Cuando pensamos en profesionales de alto calibre encargados de mantener estas máquinas, rara vez imaginamos que sean dos adolescentes quienes se ocupen de esa responsabilidad. Sin embargo, esta insólita historia, que ocurrió hace algunos años, nos muestra que la realidad puede ser mucho más sorprendente, y en ocasiones, caótica. La historia comienza con “Serge”, un joven de tan solo 16 años que consiguió un trabajo poco común para alguien de su edad: mantener un mainframe en una empresa que ofrecía servicios de procesamiento de datos. La jornada nocturna era su espacio y el de un amigo, quienes se turnaban para encargarse de supervisar que las operaciones programadas se llevaran correctamente a cabo, sobre todo aquellas que involucraban datos con diferentes zonas horarias.
El escenario de trabajo no era el de una moderna sala de servidores con pantallas interactivas, sino un entorno mucho más rudimentario, dominado por un DECwriter II. Para quienes no estén familiarizados, este dispositivo funcionaba como una impresora con teclado, pero sin monitor, reflejando en papel el resultado de los comandos que se tecleaban. La interacción en tiempo real era limitada, y la única forma de revisar lo que el sistema devolvía era a través de las páginas impresas. Este método implicaba no solo paciencia, sino también un fuerte compromiso con la precisión y la organización. Serge y su amigo aprendieron rápido que uno de los puntos críticos en su trabajo era asegurar el suministro constante del papel para el DECwriter.
Sin papel no había registro, y sin registro, era imposible verificar el éxito o fallo de una tarea. Cuando la responsabilidad de suministrar papel quedó en manos del amigo de Serge, su entusiasmo juvenil llevó a un error memorable: en un momento de apuro, agotó la reserva de papel y decidió improvisar insertando materiales inapropiados como cartón en la máquina. Este acto desesperado terminó generando un desastre que requirió la atención inmediata del equipo de día, dejando a Serge solo para enfrentar las consecuencias y continuar la vigilancia durante la noche. Este episodio refleja uno de los grandes desafíos de confiar tareas críticas a personas en formación o con poca experiencia: la improvisación puede convertirse en riesgo. Sin embargo, también muestra la capacidad de aprendizaje y resiliencia que los jóvenes pueden desarrollar frente a la tecnología.
Pero los problemas con el papel fueron solo el comienzo. En otra ocasión, un cliente solicitó la inclusión de un dato extra en un proceso nocturno que ya había sido lanzado. Serge, a pesar de su intención de cumplir, olvidó realizar el cambio antes de que el trabajo iniciase. Ante la disyuntiva de esperar una hora para reprocesar toda la información o hacer una manipulación manual, eligió esta última. Aquí es donde entró en juego su creatividad y, simultáneamente, su error.
Decidió falsificar un identificador único para añadir la información faltante al archivo, bueno, al menos así lo creyó. Lo que no consideró fue que todo quedaba registrado en las impresiones en papel, y su jefe, junto a un gerente, descubrieron la maniobra al siguiente día. La reacción fue inesperada: lejos de un castigo severo, fue reconocido por su ingenio y advertido de no repetir esa táctica. Su jefe parecía comprender que a veces, las soluciones rápidas surgen del aprendizaje en tiempo real cuando la experiencia no es aún suficiente. Este relato invita a reflexionar sobre cómo las organizaciones manejan la capacitación y responsabilidad de jóvenes en sectores críticos.
Por una parte, delegar tareas complicadas a adolescentes puede parecer una apuesta riesgosa, pero por otra, demuestra que con la guía adecuada pueden desarrollar habilidades valiosas y adaptarse a sistemas complejos. Asimismo, la historia apunta a los retos que implica la interacción con tecnología obsoleta, la importancia del papel físico como un registro tangible de las operaciones y las limitaciones a las que se enfrentaban los operadores en un mundo dominado hoy por interfaces digitales mucho más intuitivas. En el contexto actual, con la transformación digital y la automatización como protagonistas, recordar este tipo de anécdotas ayuda a comprender cuánto ha cambiado la forma de gestionar infraestructuras críticas y la necesidad constante de renovar el conocimiento y los procesos. Finalmente, el relato de Serge y su amigo es más que una aventura juvenil con ordenadores antiguos; es una lección sobre la importancia del aprendizaje práctico, la supervisión adecuada y el valor que pueden aportar incluso los operadores más jóvenes, siempre y cuando se les brinden las herramientas, el soporte y la confianza para crecer profesionalmente. En resumen, la experiencia de estos adolescentes encargados de un mainframe resulta, en muchos aspectos, un espejo donde se reflejan las dificultades reales de combinar juventud, tecnología, responsabilidad y crecimiento.
Un episodio inolvidable que no solo entretiene, sino que también alimenta la reflexión sobre cómo preparar a las futuras generaciones para manejar el legado tecnológico con sabiduría y eficiencia.