El pasado abril de 2025, gran parte de la península ibérica se vio sumida en un apagón masivo que fue considerado el peor de Europa en la memoria reciente. La magnitud del corte de energía afectó a millones de personas en España y Portugal, paralizando infraestructuras clave, desde sistemas de transporte hasta telecomunicaciones. Este suceso, que puso a prueba la resistencia de la sociedad moderna, reveló tanto la vulnerabilidad tecnológica como la capacidad humana para adaptarse y superar circunstancias extremas. La interrupción eléctrica no solo cortó el suministro de energía, sino que desencadenó una serie de efectos colaterales que resonaron en la vida cotidiana de las personas y en sectores vitales como el transporte, la restauración y la seguridad pública. La experiencia de los afectados aporta valiosas lecciones sobre la preparación ante emergencias y la importancia de la solidaridad comunitaria.
Una de las imágenes más impactantes del apagón fue la de los teleféricos en Sierra Nevada, en Andalucía, donde al menos dieciséis personas quedaron atrapadas en góndolas suspendidas sobre el vacío. La operación de rescate, llevada a cabo durante horas, consistió en habilitar un sistema de cuerdas para que los pasajeros pudieran descender por sí mismos, una situación que pareció sacada de una película de supervivencia, pero que se desarrolló en pleno siglo XXI. En la pequeña ciudad vasca de Eibar, once personas quedaron atrapadas en un ascensor público durante más de tres horas. Entre ellas había niños pequeños que, encerrados en ese estrecho espacio sin poder comunicarse con el exterior, encendieron la alarma emocional colectiva en quienes aguardaban abajo. La espera se hizo más tensa a medida que la temperatura en la cabina subía.
Los equipos de emergencia tuvieron que actuar con rapidez y delicadeza para abrir un hatch y permitir la circulación de aire fresco antes de liberar a todos con seguridad. La anécdota de una mujer embarazada que llevaba pañales en su bolso puso de manifiesto la importancia de pequeños detalles en una situación de crisis. La paralización del transporte público extendió el impacto del apagón. En ciudades como Madrid y Lisboa, los metros quedaron inmovilizados con miles de pasajeros atrapados en sus entrañas, algunas estaciones quedaron completamente a oscuras, y trenes se detuvieron en plena vía. Usuarios como Patricia Díaz se vieron obligados a permanecer en trenes durante más de un día, sin casi acceso a alimentos ni información clara sobre cuándo podrían proseguir.
Otros, como Renato y Diana, turistas argentinos, vivieron la angustia de un encierro prolongado en vagones donde el calor y la incomodidad eran insoportables, llamándose a sí mismos ‘naufragados en el siglo XXI’ porque, pese a los avances tecnológicos, se encontraron incomunicados y vulnerables. La ausencia de electricidad colapsó sistemas vitales para la movilidad: los semáforos dejaron de funcionar y el caos en el tráfico fue inevitable. En muchos cruces, conductores y peatones debieron negociar la circulación en un ambiente casi anárquico, a veces con la ayuda de policías o incluso inesperados ‘dirigentes’ que improvisaron señales, en uno de los casos utilizando un baguette para indicar el orden de paso en una esquina concurrida. La incertidumbre también se apoderó de la comunicación. Con las redes móviles caídas o funcionando de forma intermitente, muchas familias quedaron sin contacto durante horas, generando ansiedad y preocupación.
Sin poder usar teléfonos para saber el paradero de sus seres queridos, la sociedad vivió un retroceso inesperado a tiempos más primitivos, donde la información inmediata no estaba al alcance. Los establecimientos comerciales y de hostelería sufrieron pérdidas significativas. Restaurantes tuvieron que adaptarse rápidamente para continuar operando sin electricidad, un reto mayúsculo para locales de alto nivel que dependen de tecnología sofisticada y sistemas electrónicos para todo, desde la cocina hasta los pagos. Un ejemplo emblemático es el restaurante Disfrutar en Barcelona, reconocido internacionalmente y considerado el mejor del mundo. Cuando la luz se cortó justo antes de la llegada de los comensales que habían reservado con meses de anticipación, el equipo tuvo que improvisar utilizando cocinas de camping, velas y mucho ingenio para ofrecer un menú adaptado a las limitaciones.
Pero al finalizar, enfrentaron un nuevo reto: cobrar una cuenta que, debido a la caída de los sistemas de tarjetas y cajeros, tuvo que resolverse mediante la confianza y acuerdos de transferencia bancaria posterior. El impacto en la seguridad no se limitó a las molestias. Lamentablemente, las autoridades reportaron al menos cuatro muertes relacionadas con el apagón, entre ellas una mujer en Madrid que falleció por un incendio posiblemente originado por una vela, una consecuencia frecuente en estos escenarios donde la gente depende de fuentes alternativas de luz y calor. También se produjeron muertes por intoxicación por monóxido de carbono, asociadas al uso incorrecto de generadores, lo que subraya la necesidad de fomentar campañas de prevención y educación para estos contextos. No obstante, en medio del caos y la frustración, emergieron historias de solidaridad, humanidad y resiliencia.
Vecinos y desconocidos se ayudaron mutuamente, brindando espacios para dormir, comida, agua y apoyo emocional. En las principales estaciones ferroviarias, ciudadanos voluntarios acudieron con mantas, comida y ayuda, mientras otros arriesgaban su tiempo para ofrecer alojamiento ante la incapacidad de reservar hoteles llenos. Lo que pudo haber sido un episodio de miedo y desorganización se convirtió en un testimonio conmovedor de la capacidad de los seres humanos para unirse frente a la adversidad. Este apagón también encendió una alerta sobre la fragilidad de infraestructuras críticas. La dependencia casi absoluta de la electricidad para el funcionamiento de las ciudades modernas quedó en evidencia, desde el transporte público y la iluminación hasta los sistemas de pago y comunicación.
En un mundo cada vez más digitalizado y automatizado, garantizar la resiliencia energética y sistemas de respaldo se torna vital para prevenir futuras crisis similares. Además del impacto económico visible en el comercio y hoteles, sectores clave como la agricultura y la industria también sufrieron pérdidas debido a la interrupción de operaciones y el deterioro de productos perecederos. Los analistas comienzan a evaluar medidas no solo para fortalecer las redes eléctricas, sino para mejorar los protocolos de emergencia, capacitación ciudadana y planes de contingencia. En resumen, el apagón masivo que dejó a España y Portugal a oscuras en abril de 2025 fue un evento sin precedentes que expuso las debilidades y fortalezas de la sociedad contemporánea. A través de relatos de coraje, paciencia, creatividad y solidaridad, se dibuja una imagen de cómo las personas pueden adaptarse ante desafíos extremos y de cómo la comunidad puede convertirse en el mayor recurso en tiempos de crisis.
Al mismo tiempo, representa una llamada urgente a reforzar las infraestructuras y educar en prevención, para que nunca más tengamos que sentirnos ‘naufragados en el siglo XXI’.