El plan Made in China 2025 (MIC25) se lanzó en 2015 con la ambiciosa intención de transformar a China en una potencia industrial tecnológica avanzada, capaz de competir de igual a igual con las principales economías del mundo. Esta iniciativa marcó un cambio de paradigma en la estrategia industrial del gigante asiático, promoviendo la innovación tecnológica, la sustitución de importaciones y la internacionalización de sus empresas en 10 sectores industriales clave. En 2025, al culminar este ciclo de diez años, es esencial analizar si este plan realmente fue exitoso y qué implicaciones tiene para el panorama económico y tecnológico global. El análisis independiente realizado por el grupo Rhodium, respaldado por la Cámara de Comercio de Estados Unidos, nos ofrece un panorama detallado sobre los avances y las áreas donde China ha tenido que enfrentar desafíos importantes para alcanzar los objetivos planteados originalmente. El propósito del Made in China 2025 no fue solo el desarrollo tecnológico, sino también el impulso de una autosuficiencia estratégica en sectores donde China tradicionalmente dependía de tecnología extranjera.
Los 10 sectores incluidos en el plan son altamente sofisticados y abarcan desde la robótica, la aeronáutica y las tecnologías de la información hasta la fabricación de automóviles eléctricos y la biomedicina. Al fomentar la localización de tecnologías y promover que las empresas nacionales redujeran la brecha tecnológica, China buscó desplazar gradualmente a actores globales en estos ámbitos. Durante la primera mitad de la década, la inversión en investigación y desarrollo en China aumentó considerablemente, con el gobierno implementando políticas clave para financiar empresas locales, así como regulaciones que favorecían la compra de productos nacionales en sectores estratégicos. Este respaldo se tradujo en avances visibles: importantes empresas chinas emergieron como líderes en sectores como la tecnología 5G, la fabricación de semiconductores y las energías renovables, demostrando la capacidad de China para innovar y competir a nivel global. Sin embargo, no todo el panorama fue positivo.
Los ambiciosos objetivos de localización tecnológica chocaron con limitaciones estructurales. Uno de los principales retos fue el dominio global en la fabricación de semiconductores, una industria que requiere años de experiencia, infraestructura extremadamente sofisticada y acceso a cadenas de suministro complejas. A pesar de los esfuerzos para fomentar una industria local de chips, China sigue siendo dependiente en buena medida de proveedores extranjeros, especialmente de países como Taiwán y Corea del Sur. Esta dependencia tecnológica representa un punto crítico de vulnerabilidad para China y muestra que algunos de los objetivos del MIC25 fueron demasiado optimistas para un periodo de tiempo reducido. Otro aspecto a considerar es la reacción que generó el plan en la escena internacional.
El MIC25 fue percibido por muchas potencias occidentales como una estrategia agresiva destinada a consolidar posiciones monopólicas y eliminar la competencia extranjera, lo que derivó en tensiones comerciales y una mayor supervisión en términos de seguridad nacional. Estados Unidos y la Unión Europea, entre otros, respondieron con medidas como restricciones a la inversión extranjera china y vetos a ciertas tecnologías críticas. Estas acciones limitaron en algunos casos la expansión y la cooperación tecnológica que China esperaba en su plan, obligando al gigante asiático a redirigir o ajustar sus estrategias. Desde la perspectiva interna, los beneficios económicos derivados del MIC25 se han reflejado en un crecimiento constante de sectores tecnológicos y una mayor sofisticación en la manufactura. Empleos de alta tecnología y creación de capacidades en ciudades clave contribuyeron a modernizar la economía china, reduciendo la dependencia de la manufactura tradicional y de bajo costo.
Sin embargo, la transición también ha generado desafíos sociales, entre ellos la presión sobre las pequeñas y medianas empresas que tienen dificultades para adaptarse a los estándares elevados y la complejidad tecnológica requerida. La sostenibilidad del desarrollo alcanzado es otro tema que merece atención. El plan estimuló, sin duda, una innovación acelerada y un avance impresionante en infraestructura tecnológica, pero el futuro dependerá en gran medida de la capacidad de China para mantener este ritmo en un entorno internacional que se ha vuelto considerablemente más restrictivo. El control del talento, la seguridad cibernética y el acceso limitado a ciertos materiales esenciales para la alta tecnología serán factores clave para determinar si China podrá cerrar la brecha tecnológica con sus rivales globales de manera definitiva. En conclusión, el Made in China 2025 fue parcialmente exitoso.
Logró avances significativos, impulsó la transformación tecnológica y posicionó a China como un actor indispensable en industrias estratégicas a nivel mundial. Sin embargo, las barreras externas, la complejidad de algunos sectores y las limitaciones internas evidencian que no todos los objetivos se alcanzaron en su totalidad. El plan puso a China en una senda de desarrollo tecnológico acelerado, pero también expuso sus vulnerabilidades y la necesidad de ajustes en estrategias futuras. La experiencia acumulada servirá como base para nuevas iniciativas y políticas industriales que buscarán consolidar y ampliar el liderazgo tecnológico del país en las próximas décadas. A medida que concluimos este ciclo de diez años, el análisis independiente y las lecciones aprendidas serán fundamentales para que tanto China como los actores internacionales comprendan las dinámicas cambiantes de la manufactura avanzada y la innovación global.
El éxito del Made in China 2025 no debe medirse únicamente por su cumplimiento estricto, sino también por la transformación estructural que generó y el impacto duradero que tendrá en la interconectividad económica y tecnológica mundial.