La generación Z, conocida también como los Zoomers, está transformando profundamente la manera de entender lo que significa llevar una buena vida. A diferencia de generaciones previas que valoraban el éxito profesional por encima de otros aspectos, muchos jóvenes nacidos entre mediados de los 90 y principios de los 2010 están replanteando sus prioridades. Están optando por una vida más sencilla, enfocada en el bienestar personal, la estabilidad familiar y la independencia financiera, alejándose así de la cultura frenética y consumista que caracterizó a las generaciones anteriores. Un claro ejemplo de esta tendencia es la historia de Zosha Lyons, una joven de 25 años que halló en un pequeño pueblo de Indiana la vida que muchos en su generación desean. Aunque su plan inicial fue mudarse a Los Ángeles para seguir una carrera como guionista en Hollywood, la realidad económica y laboral la llevó a tomar decisiones radicales: en lugar de luchar en una industria saturada y en crisis, prefirió regresar a sus raíces y adquirir un terreno con su pareja en Perry County, un lugar tranquilo y asequible.
Esta elección no es un caso aislado. Cada vez más jóvenes están optando por abandonar las grandes ciudades y los estilos de vida depredadores del consumismo urbano. Por la dificultades económicas, la precariedad laboral y la constante presión social en las metrópolis, muchos Zoomers están redescubriendo el valor de las comunidades pequeñas, la conexión con la naturaleza y la calidad de vida que ofrece el equilibrio entre trabajo y vida personal. El fenómeno se explica también por una cuestión de valores y de expectativas. Los miembros de la generación Z crecieron en un entorno saturado por la tecnología, los medios sociales y una crisis global que incluye la pandemia, el cambio climático y tensiones económicas.
Estas experiencias han moldeado una visión del futuro donde el éxito ya no se mide únicamente en términos económicos o de posición social, sino en la capacidad de vivir con menos estrés, de construir relaciones significativas y de tener un propósito claro. Paralelamente, la priorización de la familia ha cobrado un protagonismo renovado. Muchos jóvenes zoomers están planeando tener hijos más temprano de lo que se solía considerar habitual y buscan asegurar un entorno estable y accesible para criar a sus hijos. La perspectiva de criar una familia en las grandes ciudades, con costos exorbitantes de vivienda y un ritmo de vida acelerado, termina siendo poco atractiva para ellos. Por eso deciden invertir en bienes raíces en localidades menos conocidas, donde el costo de vida es menor y la calidad de vida mayor.
Este cambio tiene repercusiones también en la industria inmobiliaria y en el mercado laboral. Los pueblos y pequeñas ciudades que antes parecían destinos poco atractivos están resurgiendo gracias a estas migraciones inversas. Empresas que entienden esta tendencia ofrecen incentivos para atraer a jóvenes profesionales, como el caso de las ofertas de reubicación que incluyen ayudas económicas para la compra de viviendas y facilidades para el trabajo remoto. Además, la generación Z está cuestionando el estilo de vida consumista que incluye gastos fugaces en productos de lujo, bebidas caras o entretenimiento superficial. Los $8 lattes y otras formas de consumo que antes parecían esenciales en ciudades como Los Ángeles o Nueva York ahora se perciben como prescindibles.
La generación Z busca una vida más auténtica y con propósito, donde el dinero se invierte en cosas que impactan directamente en su bienestar y en su futuro. La pandemia también jugó un rol fundamental en este cambio. El confinamiento y el trabajo remoto obligaron a muchos a reflexionar sobre el ritmo de sus vidas y a reconsiderar la importancia de vivir en zonas congestionadas. El trabajo desde casa y la conectividad digital han hecho posible que la distancia física no sea un obstáculo para lograr metas profesionales. Esto ha ampliado el abanico de opciones para quienes pueden elegir dónde vivir sin sacrificar sus carreras.
Los jóvenes de esta generación también están más conscientes de los problemas ambientales, lo que influye en su modo de vida. Prefieren adoptar prácticas sostenibles, valorar la naturaleza y optar por viviendas que les permitan un estilo de vida más sustentable. Esta actitud también impulsa la reinvención de espacios rurales y semiurbanos, que buscan responder a las nuevas demandas de calidad y conciencia ecológica. A nivel emocional, el enfoque en la salud mental también es un factor que marca la diferencia en cómo la generación Z define la buena vida. Hay un reconocimiento generalizado sobre la importancia de cuidar el bienestar psicológico y evitar el desgaste que suelen causar las ciudades grandes con sus presiones y ritmo acelerado.
La búsqueda de ambientes tranquilos, seguros y donde se tenga un sentido de comunidad forma parte integral de sus nuevas prioridades. En definitiva, la buena vida según la generación Z implica desprenderse de las formas tradicionales de éxito y abrazar una vida más equilibrada, con propósito y calidad. No se trata únicamente de dinero o fama, sino de bienestar físico, emocional y social, de tiempo para la familia, para uno mismo y para conectar con el entorno. Esta tendencia plantea un desafío para las grandes urbes, que deberán adaptarse para atraer de nuevo a estos jóvenes profesionales o perder la diversidad y la innovación que ellos aportan. También es una oportunidad para las comunidades pequeñas y medianas que pueden volverse polos de desarrollo integrados y sostenibles.
Así, mientras la generación Z reescribe su narrativa sobre lo que significa vivir bien, la sociedad en su conjunto está llamada a reflexionar sobre cómo ofrecer condiciones que permitan que la buena vida sea accesible para todos, con menos estrés, más estabilidad y una conexión auténtica con los valores personales y comunitarios. En un mundo cada vez más cambiante e incierto, esta redefinición trae esperanza y nuevas formas de concebir el bienestar y el éxito.