La revolución tecnológica, encabezada por el desarrollo imparable de la inteligencia artificial (IA) y la automatización, está remodelando la estructura del trabajo y la economía mundial a un ritmo acelerado. En este contexto, voces como la de Scott Santens se vuelven esenciales para comprender los impactos de estos avances y plantean con urgencia la necesidad de una Renta Básica Universal (RBU) como respuesta a esta nueva realidad. Scott Santens, reconocido defensor y experto en RBU, ha dedicado años a analizar cómo la automatización, especialmente la impulsada por la IA, está alterando los paradigmas laborales y económicos. Según él, la IA no solo automatiza tareas físicas o repetitivas, sino que está comenzando a reemplazar actividades cognitivas, como la toma de decisiones y procesos creativos. Esto representa un cambio radical respecto a anteriores olas de automatización, ya que plantea la posibilidad de que gran parte del trabajo tradicional desaparezca sin que surjan suficientes empleos nuevos para reemplazarlos.
Este fenómeno marca un antes y un después, debido a que el modelo histórico en que la tecnología destruía empleos en ciertos sectores pero generaba otros nuevos ya no parece sostenerse. Con herramientas como ChatGPT, lanzada en 2022, y modelos avanzados como DeepSeek, la capacidad de la automatización para impactar una gran variedad de profesiones y industrias es innegable y creciente. En sus reflexiones, Santens destaca que la rápida innovación en IA impone un ritmo difícil de frenar. Aunque algunos piden regímenes más cautelosos para controlar el desarrollo tecnológico, la competencia global y la velocidad de avance casi aseguran que la transformación será imparable. En consecuencia, esta evolución puede provocar una significativa dislocación económica para muchas personas, especialmente para quienes dependían de empleos susceptibles a la automatización.
Un punto crucial que Santens enfatiza es la desconexión entre el crecimiento de la productividad y la mejora en los salarios y condiciones laborales. Desde aproximadamente 1973, la productividad ha seguido aumentando, pero los salarios reales de la mayoría de la población se han estancado o incluso reducido en términos relativos. Esta divergencia ha provocado un aumento sin precedentes en la desigualdad económica, concentrando la riqueza en manos de un pequeño porcentaje mientras la mayoría experimenta precariedad y falta de acceso a oportunidades económicas dignas. Para ilustrar la magnitud de este fenómeno, Santens menciona estudios que cuantifican la pérdida de ingresos para el 90% inferior de la población en miles de billones de dólares, que han sido desviados hacia la élite económica. Este desequilibrio genera tensiones sociales y políticas profundas y evidencia que la automatización y la inteligencia artificial no son la causa exclusiva de mayor desempleo, sino que amplifican la desigualdad y la inseguridad económica existente.
Ante este panorama, la propuesta de implementar una Renta Básica Universal se presenta como una herramienta imprescindible para reconfigurar el sistema de protección social y económico. Santens describe la RBU como más que un simple mecanismo de transferencia monetaria; es un cambio en el paradigma que otorga a las personas la «capacidad de decir no y la libertad de decir sí». Esto significa empoderar a los individuos para rechazar trabajos explotadores o degradantes, pues contarían con un ingreso básico que garantice su supervivencia sin condiciones previas. Esta facultad redefine el contrato social del trabajo, haciendo que la participación laboral sea verdaderamente voluntaria y que las empresas tengan que competir por atraer talento ofreciendo condiciones dignas y salarios justos. Adicionalmente, la RBU incentiva a las personas a dedicarse a actividades que aportan significado y valor social, como el voluntariado o las actividades creativas, las cuales muchas veces son invisibilizadas o desvalorizadas en la economía tradicional.
La Renta Básica Universal también ofrece beneficios tangibles para la reducción de la pobreza y la inseguridad económica. A diferencia de programas focalizados que sufren de exclusiones, burocracia y altos costos administrativos, la RBU es sencilla y universal, garantizando que nadie quede fuera. Además, elimina los llamados «impuestos marginales altos» que afectan a quienes en programas sociales pierden beneficios al obtener ingresos laborales, lo que desincentiva el trabajo adicional. Por ejemplo, sin RBU, alguien podría recibir ayuda social pero al aceptar un trabajo remunerado perdería esa ayuda, generando un efecto neto cero o incluso negativo en su ingreso total. Con una RBU constante, ganar más siempre significa mejorar la situación económica, incentivando la participación laboral en mejores condiciones.
Otra dimensión vital es que la RBU crea un suelo económico estable que protege a los ciudadanos de caer en la pobreza extrema en situaciones de desempleo o crisis, reduciendo el estrés financiero y sus efectos negativos en la salud mental y cognitiva. Estudios han demostrado que la eliminación de la incertidumbre económica puede aumentar la capacidad intelectual incluso en términos medibles, lo que tiene repercusiones positivas en la sociedad en general. Además, cuando se combina con estructuras fiscales progresivas, la RBU puede contrarrestar las tendencias crecientes de concentración de riqueza. Esto implica gravar de manera justa a las personas y entidades que se benefician desproporcionadamente de la automatización y redistribuir esos recursos para beneficiar a toda la población. Así, no solo se ayuda a los más vulnerables, sino que se fortalece la estabilidad económica y social de toda la clase media.
La historia nos muestra que ideas similares a la RBU cuentan con precedentes y pruebas piloto que han indicado éxito en diversos contextos culturales y económicos. Desde los primeros escritos de Thomas Paine, pasando por iniciativas en Estados Unidos y Canadá en la segunda mitad del siglo XX, hasta experimentos recientes en países como Finlandia o España, los datos recogen mejoras en bienestar y reducción de desigualdad. No obstante, las presiones políticas y la falta de voluntad para implementar políticas audaces han limitado la expansión de la RBU. Santens enfatiza que el crecimiento exponencial de la IA y la automatización hacen urgente reconsiderar estas agendas y acelerar la adopción de programas que aseguren una vida digna para todos. En conclusión, la intersección de la inteligencia artificial, la automatización y la economía actual obliga a repensar los sistemas de bienestar social.
La Renta Básica Universal emerge como un instrumento clave para mitigar los efectos adversos de estas tecnologías, promover la justicia social y abrir nuevas posibilidades para que las personas elijan vidas plenas y significativas. Escuchar y actuar sobre estas propuestas es fundamental para construir una economía del siglo XXI que funcione para todos, sin dejar a nadie atrás.