En un contexto geopolítico cada vez más tenso, Taiwán es consciente de la amenaza militar que representa China, especialmente bajo el liderazgo del Secretario General Xi Jinping, quien ha dejado claro que está preparando a su país para un posible conflicto sobre la isla. Sin embargo, más allá de las capacidades materiales, económicas y militares, el mayor problema que enfrenta Taiwán para enfrentarse a esta amenaza es cultural. Esta limitación profunda afecta directamente su preparación y su capacidad para resistir ante un eventual ataque. La realidad es que Taiwán no puede depender solamente de Estados Unidos para su defensa. Aunque el papel de Washington es crucial, la preocupación sobre la credibilidad y la consistencia del compromiso estadounidense es una fuente constante de incertidumbre para los taiwaneses.
La política de ambigüedad estratégica que históricamente ha adoptado Estados Unidos respecto a su defensa de Taiwán alimenta esta duda, y la historia no siempre favorable hace que los ciudadanos de la isla cuestionen si su principal aliado realmente los protegerá en el momento crucial. Pero incluso un cambio hacia una postura más clara por parte de Estados Unidos no resolvería por sí solo los problemas de defensa de Taiwán. La autoconfianza de la población y, más importante aún, de las fuerzas armadas es vital. Sin una fe genuina en la capacidad propia para resistir y defenderse, ninguna cantidad de armamento o inversión financiera podrá asegurar una defensa efectiva. Y es aquí donde la cultura militar taiwanesa juega un papel determinante.
La estructura y cultura de las fuerzas armadas de Taiwán muestran deficiencias graves y arraigadas. En primer lugar, la falta de personal es una amenaza constante, con unidades clave subdotadas en hasta un 40%. Aunque Taiwán ha intentado revertir esto con la reinstauración del servicio conscripto obligatorio con una duración extendida, el impacto real de esta medida se verá a largo plazo y enfrenta severos desafíos para entrenar de forma adecuada a los nuevos reclutas. La carencia de formación avanzada y realista dista mucho de los estándares de preparación que serían necesarios para un enfrentamiento efectivo. Una ironía flagrante en este panorama es la sobreabundancia de oficiales generales y almirantes.
Con un ratio mucho mayor que el presente en fuerzas como las de Estados Unidos, esta concentración de altos mandos acarrea una burocracia pesada y poco eficiente que obstaculiza la innovación, la adaptación y la reacción rápida ante cambios tecnológicos y estratégicos. La calidad del entrenamiento militar también es insuficiente. Las maniobras suelen estar demasiado condicionadas y controladas, con resultado preestablecidos que limitan el desarrollo de tácticas realistas y la capacidad de toma de decisiones en condiciones de incertidumbre. Esta falta de entrenamiento riguroso se refleja en la escasez de oficiales capaces de liderar unidades con efectividad moderna y de difundir conocimientos necesarios para mejorar la preparación general. Además, Taiwán carece de una doctrina militar cohérente que oriente la adquisición de equipos, la estructura y la táctica.
El énfasis se ha mantenido en equipos convencionales y costosos, como aviones de combate y buques de desembarco, mientras se subestiman alternativas asimétricas y más resistentes como los sistemas móviles de misiles y la defensa territorial dispersa. La falta de una visión estratégica comprensiva y adaptada a la realidad actual de la isla dificulta la adecuada preparación para un conflicto asimétrico, cuya probabilidad ha ido en aumento. Pero por encima de las limitaciones materiales y organizativas, el problema cultural es el núcleo del problema. La identidad del cuerpo de oficiales taiwanés está fuertemente influida por la histórica Academia Militar de Whampoa, fundada en 1924 con un modelo basado en el ejército soviético de la época. Esta herencia marca hasta hoy la forma en que se piensa, se organiza y se practica el liderazgo militar, privilegiando la lealtad política, el clientelismo y la rigidez jerárquica por encima de la meritocracia, la innovación o el pensamiento estratégico flexible.
El aislamiento cultural interno de las fuerzas armadas respecto a la sociedad civil de Taiwán agudiza este problema. La herencia política del ex régimen autoritario de los Chiang, que utilizó al ejército como instrumento para reprimir y controlar, provocó una profunda desconfianza social hacia las fuerzas armadas. En la actualidad, muchos sectores civiles, sobre todo de las generaciones más jóvenes y de quienes apoyan al Partido Progresista Democrático, ven al ejército con recelo o incluso desprecio. A esto se suma la idea generalizada de que el servicio militar es una pérdida de tiempo en un contexto donde las opciones laborales y sociales tienden a alejar a los jóvenes de esa institución. La división política también juega su parte.
La identificación tradicional del cuerpo de oficiales con el Kuomintang, que hoy está en gran medida en oposición política, crea tensiones internas que dificultan la cohesión y la sinergia necesaria para transformar y renovar la fuerza militar. En el plano internacional, el aislamiento también fue una barrera. Tras 1979, cuando Estados Unidos cortó relaciones diplomáticas formales con Taiwán, cesaron las interacciones militares regulares con otras fuerzas armadas. Aunque hubo cierto resurgimiento de cooperación desde finales de los años noventa, la pérdida de vínculos durante dos décadas había empujado a la institución a una cultura conservadora y a una resistencia a la influencia o innovación externa. En una sociedad confuciana donde el respeto a la jerarquía y la antigüedad es prioridad, la idea de que un oficial joven pueda cuestionar a uno superior o proponer novedades se percibe como un acto insubordinado.
Este enfoque resulta incompatible con las demandas de una guerra moderna, que requiere flexibilidad, creatividad y capacidad de adaptación rápida a condiciones cambiantes. No obstante, el cambio cultural es posible y necesario. Sólo con una transformación profunda que elimine las estructuras jerárquicas excesivas y fomente una cultura de innovación, cuestionamiento e integración con la sociedad civil podrá Taiwán enfrentar eficazmente la amenaza que representa China. Las autoridades taiwanesas, en particular el presidente Lai Ching-te, deberían tomar medidas para articular una visión clara y precisa sobre la reforma de la cultura militar. Esto incluye recortar la cantidad excesiva de generales y almirantes, promoviendo a líderes abiertos a la innovación y a la reforma, sin importar su rango actual.
También será vital instaurar mecanismos de control civil sobre el ejército que aseguren su alineación con los objetivos nacionales y con los valores democráticos. Por su parte, la comunidad internacional, y especialmente Estados Unidos, puede jugar un papel de acompañamiento estratégico. Aunque la transformación cultural no puede ser impuesta desde fuera, Washington puede facilitar esta transición mediante la reducción de retrasos en la entrega de armas, evitando la saturación ineficaz de armamento y condicionando cierto apoyo a los avances en cultura militar. Además, una hoja de ruta clara para la defensa asimétrica, articulada por Taipei y respaldada por Washington, estructurará de mejor manera la coordinación entre agencias y la sociedad civil. Es esencial tener en cuenta que incrementar el gasto militar sin resolver la disfunción cultural puede resultar contraproducente.
La percepción de que las armas estadounidenses son un sustituto de la capacidad propia puede disminuir la motivación para que la población y el propio ejército taiwanés inviertan en su propia preparación. Esto llevaría a un círculo vicioso de dependencia y falta de compromiso con la defensa nacional. La defensa de Taiwán frente a una potencia militar en ascenso como China exige más que equipos sofisticados y acuerdos diplomáticos. Requiere una transformación societaria y militar, que revitalice los valores de servicio, resiliencia y estrategia adaptativa. La cultura militar debe evolucionar para reflejar la realidad actual, abrazando la innovación, la diversidad de pensamiento y la integración con la población civil a la que protege.
El tiempo apremia y el margen de error es mínimo. Para que Taiwán logre fortalecer su postura defensiva y mantener la estabilidad regional, debe encarar su desafío más profundo: superar la cultura heredada que limita su fortaleza y capacidad de adaptación. Solo así podrá aspirar a sostener una defensa auténtica y efectiva frente a la creciente agresividad china.