En un mundo donde las desigualdades económicas se amplían y las voces de protesta parecen ahogarse entre el ruido del consumismo y la autoexplotación, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han ofrece una perspectiva provocadora sobre la imposibilidad de la revolución en la actualidad. En su ensayo "Por qué la revolución ya no es posible", Han argumenta que la estructura del dominio neoliberal ha conseguido estabilizarse de tal manera que la resistencia, lejos de ser colectiva y visceral, se ha convertido en un fenómeno interno y solitario. A lo largo de la historia, la idea de revolución ha estado intrínsecamente ligada a la lucha contra la opresión. En sociedades disciplinarias, las estructuras de poder eran evidentes y concretas; los oprimidos podían identificar claramente a sus opresores y organizarse para rebelarse. Sin embargo, en la era neoliberal, esta dinámica ha cambiado radicalmente.
El poder no se manifiesta ya a través de la represión visible, sino que se expresa de manera seductora, haciendo que la autocomplacencia y la autoexplotación sean las nuevas formas de dominación. El neoliberalismo ha transformado al trabajador oprimido en un "emprendedor de sí mismo". En esta narrativa, ya no hay una lucha de clases en el sentido tradicional; en su lugar, cada individuo se convierte en su propio jefe, luchando contra un enemigo que es, en última instancia, sí mismo. Esta internalización del conflicto ha dado lugar a una especie de depresión y agotamiento que, según Han, impide cualquier tipo de levantamiento colectivo. Las estadísticas son impactantes: en países como Corea del Sur, la tasa de suicidio se ha disparado, y muchos de los que sufren lo hacen en un silencio ensordecedor, dirigiendo la agresión hacia sí mismos en lugar de hacia el sistema que los oprime.
La autora Naomi Klein menciona que las crisis sociales y económicas pueden ofrecer oportunidades para reprogramar radicalmente la sociedad. Sin embargo, lo que han demostrado las recientes crisis, como la financiera en Corea del Sur, es que el consenso social se ha vuelto casi absoluto, y las personas, en lugar de levantarse contra la injusticia, han caído en una apatía devastadora. Cuando el poder opera bajo la ilusión de la libertad, la resistencia se vuelve casi imposible. Todos se sienten "libres", incluso mientras están atrapados en una red de autoexplotación que les lleva al desgaste y la desesperación. Un aspecto inquietante que Han destaca es la transformación del concepto de comunidad.
En lugar de una verdadera comunidad que apoya y protege a sus miembros, vivimos en una era de "economía de compartir", donde la amistad y la solidaridad se ven distorsionadas por la necesidad de competir y tener éxito a nivel individual. Esta ilusión de comunidad está firmemente ligada al capitalismo, que ha logrado encontrar formas de comercializar incluso el deseo de conexión humana. La economía de compartir, aunque presentada como un avance hacia un modelo más colaborativo y humano, no es más que una nueva forma de capitalismo que transforma relaciones humanas en mercancías. Además, el fenómeno de la digitalización ha exacerbado esta tendencia. Las plataformas que prometen facilitarnos la vida a menudo terminan convirtiéndonos en productos, donde nuestras interacciones son monitoreadas, comercializadas y convertidas en datos.
En este contexto, la noción de "compartir" se convierte en una trampa, donde el verdadero significado de comunidad y colaboración se diluye en el océano de la competencia personal. En la práctica, somos más solitarios que nunca, atrapados en un ciclo de autoexplotación que nos lleva a pensar que nuestro valor reside únicamente en nuestra productividad. La forma en que Han presenta el poder es fundamental para entender su argumento. A diferencia de las estructuras de poder que se imponen a través de la represión, el poder contemporáneo se expresa mediante la seducción. Las personas no son forzadas a obedecer; en cambio, se les presenta una narrativa que les lleva a creer que están eligiendo su propia destinación.
Este tipo de poder es más difícil de desafiar porque los individuos ni siquiera reconocen que están sometidos. En lugar de luchar contra el sistema, se culpan a sí mismos por sus fracasos. La imposibilidad de la revolución en la actualidad surge de la incapacidad de formar una "multitud" colaborativa y conectada que se oponga a esta forma de dominación. La soledad y el aislamiento son las constantes en la vida moderna, y esto se traduce en la falta de un sujeto colectivo que pueda levantarse contra las injusticias. Cuando la competencia y el individualismo predominan, los movimientos sociales tienden a fragmentarse y debilitarse.
Así, el filósofo surcoreano responde a la pregunta sobre la viabilidad de la revolución con un desalentador: en un contexto donde todos están compitiendo entre sí, separados y desilusionados, no es posible formar un frente unido. El resultado es un ciclo de descontento individual que no logra convertirse en un descontento colectivo. Las luchas que alguna vez fueron unidas ahora son disputas solitarias, y eso es lo que hace que la revolución, tal como la conocemos, sea insostenible. En última instancia, la crítica de Han hacia el neoliberalismo y su estructura de poder nos invita a reflexionar sobre nuestro propio papel en este sistema. Si queremos que la revolución vuelva a ser posible, tal vez debemos comenzar por repensar nuestra relación con el trabajo, la comunidad y el poder.