Los elementos de tierras raras, a pesar de su nombre, no son realmente elementos escasos en la corteza terrestre. Se trata de un grupo de 17 elementos químicos ubicados en la tabla periódica que, debido a su singularidad y propiedades físicas y químicas, se han convertido en materias primas indispensables para tecnologías modernas y estratégicas. Aunque estos elementos no son raros en términos de abundancia, su extracción y procesamiento presentan retos enormes debido a la complejidad técnica, los costos elevados y los impactos ambientales asociados. Estos elementos, comúnmente denominados «tierras raras», juegan un papel fundamental para fabricar productos que van desde los dispositivos móviles como smartphones y audífonos, hasta tecnologías de última generación como motores eléctricos de vehículos eléctricos, aviones de combate como el F-35, drones sofisticados, equipos médicos como máquinas de resonancia magnética, submarinos nucleares y turbinas eólicas que generan energía renovable. En definitiva, las tierras raras se han convertido en el «oro del siglo XXI» por su valor estratégico y tecnológico.
Uno de los grandes problemas globales que rodea a los elementos de tierras raras es la concentración casi monopólica de su producción y procesamiento en China. Actualmente, China produce entre el 60 y 70% de estos elementos a nivel mundial y domina aproximadamente el 90% del proceso de transformación y separación que convierte el mineral bruto en materiales utilizables, así como alrededor del 95% en la producción de imanes permanentes derivados de tierras raras. Esta concentración ha generado alarma entre gobiernos, sectores empresariales y expertos en seguridad nacional frente al riesgo de dependencia y vulnerabilidad de las cadenas globales de suministro. Históricamente, Estados Unidos fue líder mundial en la explotación y procesamiento de tierras raras. Desde mediados del siglo XX, la mina de Mountain Pass en California fue una fuente clave para este tipo de minerales, al tiempo que empresas estadounidenses desarrollaban tecnologías punteras para aprovechar sus propiedades.
Sin embargo, esta hegemonía empezó a perderse cuando, en los años ochenta, la empresa estadounidense Molycorp, líder en la industria, firmó acuerdos con compañías mineras chinas para expandir la producción. Estos acuerdos incluyeron la transferencia de tecnologías y planos para la construcción de plantas de separación en China. Este movimiento, que inicialmente buscaba la reducción de costos mediante la subcontratación, resultó ser un error estratégico. En lugar de emplear a China como simple proveedor, el país asiático decidió invertir a fondo en la industria, construyendo cientos de plantas de procesamiento y desarrollo ubicadas cerca de sus minas. Gracias a factores como mano de obra relativamente barata, menores regulaciones ambientales y apoyo gubernamental decidido, China aceleró el desarrollo de su sector de tierras raras.
Para finales de los años noventa, China había superado a Estados Unidos en la producción y procesamiento, lo que desplazó la industria a nivel global. La mina de Mountain Pass incluso llegó a cerrar en 2002 debido a problemas económicos y ambientales. La situación se agravó más cuando empresas estadounidenses como General Motors vendieron sus instalaciones de producción de imanes permanentes a inversionistas chinos, quienes poco tiempo después cerraron plantas en territorio estadounidense trasladando sus operaciones a China. El dominio chino en tierras raras no solo es una cuestión comercial. En varias ocasiones, el gobierno chino ha utilizado restricciones a las exportaciones como herramienta política o estratégica.
En 2010, por ejemplo, restringió temporalmente estas exportaciones a Japón durante una disputa diplomática. Más recientemente, en respuesta a los aranceles impuestos por la administración Trump, China impuso licencias para exportar imanes permanentes y siete elementos considerados críticos, lo que afecta especialmente a países con escasa capacidad de procesamiento propio. Pero, ¿qué hace tan difíciles a las tierras raras? A pesar de estar relativamente distribuidos por el planeta, su extracción es compleja, pues los minerales que las contienen están mezclados con otros elementos y requieren procesos químicos avanzados para separar y purificar cada elemento individualmente. Este procesamiento no solo es costoso, sino que representa un dilema ambiental debido a la generación de residuos tóxicos. En Estados Unidos, en los últimos años ha habido un resurgimiento del interés por reconstruir la cadena de suministro doméstica de tierras raras.
Proyectos como la reapertura de la mina de Mountain Pass por parte de MP Materials en 2018 y la construcción de instalaciones para procesar y producir imanes en Texas han recibido inversiones y subsidios del Departamento de Defensa. Entre 2020 y 2024, el Pentágono aportó cientos de millones de dólares para apoyar la producción nacional y reducir la dependencia de China. Sin embargo, la capacidad estadounidense aún está muy lejos de la china, que puede producir cientos de miles de toneladas métricas al año, mientras que las cifras estadounidenses se mantienen en decenas de miles. Además, no basta con extraer el mineral, sino que es necesario desarrollar toda la cadena industrial que integra procesamiento, manufactura y tecnología para aprovechar plenamente estos materiales. Profesionales como Jack Lifton, veterano de la industria, opinan que el país probablemente no podrá igualar la escala china debido a las complejidades y costos involucrados.
Pero consideran que las políticas gubernamentales pueden impulsar un mercado competitivo, mientras naciones como Brasil o India podrían emerger como competidores importantes en el futuro. Un punto importante que se debate es la demanda real de tierras raras y si el desarrollo de una industria doméstica masiva resulta económicamente justificable. Aunque su uso es esencial en ciertas tecnologías avanzadas, su volumen en términos absolutos es pequeño comparado con otros metales o minerales. Por ejemplo, la demanda global de acero supera los mil millones de toneladas anuales frente a solamente unas cientos de miles de toneladas de tierras raras. Desde una perspectiva de seguridad nacional, el Pentágono utiliza una fracción pequeña de la demanda total global, por lo que contar con una cadena de suministro local suficiente para cubrir esta demanda es más plausible.
No obstante, la demanda en sectores como vehículos eléctricos y energías renovables puede fluctuar debido a cambios en políticas y avances tecnológicos, por ejemplo, investigaciones que buscan desarrollar imanes potentes sin tierras raras podrían afectar el crecimiento futuro del mercado. A pesar de los desafíos, las discusiones políticas y económicas en torno a los elementos de tierras raras continuarán siendo centrales. La competencia geopolítica, las metas de autonomía tecnológica y los intereses comerciales aseguran que este tema mantenga su relevancia en los próximos años. El esfuerzo por diversificar las fuentes de suministro y desarrollar tecnologías alternativas será clave para garantizar un acceso estable y seguro a estos recursos que sostienen gran parte de la economía moderna y la defensa nacional. En suma, los elementos de tierras raras son mucho más que un conjunto de metales poco conocidos.
Constituyen el fundamento de innumerables avances tecnológicos y estratégicos, un recurso cuyo control tiene implicancias globales profundas. Entender su importancia, la historia de su producción y los retos actuales es imprescindible para quienes analizan el futuro industrial y geopolítico del mundo.