En el panorama actual de la investigación médica, el camino hacia la aceptación y estudio de sustancias como el cannabis y los psicodélicos ha sido largo y plagado de obstáculos. La doctora Sue Sisley es una figura emblemática en esta lucha, cuyo trabajo ha abierto puertas que parecían cerradas para siempre debido a regulaciones estrictas y prejuicios sociales. Su historia no solo refleja un compromiso científico sino también una profunda empatía hacia pacientes olvidados por el sistema convencional, especialmente los veteranos militares que sufren trastornos como el estrés postraumático. Desde los primeros días de su carrera, Sisley se vio marcada por la necesidad de atender a veteranos estadounidenses que recurrían al cannabis en el mercado negro para aliviar sus síntomas. Originalmente escéptica, llegó a considerar esas prácticas como meros intentos de buscar droga.
Sin embargo, con el tiempo comprendió que el sistema médico tradicional no satisfacía las necesidades reales de estos pacientes. Era evidente que el tratamiento estándar no siempre era efectivo para controlar pesadillas, ansiedad y otros síntomas asociados al trastorno por estrés postraumático, condiciones en las que el cannabis resultaba ser una ayuda tangible. Este cambio de perspectiva fue crucial para Sisley, quien comenzó a cuestionar la narrativa oficial sobre los riesgos y beneficios del cannabis. En un país donde la Ley de Sustancias Controladas de 1970 había clasificado tanto el cannabis como ciertos psicodélicos como drogas de la Lista I, con calificación de sin uso médico aceptado y alto potencial de abuso, la investigación científica quedó paralizada. Esta clasificación impedía no solo el uso recreativo o medicinal, sino también el estudio serio de estas sustancias.
Para Sisley, el desafío era doble: luchar contra prejuicios arraigados y derribar barreras institucionales destinadas a mantener bloqueada cualquier investigación en estos campos. La iniciativa estatal y privada en algunos estados permitió un inicio tímido en la legalización con fines medicinales, pero el gobierno federal seguía inmovilizado y poco interesado en financiar o aprobar estudios. Sisley fue una de las pocas voces que se atrevieron a defender públicamente el derecho a investigar el cannabis medicinal en Arizona. Su compromiso llamó la atención de Rick Doblin, fundador de la Multidisciplinary Association for Psychedelic Studies (MAPS), una organización sin fines de lucro que comenzó a recaudar fondos para llevar adelante ensayos clínicos con psicodélicos y cannabis. Doblin reconoció en Sisley a una investigadora dispuesta a desafiar el statu quo y darle un enfoque científico riguroso a estas sustancias.
En 2014 se logró un avance fundamental gracias a una inversión de dos millones doscientos mil dólares del estado de Colorado y la aprobación de la FDA para realizar el primer ensayo controlado aleatorizado en el mundo con cannabis fumado para tratar el trastorno de estrés postraumático en veteranos. Sin embargo, el progreso se encontró con la política gubernamental y la burocracia universitaria, provocando que la Universidad de Arizona no renovara el contrato con Sisley. Ella interpretó que esto fue resultado del rechazo político hacia cualquier investigación relacionada con cannabis, incluso siendo un proyecto legítimo y respaldado por los votantes del estado. Lejos de desanimarse, este revés la impulsó a emprender un camino independiente. Sisley cofundó el Scottsdale Research Institute, adquirió un lugar y creó un laboratorio propio en Phoenix, Arizona.
A partir de ahí, la investigación tomó un nuevo rumbo, aunque el suministro de cannabis para el estudio trajo nuevos problemas. La única fuente avalada por el gobierno federal era la Universidad de Mississippi, que entregaba cannabis en condiciones inadecuadas: polvoriento, lleno de ramas y moho, lejos de la calidad que los pacientes podían conseguir en dispensarios. Este hecho evidenció la falta de apoyo e infraestructura para realizar un estudio con estándares adecuados. Los resultados reflejaron que, aunque algunos participantes mostraron mejoría, no fue suficiente para alcanzar la significancia estadística, lo que supuso un duro golpe para la investigación. Sisley sospechaba que si los pacientes hubieran podido consumir cannabis de calidad comercial, las mejoras habrían sido mayores, evidenciando la necesidad de reformar el sistema de aprovisionamiento.
Su labor de divulgación llevó a Sisley a recorrer conferencias y eventos, ayudada por su inseparable perro guía Dodger, para visibilizar las barreras que frenaban los avances científicos en este ámbito. En 2016, la Agencia de Control de Drogas (DEA) anunció una política para ampliar la oferta de cannabis para investigación, un cambio esperado desde hace décadas. Sisley solicitó entonces una licencia para cultivar cannabis con fines clínicos, pero el proceso se estancó por más de dos años, un retraso que ponía en peligro el desarrollo de su ensayo avanzado. Frustrada por la lentitud burocrática, Sisley encontró apoyo legal en Texas con los abogados Matthew Zorn y Shane Pennington, quienes le ayudaron a demandar a la DEA en 2019. Esta acción judicial obligó al gobierno a responder y revelar que el suministro estaba monopolizado por la Universidad de Mississippi por motivos acordados en tratados internacionales.
La presión llevó a la DEA a comenzar a procesar solicitudes para cultivar cannabis de grado médico, facilitando una ampliación necesaria para investigaciones rigurosas y con variedades equivalentes a las utilizadas por pacientes reales. El impacto de la demanda judicial fue trascendental no solo para Sisley, sino para todos los investigadores que buscaban superar las trabas legales y científicas. En 2020 se llegó a un acuerdo que permitió avanzar, y para Sisley la batalla valió la pena porque abrió puertas para mejorar la calidad de vida de miles de personas que sufren enfermedades crónicas, dolor y trastornos mentales, especialmente aquellos que no respondían a tratamientos convencionales. Su historia también se entrelaza con desafíos personales. Desde su nacimiento ha tenido baja visión y depende de dispositivos de asistencia tecnológica y de su perro guía para cumplir con sus funciones en la medicina y la investigación.
Este hecho agrega una dimensión más de fortaleza y dedicación en su carrera. En su trabajo médico actual Sisley ha ampliado su interés hacia el cuidado de pacientes terminales y el posible rol de las sustancias psicodélicas en aliviar el sufrimiento existencial y físico en estas etapas. Su experiencia personal con el dolor de perder a su padre y observar el alivio que le otorgaron microdosis de psilocibina y LSD a su madre con demencia le reforzó la convicción del enorme potencial terapéutico de estas sustancias para lograr una calidad de vida digna hasta el final. Respecto a los psicodélicos, Sisley ha investigado el uso de psilocibina, compuesta en ciertos hongos alucinógenos, como tratamiento para condiciones difíciles como los dolores intensos, las crisis de salud mental y el suicidio. A diferencia del cannabis, que se consume regularmente, la terapia con psilocibina se administra en pocas sesiones altamente controladas, acompañadas de apoyo psicológico profundo para aprovechar los efectos terapéuticos.
Obtener la licencia para cultivar estas setas fue notablemente más sencillo que con el cannabis, lo que muestra una evolución en la percepción sobre los psicodélicos en la regulación federal. Su equipo ha trabajado en protocolos innovadores para administrar los compuestos de manera efectiva y estable, superando dificultades como el sabor desagradable y la dificultad para ajustar dosis estándar. Finalmente lograron mascar chocolates con psilocibina que cumplen con las exigencias de la FDA, un avance destacado que puede democratizar y facilitar la investigación con hongos medicinales. Hoy, el trabajo de Sisley atrae la atención global y la demanda de investigadores de todo el mundo que buscan acceder a hongos legales para sus estudios, lo que representa un paso esencial para validar y ampliar este campo emergente. La historia de la doctora Sue Sisley es un ejemplo claro de cómo la ciencia puede avanzar cuando se desafían las barreras políticas, sociales y legales.
Su lucha refleja la importancia de escuchar las necesidades reales de los pacientes y romper con el prejuicio para adoptar nuevas formas de entender y tratar enfermedades complejas. Su batalla continúa, pero ha sentado las bases para que la investigación del cannabis y las sustancias psicodélicas siga creciendo en legitimidad y rigor, acercando tratamientos innovadores a quienes más los necesitan. Con resiliencia y convicción, Sisley ha demostrado que la medicina no debe estar limitada por antiguas normas cuando está en juego la salud y el bienestar humanos.