En un mundo marcado por el calentamiento global y sus impactos cada vez más visibles, la lucha contra el cambio climático requiere de enfoques innovadores y colaborativos que reconozcan el valor de las voces indígenas. Los agricultores y custodios nativos de la tierra han sido guardianes de prácticas agrícolas sustentables durante generaciones, basando su relación con la naturaleza en el respeto profundo, la observación detallada y el cuidado reciproco. Al entrelazar esa sabiduría ancestral con los avances en la ciencia climática moderna, emergen estrategias que pueden marcar una diferencia significativa en la resiliencia ambiental y la justicia social. Mary Oxendine, originaria del condado de Robeson, Carolina del Norte, es un ejemplo vivo de esta unión entre tradición y ciencia. Proveniente de una familia de agricultores lumbee, su infancia se vio inmersa en labores agrícolas y en la transmisión oral de conocimientos ancestrales.
Al retomar su conexión con la tierra tras la muerte de su padre, Mary descubrió que el cultivo no solo era un medio de subsistencia, sino también un vínculo espiritual y cultural. Para ella, cultivar representa una relación profunda con las plantas y el entorno, donde cada acción está cargada de un respeto que busca el equilibrio y la reciprocidad con la naturaleza. Para Oxendine, el impacto ambiental debe evaluarse con sensibilidad. Por ejemplo, el uso de insecticidas no solo afecta los insectos nocivos, sino que repercute en polinizadores esenciales, aves y la calidad del agua, evidenciando la necesidad de prácticas agrícolas conscientes que consideren el ecosistema en su totalidad. El conocimiento indígena ofrece una perspectiva distinta frente a la crisis climática.
Mientras los fenómenos meteorológicos extremos, el aumento del nivel del mar y la pérdida de biodiversidad dominan los discursos globales, las comunidades indígenas analizan el clima y la tierra mediante la observación diaria y el estudio de sus antecedentes culturales. Beth Roach, miembro de los Nottoway Indians en Virginia, junto con Justin "Fix" Račhakwáhstha Cain, cofundadores de la Alianza de Guardianes de Semillas Nativas, son custodios destacados de estas prácticas. Su trabajo se basa en observar los cambios en el ambiente local, anticipar las transformaciones en las zonas de cultivo y preparar semillas que puedan adaptarse a esas nuevas condiciones climáticas. Además, utilizan nombres tradicionales de lugares y los traducen para analizar cómo sus ancestros entendieron la interacción entre el agua, la tierra y el clima, permitiendo una comprensión más profunda de las dinámicas naturales. Las técnicas indígenas como la quema cultural controlada demuestran cómo la interacción consciente con el entorno puede revitalizar ecosistemas degradados.
La eliminación planificada y cuidadosa de plantas invasoras mediante el fuego permite que el suelo respire, promueve el resurgimiento de plantas nativas y regula naturalmente las plagas. Este ciclo de renovación beneficia la biodiversidad y reduce la necesidad de intervenciones químicas dañinas. No obstante, los efectos contaminantes de actividades industriales, como la emisión de dióxido de carbono, compuestos tóxicos y plásticos, representan graves amenazas que afectan no solo la atmósfera, sino también cuerpos de agua, suelos y la salud humana y animal. A esto se suma la negación de derechos territoriales indígenas, la violencia y las presiones legales que dificultan la participación plena de estos pueblos en la gestión de sus tierras ancestrales. La recuperación de estas tierras y la reinstauración de prácticas tradicionales son esenciales para la restauración ecológica y el bienestar comunitario.
Programas como el Stewarding Native Lands, impulsado por First Nations Development Institute, trabajan para fortalecer la capacidad de gestión indígena sobre tierras federales mediante acuerdos de cogestión con agencias como el Servicio Forestal y el Bureau of Land Management. Estos contratos de estado soberano a soberano buscan brindar autonomía y recursos a las comunidades nativas para restaurar sus territorios, incrementar la fuerza laboral preparada y adaptar sus técnicas de conservación al contexto contemporáneo. Paralelamente, iniciativas de financiamiento, como el Clean Communities Investment Accelerator respaldado por la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, facilitan inversiones en proyectos comunitarios enfocados en la reducción de gases de efecto invernadero. Estas inversiones no solo abordan la crisis climática, sino que generan empleos locales, fortalecen negocios comunitarios y mejoran las condiciones de salud, creando así modelos integrales de desarrollo sostenible. En Minnesota, Makoce Ikikcupi, un proyecto de justicia reparadora liderado por la comunidad Dakota, trabaja en la recuperación de tierras ancestrales y la restauración de prácticas tradicionales.
Luke Black Elk, director agrícola del proyecto, destaca la importancia de que la tierra indígena sea retornada a las manos de sus verdaderos custodios sin que las nuevas generaciones tengan que comprar lo que legítimamente les pertenece. La conexión con sus raíces y la reafirmación de su soberanía representan pilares fundamentales para la revitalización cultural y ambiental. El rescate de conocimientos se fortalece también a través del aporte de educadores comunitarios como Chana J. White, apicultora y agricultora que promueve la transmisión de saberes sobre los ciclos agrícolas y las señales naturales para anticipar cambios climáticos. La observación de animales y plantas se convierte en un termómetro vivo para anticipar la lluvia o el crecimiento de cultivos, reforzando una relación íntima con el entorno.
Imaginar una sociedad que honre la tierra en lugar de explotarla implica que las comunidades indígenas sean incorporadas activamente en las discusiones y decisiones ambientales a nivel local, nacional e internacional. Su participación debe ser reconocida, valorada y compensada, garantizando acceso a sus territorios ancestrales para implementar modelos de manejo sostenibles desde una perspectiva culturalmente fundamentada. Beth Roach sintetiza esta visión de futuro inspirada en el principio indígena de pensamiento a siete generaciones: garantizar que las acciones de hoy protejan el agua, la tierra y las semillas para que las próximas generaciones puedan prosperar en armonía con el planeta, preservando su cultura y justicia en igualdad de condiciones. El desafío climático global es complejo, pero la combinación del conocimiento tradicional indígena con la experiencia científica contemporánea ofrece un camino prometedor hacia la sostenibilidad. El respeto a la tierra, la conexión espiritual con los elementos naturales y la adopción de tecnologías apropiadas forman la base para una gestión ambiental efectiva y justa.
Reconocer y apoyar a los agricultores indígenas como protagonistas clave no solo ayuda a combatir el cambio climático, sino que también sostiene la diversidad cultural y ecológica que nuestro planeta necesita para sobrevivir y florecer.