El sistema de control del tráfico aéreo en Estados Unidos enfrenta desde hace décadas uno de sus mayores desafíos. Reconocido como un sistema obsoleto y desgastado, su modernización se ha convertido en una necesidad crítica para garantizar la seguridad y eficiencia del transporte aéreo nacional. En este contexto, la Administración Trump presentó un plan ambicioso bajo la presentación oficial del «Brand New Air Traffic Control System Plan», que pone un foco especial en la inversión económica y la actualización tecnológica, pero que, a juicio de muchos expertos, omite abordar los problemas estructurales más profundos del sistema. El sistema actual dependiente de la Administración Federal de Aviación (FAA) ha quedado rezagado frente a modelos internacionales, como el de NavCanada, considerado un referente por su eficiencia y modernización. Según reportes de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental de Estados Unidos (GAO), aproximadamente el 40% de los sistemas que componen la infraestructura del control aéreo estadounidense son “insostenibles”, lo que expone a la aviación a riesgos significativos, evidenciados en un promedio de 300 casi colisiones anuales.
Frente a este panorama, el Departamento de Transporte (DOT) planteó la urgencia de una inversión para rescatar y actualizar la operatividad del sistema, reconociendo que la solución requerirá una suma considerable de recursos económicos y un ajuste en la gestión y administración del servicio, tarea que históricamente ha sido compleja por la coexistencia y a veces contradicción del FAA como operador y regulador. El plan presentado por la Administración Trump propone una serie de grandes inversiones y actualizaciones tecnológicas en un plazo de tres años, incluyendo un pedido de fondos suplementarios que aún no especifica la cifra exacta, aunque una asignación de 12.5 mil millones de dólares aprobada por la Cámara de Representantes ha sido descrita como un primer pago para el plan. Una parte crítica de la propuesta es la creación de un «capital account» dedicado exclusivamente a largo plazo, buscando romper con la dependencia de la FAA respecto a las apropiaciones anuales del Congreso, que históricamente han limitado la capacidad de ejecución en proyectos de infraestructura a largo plazo. Entre las mejoras técnicas que contempla el plan resaltan la aceleración en la migración de circuitos de telecomunicaciones de 4,600 sitios a tecnologías de fibra óptica e IP wireless, sustituyendo el antiguo cobre que se espera sea retirado pronto por los proveedores de telecomunicaciones.
Además, se prevé reemplazar aproximadamente 25,000 radios analógicos y 800 conmutadores de voz por sistemas VoIP, reducir las doce configuraciones de radares primarios legacy a un máximo de dos modelos nuevos y actualizar 44 aeropuertos equipados con sistemas ASDE-X/ASSC, además de implementar tecnología de supervisión de superficies en otros 200 aeropuertos. El plan también abarca la expansión de ADS-B en zonas críticas como el Caribe y regiones remotas de Alaska, y la sustitución del antiguo Sistema de Gestión de Flujo de Tráfico Aéreo por un software moderno llamado Flow Management Data & Services, un sistema que, pese a su antigüedad de más de medio siglo, sigue en funcionamiento. Se busca también la incorporación de Terminal Flight Data Manager en 89 torres para digitalizar las antiguas tiras de vuelo en papel, y la creación de una plataforma común para automatizaciones que eventualmente reemplazará tanto a ERAM como a STARS, dos de los principales sistemas de control actuales. No menos importantes son las mejoras previstas en infraestructura física, atendiendo problemas de calefacción, ventilación, aire acondicionado (HVAC), eliminación de asbestos, plagas y mitigación de daños por inundaciones en las instalaciones. Se planifica además incrementar la tasa de reemplazo de torres de control de una por año, que mantiene un ciclo de 300 años, a cuatro o cinco anualmente, reduciendo el ciclo de recambio a aproximadamente 80 años.
Pese a las importantes inversiones y actualizaciones, el plan presenta críticas serias sobre su falta de voluntad para reformar la organización que administra el control aéreo. La FAA continúa siendo a la vez regulador y operadora del sistema, una situación que, según expertos y organismos internacionales como la Organización de Aviación Civil Internacional (ICAO), representa un conflicto de interés que dificulta la rendición de cuentas y la toma de decisiones objetivas para la seguridad y mejora del sistema. A nivel mundial, modelos como el de NavCanada operan bajo una estructura corporativa sin fines de lucro gestionada por los mismos actores del sector aeronáutico —gobierno, aerolíneas y sindicatos— que financian las operaciones mediante tarifas de usuario y bonos a largo plazo, lo que garantiza mayor autonomía financiera y operativa, además de modificar los incentivos hacia la eficiencia y la innovación. Asimismo, la propuesta de la administración Trump no aborda de manera clara ni contundente la necesidad de establecer metas y métricas de desempeño específicas para el sistema, ni cómo se medirá y reportará el avance hacia ellas. Esta ausencia de objetivos medibles genera inquietud sobre la capacidad para supervisar el impacto real de las inversiones y los cambios.
Uno de los puntos más delicados sigue siendo la falta de personal capacitado para el control de tráfico aéreo. Aunque el plan reconoce la problemática y hace referencia a iniciativas para acelerar la formación, como el programa collegiate training que valida y apoya la formación universitaria para controladores, no plantea soluciones estructurales para revertir la falta de controladores y la alta tasa de deserción que afecta la eficiencia del sistema. Muchas voces dentro del sector y la sociedad civil opinan que sin cambios de fondo en la cultura organizacional, la burocracia, las prácticas de contratación y la supervisión, simplemente aumentar el presupuesto y hacer mejoras tecnológicas puede no ser suficiente para lograr los resultados esperados. La experiencia histórica muestra que la FAA ha tenido dificultades reiteradas para cumplir con los plazos de proyectos y la integración exitosa de nuevas tecnologías. La comunidad también debate la decisión del plan de mantener dependencia en tecnologías terrestres heredadas como radares en tierra y sistemas ADS-B/In, en lugar de apostar por tecnologías más avanzadas y implementadas en otros países, como los sistemas ADS-B basados en satélites y operaciones basadas en trayectorias, que permiten un control más preciso y eficiente del tráfico aéreo.
En el plano político, hay un consenso generalizado sobre la importancia de invertir en la seguridad y modernización del sistema de control del tráfico aéreo, pero las diferencias surgen en torno a la forma en que se deben manejar los recursos, la estructura de la administración y las prioridades del plan. El debate involucra tanto a legisladores, agencias gubernamentales, aerolíneas, sindicatos y expertos en aviación. El plan de la Administración Trump representa un impulso decidido por actualizar la infraestructura tecnológica y afrontar el atraso acumulado durante años, pero al mismo tiempo refleja las limitaciones y complejidades institucionales de un sistema que requiere no solo dinero, sino también reformas profundas para garantizar mayor transparencia, eficiencia y seguridad. La modernización del sistema de control del tráfico aéreo en Estados Unidos sigue siendo un reto mayúsculo. Avanzar en este proceso no depende únicamente de inversiones millonarias, sino de una reestructuración que separe de forma clara los roles de operador y regulador, que mejore los procesos de formación y retención de personal, que establezca indicadores claros de desempeño y que permita una gobernanza más ágil y menos susceptible a influencias políticas pasajeras.
Si bien el plan presentado señala la dirección para resolver problemas tecnológicos antiguos y revitalizar infraestructuras, la comunidad aeronáutica, los expertos y el público requieren una transformación más integral que asegure que los recursos invertidos generen verdaderos avances en la seguridad aérea y la experiencia de los viajeros. En este sentido, la inversión es solo el primer paso de una travesía más compleja y necesaria para posicionar al sistema de control del tráfico aéreo estadounidense a la vanguardia en seguridad, eficiencia y modernidad.