En la última década, la tecnología ha transformado radicalmente nuestra manera de comunicarnos. Sin embargo, la irrupción exponencial y generalizada de la inteligencia artificial (IA) en plataformas de mensajería, correos electrónicos y redes sociales está generando un cambio mucho más profundo y complejo que solo la mera velocidad o accesibilidad de la comunicación. La gran pregunta que surge ahora es: ¿enviaste el mensaje, pero realmente lo escribiste tú? Esta inquietud no es solo filosófica, sino una experiencia cada vez más común. Muchas personas, incluso aquellas que han mantenido relaciones cercanas y profesionales durante años, se encuentran con mensajes que parecen no reflejar la voz, el estilo o la intención genuina del remitente. Textos estructurados con precisión casi quirúrgica, con un nivel de formalidad inusitado, y un lenguaje pulido que sorprende por su sofisticación, parecen más producto de un algoritmo que de una conversación humana.
Este fenómeno no solo cambia la forma, sino que desafía la esencia misma de la comunicación: la autoría y la intención. Tradicionalmente, al leer un mensaje, confiamos en que detrás de ese texto existe una persona con pensamientos y emociones propias. Pero en la era de la IA, ese vínculo se debilita. El mensaje se convierte en una mezcla híbrida de creatividad humana y generación artificial, y la línea entre lo que es auténtico y lo que ha sido asistido o incluso fabricado por una máquina se vuelve cada vez más difusa. La comunicación asistida por IA está expandiendo el alcance y la eficiencia con que expresamos ideas, pero también plantea desafíos éticos y sociales inéditos.
¿Podemos seguir creyendo que reconocemos el tono o la intención cuando tantos mensajes están mediados por modelos de lenguaje avanzado? ¿Cómo interpretamos una disculpa excesivamente pulida o un agradecimiento que suena demasiado equilibrado y diplomático para ser sincero? ¿Y qué sucede con los mensajes que son demasiado detallados o personales, al punto de parecer intrusivos o inquietantes, revelando datos que solo un observador omnipresente podría conocer? La realidad es que hemos entrado en una etapa en la que la creación de mensajes se asemeja más a un experimento masivo y colectivo con IA que a una interacción humana tradicional. Muchas personas utilizan la inteligencia artificial para mejorar sus textos, desde un correo electrónico profesional hasta un simple mensaje en Slack. Pero esta asistencia trae consigo una serie de comportamientos nuevos y a veces extraños, que reflejan la adaptación y a la vez la resistencia a esta nueva normalidad. Por ejemplo, en varias ocasiones podemos encontrar conversaciones que se tornan demasiado formales o estructuradas para el contexto, como si un informe académico se colara en la charla diaria. Este tipo de mensajes pueden saturar o incluso frustrar a los interlocutores, haciendo que la dinámica espontánea y fluida de la comunicación se detenga.
Otras veces, se detecta una práctica cada vez más extendida de copiar directamente la salida de la IA sin modificarla, lo que puede resultar en textos que suenan genéricos, desentonados o incluso incoherentes con la voz original del remitente. Además, está la conducta conocida como “prompt pong”, en la que una persona recibe un mensaje generado por IA, lo introduce a su vez en la herramienta para pedir una respuesta igualmente artificial, y luego la envía sin apenas intervenir. Esto puede generar hilos de conversación plagados de lenguaje denso y sin un propósito claro, en los que se pierde completamente la esencia de un intercambio comunicativo humano. Por otro lado, la aparición de nuevos “escritores” asistidos por IA está transformando la identidad misma del autor. Personas que no tenían el hábito o la confianza para expresarse por escrito, de repente comienzan a producir ensayos largos, reflexivos y profesionales, influenciados por el feedback y la generación de contenido de las máquinas.
Esto supone tanto un empoderamiento como un dilema sobre lo que significa “ser un escritor” en un mundo donde la máquina colabora mano a mano en el proceso creativo. Otra manifestación es la dependencia excesiva de la IA para generar ideas, lo que puede conducir a un debilitamiento de la capacidad crítica y creativa individual, un fenómeno que algunos llaman “promptosis”. Cuando toda originalidad se delega a la inteligencia artificial, la comunicación pierde autenticidad y variedad, volviéndose repetitiva y carente de un punto de vista claro. Además, interpretamos cada vez más los mensajes no solo en su superficie, sino tratando de imaginar qué indicaciones internas o “subprompts” se le dieron a la IA para producir ese texto. En lugar de responder directamente a un contenido, nos cuestionamos cuál fue el objetivo o la emoción que se intentó transmitir mediante instrucciones al modelo, generando una especie de análisis meta-lingüístico que complica aún más la interacción sincrónica.
La personalidad artificial también ha alcanzado un nivel inquietante con mensajes que parecen conocer detalles personales que no deberían estar al alcance del remitente, cruzando la delgada línea entre lo relevante y lo invasivo. Este tipo de mensajes generan una sensación ambivalente que puede resultar tanto fascinante como perturbadora, recordándonos el enorme poder y los riesgos de la hiperpersonalización algorítmica. Los errores o “accidentes” tecnológicos de comunicación también están presentes: mensajes que muestran literalmente el prompt original en la conversación, revelando la instrucción utilizada para modelar el texto y quebrando la ilusión de espontaneidad y naturalidad. Estos episodios pueden generar vergüenza, pero también visibilizan la complejidad y fragilidad de esta nueva forma de expresión híbrida. Por último, la edición asistida con IA, a lo que podemos llamar “GPTune”, actúa como un filtro estilístico que pule y estructura los textos, pero puede diluir la voz auténtica y transformar un mensaje genuino en un discurso más impersonal y corporativo.
La sinceridad percibida disminuye, dando paso a expresiones emocionales que resultan demasiado perfectas y por ello, menos conmovedoras, un fenómeno etiquetado como “syntherity”. Este nuevo ecosistema de comunicación asistida por IA requiere que seamos conscientes de los cambios que estamos experimentando como individuos y como sociedad. Es fundamental desarrollar una nueva alfabetización comunicativa que incluya la capacidad de identificar cuándo un mensaje ha sido asistido o generado por inteligencia artificial y entender las implicaciones que eso tiene en la confianza, la interpretación y la interacción humana. Aunque estas herramientas tienen un enorme potencial para aumentar nuestra productividad, mejorar ideas y facilitar la expresión, también nos desafían a reflexionar sobre la esencia de la comunicación: la autenticidad, la responsabilidad y la conexión humana. Debemos aprender a usar la inteligencia artificial con intencionalidad, añadiendo siempre nuestra voz, nuestro criterio y nuestra intención para que el mensaje final conserve su sentido original y la relación con la otra persona se mantenga real y significativa.
El futuro de la comunicación, en este sentido, será una danza constante entre lo humano y lo artificial, en la que el equilibrio y la transparencia jugarán un papel esencial para no perder lo que hace única nuestra forma de relacionarnos: la capacidad de expresarnos con sinceridad, vulnerabilidad y creatividad propia. Este nuevo capítulo invita a todos los usuarios a reflexionar sobre cuándo y cómo emplean la IA para comunicarse, y a desarrollar un lenguaje y una cultura que reconozca y aborde estos comportamientos emergentes. Aprender a navegar esta era de mensajes híbridos es esencial para mantener la autenticidad y la confianza en nuestras relaciones personales y profesionales, y para sacar lo mejor de la tecnología sin sacrificar nuestra esencia como comunicadores.