En las primeras horas del 29 de octubre de 2024, un edificio de apartamentos en Beit Lahia, en el norte de Gaza, se convirtió en el epicentro de una de las tragedias más impactantes de la reciente guerra entre Israel y Hamas. El ataque aéreo israelí que colapsó el edificio fue el responsable directo de la muerte de 132 integrantes de la familia Abu Naser, un clan extenso que representaba varias generaciones y diversas profesiones, incluidos estudiantes universitarios, artesanos y ancianos. Esta pérdida masiva no solo marcó un momento sombrío en la historia del conflicto, sino que también destacó la compleja realidad de la vida civil atrapada en medio de una guerra destructiva y prolongada. Para comprender la magnitud de esta tragedia, es fundamental situarla en el contexto del enfrentamiento Israel-Hamas. La tensión explota violentamente el 7 de octubre de 2023, cuando Hamas lanza un ataque que cobra la vida de cerca de 1,200 personas en Israel y secuestra a más de 250, lo que desencadena una ofensiva masiva israelí en la Franja de Gaza.
Durante un año, el ataque aéreo, las incursiones terrestres y las operaciones militares devastan la región causando la muerte de más de 51,000 personas según datos oficiales de Gaza y generando una crisis humanitaria sin precedentes que asola a familias, barrios completos y la infraestructura vital de la zona. La familia Abu Naser fue víctima directa de esta violencia. El edificio donde habitaban más de 200 personas, muchas refugiadas de otras partes de Gaza y familias extendidas que buscaron refugio conjunto, fue declarado objetivo militar bajo la justificación de los militares israelíes de que un “observador enemigo” se encontraba en el techo. A partir de esa alegación, el ejército realizó un ataque que destruyó por completo la estructura y causó la muerte de más de 130 personas, incluyendo a bebés, niños, mujeres embarazadas, ancianos y adultos jóvenes. La devastación material estuvo acompañada del dolor emocional profundo de los sobrevivientes.
Waseem Abu Naser, uno de los pocos que lograron salir con vida tras quedar atrapado bajo los escombros junto a su hijo de siete años, relató desde su cama de hospital el horror vivido aquella mañana. El sonido del derrumbe, los gritos por ayuda, y el descubrimiento insoportable de familiares y amigos fallecidos entre los restos, pasaron a formar parte de una memoria colectiva marcada por la pérdida y la desesperanza. La dificultad para evacuar la zona debido a los bombardeos continuos y el bloqueo militar impidió que brigadas de rescate internacionales acudieran con prontitud, lo que aumentó la cantidad de víctimas. Los propios vecinos y sobrevivientes tuvieron que organizar la recuperación de cuerpos y la atención primaria a los heridos, logrando en medio de la tragedia enterrar a más de 100 personas en fosas comunes improvisadas, muchas veces sin poder siquiera identificar a las víctimas individualmente. Uno de los episodios más conmovedores fue la labor de Ola Abu Naser, una joven de 27 años, quien decidió registrar meticulosamente los nombres y edades de los muertos para no permitir que sus historias se perdieran en el anonimato.
Su lista, escrita con tinta verde, se convirtió en un testimonio tangible que denuncia la magnitud del desastre y la brutalidad del conflicto. En ella, no solo hay nombres y números; hay sueños truncados, proyectos de vida inconclusos, familiares que jamás volverán a reunirse. Desde el punto de vista sociodemográfico, la tragedia exhibe la vulnerabilidad de la población civil, donde más del 40% de las víctimas eran niños y adolescentes. El rango de edad de las personas fallecidas abarca desde un bebé de seis semanas llamado Sham hasta miembros mayores de la familia con casi 80 años. Además, la destreza para reconstruir la estructura familiar a partir de los datos permitió identificar al menos diez núcleos familiares que fueron completamente eliminados en un solo instante, evidenciando la magnitud catastrófica del ataque.
El impacto en la comunidad va más allá del dolor personal: la destrucción del vecindario y la vivienda ancestral de la familia Abu Naser se puede constatar también mediante imágenes satelitales y vistas aéreas con drones que muestran el avance de la devastación entre octubre de 2023 y febrero de 2025. La zona quedó reducida a escombros, forzando a los sobrevivientes a desplazarse a casas parcialmente dañadas o buscar refugio en otras áreas de Gaza bajo condiciones precarias y en medio de la continuidad del conflicto. En términos políticos, el incidente generó condenas internacionales y fue descrito como un “incidente horrendo” por el Departamento de Estado de Estados Unidos, que solicitó explicaciones al gobierno israelí. Sin embargo, aunque el ejército israelí prometió investigar el evento, sigue existiendo opacidad y controversia sobre la precisión de las justificaciones presentadas y la responsabilidad en la pérdida masiva de vidas inocentes. Los testimonios revelan que los militares desconocían la concentración de civiles en el edificio y que la orden de ataque se basó en la suposición de que la mayoría había abandonado el área tras los avisos de evacuación enviados previamente.
Esta visión subraya las dificultades inherentes a los cálculos militares que combinan objetivos estratégicos con el riesgo inevitable para la población civil, pero también plantea debates éticos sobre la proporcionalidad y la protección de los derechos humanos durante las operaciones bélicas. Por otra parte, las historias individuales y familiares que emergen del desastre humanizan la tragedia y ofrecen un contrapunto necesario frente a las estadísticas frías. Los relatos de pérdidas de esposas, padres, hermanos y abuelos reconstruyen un panorama íntimo que permite descubrir el costo humano real y añadir voces a un conflicto que parece muchas veces lejano o reducido a cifras contingentes. Además, la experiencia de la familia Abu Naser refleja la resistencia y la dignidad frente a la adversidad. A pesar de la destrucción, los sobrevivientes continúan cuidando de sus heridos, buscando medios para sobrevivir y honrando la memoria de sus seres queridos.
La imagen emblemática con el cartel que nombra a los “mártires de la masacre Abu Naser” frente a las ruinas muestra un acto de reclamación y memoria que desafía a la guerra y al olvido. Este episodio invita a reflexionar sobre el efecto devastador que los conflictos prolongados generan en las comunidades civiles, especialmente en zonas densamente pobladas y con servicios limitados. La tragedia de la familia Abu Naser nos confronta con la urgencia de buscar soluciones políticas que prioricen la vida, la convivencia pacífica y el respeto a los derechos fundamentales, para evitar la repetición constante de estas fatalidades. La documentación realizada por periodistas, organizaciones independientes como Airwars y el trabajo conjunto con las familias afectadas constituyen un esfuerzo crucial para preservar la verdad y exigir rendición de cuentas. Reconstruir quién estaba en el edificio, crear mapas de daños y mantener viva la memoria colectiva son pasos esenciales para que estas vidas no sean borradas en el anonimato que suele envolver a las víctimas civiles en la guerra.
En un mundo donde los conflictos armados continúan causando daños irreparables, las historias como la de la familia Abu Naser representan una llamada a la empatía y la acción. La máxima “Perdóname, primo, ahora estoy escribiendo tu nombre con los muertos” refleja ese pacto doloroso entre el dolor por la pérdida y la necesidad inquebrantable de recordar y nombrar a cada víctima. Son nombres que exigen un espacio en la memoria histórica y que claman por un futuro donde el horror de la guerra no destruya más sueños ni apague más vidas.