El 2020 fue un año de grandes desafíos para el mundo, pero también de oportunidades para la introspección y el descubrimiento personal. Para mí, ese año se convirtió en el momento ideal para sumergirme en el fascinante universo de los sintetizadores, un viaje que comenzó casi por casualidad y terminó transformándose en una pasión profunda por la síntesis y la creación musical electrónica. Mi historia con los sintetizadores puede aportar una visión cercana y honesta a quienes sienten curiosidad por esta disciplina, mostrando tanto las barreras iniciales como las satisfacciones que surgen del aprendizaje y la exploración. Todo comenzó con la invitación de un amigo, Eric Sewell, que impartía una clase de música por computadora en el Nuevo México Tech. Originalmente, no tenía intenciones de tomar clases relacionadas con la música, ya que mi interés era más bien por materias como el álgebra lineal.
Sin embargo, la idea de conectar la música con la computadora me atrajo. Siempre me había gustado la música, pero nunca había aprendido a tocar un instrumento. Pensé que quizá la computadora podría ofrecer un camino distinto, una forma de avanzar sin la necesidad de adquirir destrezas manuales o años de práctica tediosa. La clase utilizaba Csound, un entorno de programación para síntesis sonora. Las conferencias combinaban aspectos técnicos de su uso, conceptos básicos de síntesis y la escucha crítica de obras de compositores pioneros en música electrónica.
Aunque la mayoría de esas obras me resultaron complicadas o sólo interesantes desde un punto de vista intelectual, algunas, como "The Bull" de Morton Subotnik, llamaron mi atención y las escuché repetidamente. Fue también en esta etapa cuando tuve un momento revelador al darme cuenta de que podía replicar, con Csound, el característico sonido de apertura de la serie Regular Show, simplemente manipulando el filtro de una onda sierra. Tras alguna semanas en clase, comprendí que la síntesis de hardware podría facilitarme la creación musical. La complejidad de diseñar sonidos y estructuras rítmicas en Csound, sumado al lento ciclo de programación-compilación-escucha-ajuste, hacía que el proceso fuera frustrante. Además, la sensación de estar programando en lugar de tocar un instrumento tradicional me alejaba de mi objetivo de disfrutar la música de una manera más directa.
Esta reflexión me llevó a comprar un sintetizador hardware: el Uno Synth, a mediados de febrero. Este sintetizador me pareció atractivo por su sonido analógico cálido y su precio asequible. No tiene un teclado convencional, sino controles de perillas para moldear el sonido, lo que me pareció ideal dado mi desconocimiento en instrumentos tradicionales y mi intención de evitar el aprendizaje formal. Sin embargo, pronto descubrí varias limitaciones. Por ejemplo, para ajustarlo completamente, era necesario usar una aplicación complementaria conectada vía USB, lo que generaba ruido eléctrico que afectaba la calidad del sonido.
Además, alimentarlo por batería resultaba poco práctico debido a su corta duración y recomendación de evitar baterías recargables por su alto consumo energético. El uso cotidiano también evidenció fragilidad en su construcción, especialmente luego de que uno de mis hijos lo dejara caer, dañando el compartimento de baterías y provocando problemas adicionales de ruido. Aunque el timbre del Uno Synth tiene un carácter sucio que me gustaba, estas dificultades hicieron que mi entusiasmo disminuyera. Hoy, recomiendo prudencia si tu presupuesto es limitado; tal vez es mejor destinar el dinero a otras opciones o ahorrar para un equipo más confiable y versátil. Posteriormente, en abril, descubrí el Elektron Model:Cycles.
Este dispositivo llamó mi atención por su enfoque en la síntesis FM y la facilidad para construir patrones rítmicos complejos, como polirritmos o polímetros. La integración de "workflow" propia de Elektron me parecía prometedora, y la habilidad para conectarlo directamente por USB sin necesidad de una interfaz de audio externa hizo la grabación mucho más accesible. Durante el mes siguiente trabajé intensamente con el Model:Cycles y pude crear varias composiciones que publiqué en SoundCloud. Sin embargo, me sentí un poco frustrado frente a la calidad de los resultados comparados con artistas profesionales. Entendí tarde que el dispositivo tiene predeterminado un patrón con una máquina de cada tipo, lo que me llevó a limitarme inconscientemente a estructuras sencillas, con un solo bombo, caja, platillo y melodías básicas.
Además, aunque cuenta con capacidades para síntesis FM interesantes, la falta de un teclado tradicional y mis escasas habilidades para tocar melodías dificultaron el uso de frases melódicas complejas. De modo que, si bien el Model:Cycles es capaz y ofrece amplias opciones sonoras, personalmente no me terminó de convencer a largo plazo. Para quienes se interesan en la "filosofía Elektron", es una herramienta asequible para explorar su flujo de trabajo, pero en mi caso lo veo más como una caja de ritmos que como un sintetizador melódico pleno. También adquirí una Pocket Operator PO-12 para la creación de beats, cuyo uso me resultó más directo y satisfactorio en comparación. Paralelamente a la exploración de hardware, me interesé en profundizar en la teoría detrás de la síntesis sustractiva, un método clásico especialmente difundido en sintetizadores analógicos.
Encontré Syntorial, una plataforma de entrenamiento auditivo diseñada para ayudar a aprender a crear sonidos sólo escuchándolos y manipulando controles relacionados. Este enfoque de "aprender haciendo oídos": entrenar para identificar y recrear patches, me cautivó. Con la ayuda de descuentos durante la pandemia, comencé a avanzar en este entrenamiento y lo aplicaba en mis experimentos con el Uno Synth, aunque, como ya comenté, el sintetizador mostraba sus límites. Una meta que se iba perfilando era tener un sintetizador con teclado tradicional para avanzar no sólo en técnicas de síntesis sino también para ir familiarizándome con teoría musical, escalas y acordes. Entre las opciones valoradas estaba el Yamaha Reface CS, pequeño y portátil, y el Arturia MatrixBrute, de mayores dimensiones.
Sin embargo, un golpe de suerte y una promoción de verano me llevaron a adquirir el Moog Matriarch, un sintetizador analógico semimodular con un diseño sonoro excepcional y posibilidades amplias para experimentación con modulación y patching. El Matriarch fue, sin duda, el punto de inflexión en mi experiencia. Tenía una calidad sonora inigualable y me brindó la oportunidad de tomar lecciones con Eric, centradas no en piano tradicional, sino en aspectos básicos de la teoría musical y técnicas para tocar el teclado más acorde a la experimentación con sintetizadores. En cuestión de meses mejoré lo suficiente para tocar escalas, formar acordes y realizar improvisaciones personales. Esta progresión generó un fuerte entusiasmo y una comprensión más profunda del mundo musical que parecía inalcanzable al inicio.
Esta etapa confirmó que evitar el teclado por desconocimiento era un error. La representación visual y táctil que ofrece un teclado estándar es fundamental para comprender la música y el control de un sintetizador. Además, la lógica musical está basada en la distribución de las notas en este formato, lo que mejora la intuición y la capacidad de manipulación sonora. La experiencia con el Moog Matriarch me hizo también apreciar la modularidad controlada y me alejó de la idea de los sistemas modulares completos que pueden ser costosos y complicados. En paralelo a estos avances en hardware, comencé a comprender la importancia del protocolo MIDI en todo el ecosistema de la síntesis.
Mi idea inicial era errónea, pensando que MIDI era sólo un formato de archivo para notas. Sin embargo, en la clase y luego en la práctica, descubrí que MIDI es un estándar vital para comunicación musical en tiempo real, permitiendo que dispositivos y softwares se conecten y controlen mutuamente. Un software que me ayudó a conceptualizar esta dinámica fue ORCΛ, el cual ofrece una especie de entorno para diseñar interconexiones entre sintetizadores y controladores MIDI. A pesar de ser divertido de usar, resulta limitado para composiciones completas, pero cumplió el rol de abrirme los ojos hacia lo que MIDI realmente representa: la base que permite interactividad y sincronización entre máquinas y DAWs. Hacia finales de año, un cambio importante fue aceptar el uso de estaciones de trabajo de audio digitales (DAW) para la producción musical.
Inicialmente evité el computador para no replicar la frustración y el distanciamiento que sentí con Csound. Pero gracias al empuje de mi amigo Drew Medlin y la curiosidad por combinar varias grabaciones, empecé a experimentar con GarageBand y descubrir Ableton Live, que me impresionó por su interfaz y funcionalidad. Buscando alternativas compatibles con Linux, probé algunos programas hasta encontrar Bitwig Studio, que destacó no sólo por ser multiplataforma, con una interfaz moderna y elegante, sino por su profunda integración con síntesis modular dentro del DAW, mediante Poly Grid. Esta herramienta ofrece un espacio modular visual, que, a diferencia de otras opciones como VCV Rack, es intuitiva y poderosa, permitiendo la creación y manipulación sonora dentro del entorno del DAW, sin salir del flujo creativo. Bitwig también me permitió entender cómo la modulación puede ser integrada a nivel de dispositivos, pistas y efectos de una forma natural, explotando conceptos recursivos y estructuras de datos avanzadas, algo que, como programador, me fascinó y facilitó la experimentación.
Reflexionando sobre toda esta trayectoria, experimenté una profunda revalorización de la música electrónica y la influencia de los sintetizadores en géneros populares. Bandas que admiraba desde hace años, como Devo, CHVRCHES o Charli XCX, usan extensamente sintetizadores para moldear sus sonidos. Incluso en mis raíces metálicas y de rock clásico, el sintetizador aparece con fuerza, como en "Rising" de Rainbow, que abre con un solo de Moog. Era como haber estado siempre agradeciendo a este instrumento sin conocerlo verdaderamente. Todo este año fue, en suma, un camino de asombro, aprendizaje y redescubrimiento musical.
Agradezco a quienes me guían y acompañan en esta ruta, tanto en términos técnicos como emocionales. El mundo de la síntesis es amplio, desafiante y apasionante. Para quienes sienten la llamada de las máquinas y las melodías electrónicas, les aconsejo que se adentren con paciencia, que exploren tanto hardware como software, y que tengan en cuenta que la clave está en la combinación de teoría, experimentación y, sobre todo, en disfrutar el proceso de convertir ideas en sonido.