En la era digital actual, donde las redes sociales cumplen un papel crucial en la comunicación, la información y la interacción social, la cuestión de la descentralización se ha convertido en un tema de gran relevancia. Sin embargo, existe una diferencia esencial entre ser descentralizado y ser descentralizable que a menudo se pasa por alto en las conversaciones sobre el futuro de Internet y las plataformas sociales. Entender esta distinción es fundamental para valorar cómo podemos avanzar hacia un ecosistema digital más libre, abierto y justo para todos los usuarios. La descentralización, en su esencia, implica que una red o plataforma funcione de manera distribuida, sin que una única entidad controle o centralice toda la información y las decisiones. Esto significa que los usuarios pueden elegir servidores, mantener el control de sus datos y tener la capacidad real de migrar entre comunidades o proveedores sin perder sus conexiones ni sus contenidos previos.
En contraste, el concepto de ser descentralizable apunta a la posibilidad teórica de que una plataforma centralizada pueda, en algún momento, convertirse en descentralizada, pero sin que esta condición exista realmente en la práctica ni se refleje en la experiencia diaria del usuario. Un ejemplo paradigmático de cómo la descentralización beneficia a los usuarios es la comparación entre diferentes modelos de redes sociales que compiten como alternativas a los gigantes centralizados. Mastodon representa una plataforma descentralizada que permite a sus usuarios correr sus propios servidores o unirse a comunidades determinadas, conservando el control sobre su presencia digital y la interacción con otros usuarios. En cambio, proyectos como Bluesky, aunque posean un diseño para ser potencialmente descentralizables, funcionan mayormente bajo un modelo centralizado con costos operativos y barreras que dificultan que individuos o pequeñas comunidades mantengan sus propios nodos o servidores. Este punto es crucial, pues la descentralización real depende no solo de la arquitectura técnica, sino también de la accesibilidad y viabilidad económica para los usuarios.
Si una plataforma es descentralizable solo en teoría, pero en la práctica las exigencias de mantenimiento, costos o complejidad técnica excluyen a la mayoría de los usuarios de tomar control responsable de su experiencia, entonces el beneficio democrático de la descentralización se pierde. Además, la consecuencia directa de que las plataformas sociales sean verdaderamente descentralizadas implica una competencia más justa y un ecosistema menos propenso a monopolios o decisiones arbitrarias que afecten a millones de personas. Al saber que pueden migrar fácilmente entre comunidades o servidores, los usuarios pueden imponer demandas reales de transparencia, mejores políticas y calidad de servicio a sus proveedores. Para ilustrar esta idea, vale la pena remitirnos a una experiencia que hemos tenido durante décadas con la portabilidad de números telefónicos. Antes, cambiar de operador implicaba perder el contacto con amigos y familiares porque se debía abandonar el número original.
La introducción de la portabilidad creó un salto cualitativo en libertad para los usuarios y competencia en el mercado telefónico. En ese sentido, la descentralización en internet y las redes sociales debería seguir un camino similar con dominios personales, servicios basados en estándares abiertos y la posibilidad efectiva de mover nuestra identidad social y digital sin trabas. Los dominios propios y los estándares abiertos en la comunicación en línea reflejan este principio: ofrecen a los usuarios la capacidad de decidir dónde y cómo quieren estar, utilizando tecnologías compatibles entre sí. El correo electrónico es un claro ejemplo de un servicio basado en estándares abiertos que ha permitido una competencia robusta y elección real para los usuarios durante décadas. Sin embargo, en el universo de las redes sociales tradicionales, dominado por Facebook, Instagram, TikTok y Twitter, se observa una concentración del poder que limita severamente la capacidad de los usuarios para controlar su experiencia y datos.
Estas plataformas funcionan como jardines amurallados que, a diferencia del correo electrónico o los dominios, no permiten la interoperabilidad ni la portabilidad de contenido ni contactos. Esto genera efectos de bloqueo que impiden que los usuarios cambien de plataforma sin perder sus conexiones o esfuerzos previos. Legislaciones recientes, como el Reglamento Digital de Mercados (Digital Markets Act) en la Unión Europea, buscan abordar estas barreras, pero la verdadera solución técnica radica en avanzar hacia plataformas que respeten y operen sobre estándares abiertos, fomentando la interoperabilidad y la descentralización. En la esfera de las redes sociales federadas y verdaderamente descentralizadas, como las basadas en el protocolo ActivityPub utilizado por Mastodon, los usuarios pueden interactuar libremente entre diferentes servidores y comunidades con identidades permanentes que no dependen de un operador único. Hoy en día, la mayor dificultad que enfrentan estas soluciones es la simplicidad de uso y la experiencia para el usuario común.
Por este motivo, aunque plataformas centralizadas o descentralizables como Threads o Bluesky puedan resultar más accesibles para los nuevos usuarios, su estructura normalmente no permite la libertad total ni el control que caracteriza a las redes descentralizadas. En concreto, los costos asociados con correr un servidor independientemente y a escala significativa pueden ser prohibitivos en estas plataformas, limitando el acceso real a la descentralización. Esta situación genera un debate constante y necesario sobre cuál es la prioridad: ¿lograr una infraestructura técnica que sea descentralizable en el futuro o apostar por redes ya descentralizadas desde hoy? Para muchos defensores de internet libre, la respuesta es clara: la descentralización real y efectiva es más importante y debe ser priorizada ahora, con la intención de que las nuevas plataformas ofrezcan una equidad real desde su nacimiento y no solo la promesa de un eventual cambio. Asimismo, la descentralización va más allá de la tecnología y tiene implicaciones sociales, culturales y políticas. Una red descentralizada fomenta la creación de comunidades con valores y normas propias, contribuyendo a la diversidad y la pluralidad en el espacio digital.
Ben Werdmuller, uno de los referentes de esta tendencia, plantea que en lugar de ver a plataformas como Mastodon como un único sistema homogéneo, es mejor entenderlas como un ecosistema de comunidades con identidad, diseño, normas y herramientas propias. Este enfoque permite que los usuarios encuentren espacios que realmente se correspondan con sus intereses y valores. Además, cuando cada comunidad puede manejar sus propias reglas y moderación, es posible experimentar modelos que se adapten mejor a las distintas sensibilidades y exigencias sin caer en la imposición unilateral de políticas únicas que suelen gobernar las plataformas centralizadas. Para que esta visión prospere, es indispensable mejorar la usabilidad y la educación de los usuarios respecto a las redes descentralizadas, para que abandonar las plataformas centralizadas no sea una experiencia excluyente ni compleja. Asimismo, el desarrollo de interfaces más intuitivas, procesos de registro y migración simplificados y la promoción de estándares abiertos serán claves para expandir el uso de redes descentralizadas.
Sin embargo, la esperanza no debe depositarse solo en una plataforma específica. El futuro que muchos desean es uno en el que la descentralización impregne el conjunto del ecosistema digital, generando competencia, diversidad y equidad. Este escenario implica que tanto Mastodon, Bluesky u otros proyectos puedan mejorar y evolucionar, siempre con la vista puesta en crear una red social realmente distribuida que devuelva el control y la libertad a los usuarios. En conclusión, la diferencia entre ser descentralizado y ser descentralizable es fundamental para comprender el futuro de las redes sociales y la internet misma. La descentralización real respalda la autonomía del usuario, la competencia justa y un ecosistema digital más saludable y sostenible.
Aunque las plataformas puedan prometer avances técnicos hacia la descentralización, lo realmente valioso y transformador es poder vivir la descentralización hoy, con las ventajas concretas y palpables que ésta genera en la experiencia diaria de millones de personas. El camino hacia un internet más abierto pasa por dar prioridad a lo descentralizado, fomentando comunidades digitales que sean capaces de sostenerse, crecer y madurar de forma independiente, al tiempo que se conectan con otras, respetando la diversidad y pluralidad. Así, no solo tendremos redes más libres, sino una internet que refleje los valores de autonomía, inclusión y colaboración que han sido su espíritu fundacional desde sus comienzos.