Entre noviembre de 1969 y junio de 1971, la Isla de Alcatraz, ubicada en la Bahía de San Francisco, fue el epicentro de una protesta sin precedentes protagonizada por pueblos indígenas de Estados Unidos. Esta acción, conocida como la Ocupación de Alcatraz, marcó un antes y un después en el activismo nativo y en la lucha por el reconocimiento de sus derechos ancestrales, sus tierras y su cultura, situando la problemática indígena en el centro de la atención nacional e internacional. La isla había funcionado como penitenciaría federal hasta su cierre en 1963. Posteriormente fue considerada propiedad federal excedente. Este estatus fue aprovechado por un grupo de activistas indios que sentían que, según el Tratado de Fort Laramie de 1868, cuando un territorio federal dejaba de ser utilizado, debía ser devuelto a los pueblos originarios.
Así, la isla apareció como un símbolo poderoso y tangible para reclamar justicia territorial y autodeterminación. El movimiento fue liderado por un grupo heterogéneo llamado “Indios de Todas las Tribus”, encabezado por figuras como Richard Oakes, LaNada Means y John Trudell, quien fungió como portavoz. Lo que comenzó como una ocupación de 89 personas se convirtió en un evento de gran repercusión, alcanzando hasta 400 ocupantes en su punto máximo, incluyendo mujeres, niños y ancianos. Para los indígenas, esta iniciativa representó mucho más que una protesta: era un acto de reclamación cultural y política. Su propuesta para Alcatraz consistía en convertirla en un centro cultural y educativo destinado a preservar y revitalizar las tradiciones, la historia y la identidad indígena.
Querían fundar una universidad nativa, un museo, un santuario espiritual y un espacio de resistencia política. La Ocupación de Alcatraz emergió en un contexto de creciente tensión y desencanto con las políticas federales, en especial con la política de terminación, que buscaba asimilar y disolver las reservas indígenas con consecuencias devastadoras para las comunidades. Para muchos activistas, la ocupación era un llamado urgente a reconsiderar y reparar años de injusticias y promesas incumplidas. Desde los primeros días de la ocupación, se destacó la organización interna y la determinación de los participantes. Se establecieron espacios para la educación, la salud y la comunicación, con clases dirigidas por profesores indígenas, un consultorio médico y guarderías para niños.
La comunidad logró atraer la atención de la opinión pública mediante la creación de una estación de radio llamada “Radio Free Alcatraz”, desde donde se difundían mensajes, debates y denuncias sobre la realidad de los pueblos originarios. La ocupación también contó con el respaldo de aliados externos, desde miembros de sindicatos como el Sindicato Internacional de Estibadores y Almacenes, hasta expresiones de apoyo provenientes de otras organizaciones de derechos civiles y figuras destacadas del mundo del espectáculo. Las visitas de celebridades como Jane Fonda y Marlon Brando ayudaron a visibilizar la causa y a desafiar los estereotipos dominantes sobre los indígenas. Sin embargo, la ocupación tuvo que enfrentar numerosas dificultades y desafíos. Las autoridades federales adoptaron medidas para aislar a los ocupantes, incluyendo bloqueos para cortar suministros básicos como agua y electricidad.
Además, problemas internos surgieron respecto a la dirección y las estrategias del movimiento, lo que generó tensiones entre líderes y afectó la cohesión del grupo. Uno de los momentos más denunciados y lamentados durante el proceso fue el fallecimiento accidental de Yvonne Oakes, la hija de Richard Oakes, en enero de 1970. Este hecho impactó profundamente a la comunidad ocupante e hizo que algunos de sus miembros más prominentes, incluida la propia familia Oakes, se retiraran de la isla. Tras más de un año y medio de resistencia pacífica pero firme, y ante la reducción del número de participantes y el desgaste político y logístico, el gobierno federal decidió dar fin a la ocupación. El 11 de junio de 1971, una fuerza compuesta por agentes del FBI, funcionarios de seguridad y la Guardia Costera removieron a los últimos 15 ocupantes que quedaban en Alcatraz.
A pesar de la conclusión forzosa, la ocupación dejó una huella imborrable en la historia de la lucha indígena en Estados Unidos. Fue un momento de emergencia de la conciencia colectiva nativa, que revitalizó la identidad cultural y el activismo político, sentando las bases para futuros movimientos como el American Indian Movement (AIM) y acciones emblemáticas como el Sendero de las Lágrimas o la Ocupación de Wounded Knee. Además, tuvo un impacto directo en la política federal, contribuyendo a la reversión de la política de terminación y a la adopción de una era de autodeterminación indígena, reconocida, por ejemplo, en la promulgación de la Ley de Autodeterminación y Asistencia Educativa India de 1975. La historia de Alcatraz también reclamó visibilidad para las mujeres indígenas que tuvieron un papel clave en la organización y sostenimiento de la ocupación, aunque muchas veces fueron ignoradas en las narrativas oficiales y de los medios masivos, que tendían a focalizarse en líderes masculinos. En la actualidad, la ocupación de Alcatraz es recordada como un símbolo crucial de resistencia y reivindicación.
Anualmente se celebran ceremonias y eventos que homenajean esta lucha y reviven el espíritu de solidaridad y unidad entre las naciones indígenas. También ha inspirado otras ocupaciones y protestas alrededor del mundo, consolidándose como un referente global de justicia social para los pueblos originarios. Este episodio demuestra la fuerza transformadora de la protesta pacífica, la importancia de la memoria histórica y la necesidad permanente de respeto y reconocimiento a los derechos ancestrales. La Ocupación de Alcatraz no solo cambió el rumbo del activismo indígena en Estados Unidos, sino que continúa resonando como un llamado vigente a la dignidad, la equidad y la justicia para los pueblos indígenas.