Francia, una de las economías más grandes y sofisticadas de Europa, enfrenta hoy un fenómeno que muchos analistas ven con preocupación: el retorno a una sociedad donde la herencia se convierte en el principal motor de acumulación de riqueza más que el esfuerzo laboral o el mérito individual. Este fenómeno, descrito en recientes estudios y reportajes, reafirma que el país galo está adoptando nuevamente el carácter de una “nación de herederos”, rememorando estructuras sociales que parecían superadas desde el siglo XIX. Según un informe publicado en noviembre de 2024 por la Fundación Jean Jaurès, se espera que para el año 2040 alrededor de 9 billones de euros provenientes de las riquezas acumuladas por la generación más longeva de Francia sean transferidos a sus descendientes. Esta cifra astronómica representa un promedio anual de 677 mil millones de euros, constituyendo la mayor transferencia de riqueza en la historia contemporánea del país. Esta gran transmisión de patrimonio responde en gran parte al envejecimiento y la jubilación masiva de la generación baby-boom, que atesora una gran parte del capital nacional.
El regreso a un sistema donde la herencia pesa más que el trabajo directo implica profundas consecuencias sociales y económicas. Según Mélanie Plouviez, lectora en filosofía social y política en la Université Côte d'Azur, esta dinámica perpetúa un orden social en el que las grandes fortunas quedan restringidas a familias acaudaladas. Para quienes no nacen en un entorno privilegiado, es cada vez más difícil acceder a los estratos más altos de riqueza, aunque posean una carrera profesional destacada o títulos académicos universitarios. Este fenómeno ha sido denunciado también en el libro reciente de Plouviez, "L'Injustice en héritage. Repenser la transmission du patrimoine", donde analiza la explosión de la desigualdad económica en Francia y cómo la transmisión intergeneracional del patrimonio favorece la concentración del poder económico en unas pocas familias.
Este escenario plantea una paradoja notable: Francia, con su larga tradición de igualdad y justicia social postulada desde la Revolución Francesa, se encuentra hoy en un punto donde el capital heredado determina en gran medida la posición de las personas en la jerarquía social. Esta realidad es reflejo de una serie de factores amplios. Por un lado, las políticas fiscales y los marcos legales que regulan la herencia no han sido suficientemente restrictivos ni diseñados para reducir el efecto multiplicador del capital acumulado por generaciones pasadas. A pesar de los impuestos a la herencia, la planificación y creación de fideicomisos, así como estrategias legales complejas, han permitido que las fortunas familiares se reproduzcan sin grandes pérdidas. Por otro lado, los altos costos de vida, el estancamiento en la movilidad social y la dificultad para acceder a ciertas oportunidades económicas contribuyen a la sensación de que la sociedad es menos dinámica y más estática en términos de distribución de la riqueza.
Este cambio tiene también repercusiones en el ámbito político y cultural de Francia. La permanencia y concentración de la riqueza en manos de herederos alimentan un sentimiento de frustración y resentimiento en amplios sectores de la clase media y trabajadora. Este malestar se traduce en demandas por reformas fiscales más progresivas, pero también en una mayor polarización social y política que puede influir en el clima electoral y en el debate público. La percepción de una “escalera social estancada” dificulta el ideal republicano francés de igualdad de oportunidades para todos sus ciudadanos. Es importante resaltar que este fenómeno no es exclusivo de Francia sino que forma parte de tendencias globales, aunque en el caso francés tiene características particulares.
Europa, en general, ha visto un aumento en la importancia de la herencia como componente clave de la riqueza neta de las familias y un correspondiente aumento en las desigualdades patrimoniales. Países como Alemania, Reino Unido y España también enfrentan desafíos similares, aunque Francia destaca por la magnitud y rapidez con la que se produce esta transferencia. El futuro que se vislumbra invita a la reflexión sobre el papel del Estado, la fiscalidad y las políticas públicas para combatir la desigualdad. Algunos expertos abogan por la revisión y posible incremento de los impuestos a las grandes herencias, que sirvan no solo para reducir la acumulación excesiva de riqueza en pocas manos sino también para financiar servicios públicos que beneficien a todos. También se discute la necesidad de incentivar una economía más inclusiva, donde el talento, la innovación y el esfuerzo sean realmente recompensados sin la sombra omnipresente del patrimonio familiar determinando los destinos.
Para la sociedad francesa, reconvertirse en una nación de herederos representa un desafío en términos de solidaridad y cohesión. Mientras que en la época del siglo XIX esta concentración era la norma y la estructura social estaba claramente definida por el linaje y la nobleza económica, en el siglo XXI la narrativa ideal sigue siendo la del mérito y la justicia social. Acercar la realidad a ese ideal requerirá no solo medidas económicas, sino también culturales y educativas que permitan fomentar una mayor igualdad de oportunidades y una distribución más justa de los recursos. En conclusión, Francia ha retomado un camino que la lleva a priorizar la herencia sobre el trabajo activo en la acumulación de riqueza. Esta dinámica no sólo incrementa la brecha entre ricos y pobres, sino que frena la movilidad social y alimenta tensiones sociales crecientes.
El mantenimiento de un modelo abierto y equitativo exige reconocer estos problemas y actuar con políticas integrales que combatan la concentración excesiva del patrimonio familiar, promoviendo un equilibrio que garantice la justicia económica y social para las futuras generaciones.