La salud mental es un tema que cada vez cobra mayor importancia en el discurso público a nivel mundial. A medida que la conciencia sobre trastornos psicológicos y emocionales crece, también lo hacen las investigaciones sobre cómo diferentes grupos sociales y políticos perciben y reportan su bienestar mental. Recientemente, un estudio realizado por Brian F. Schaffner y colaboradores, publicado en PLOS One, arroja luz sobre la manera en que el estigma puede afectar la autoevaluación de la salud mental, especialmente entre grupos con ideologías políticas conservadoras. Este fenómeno invita a una reflexión profunda sobre la interpretación de los datos relacionados con la salud mental y los factores culturales y sociales que influyen en la percepción individual del bienestar psicológico.
Históricamente, diversas investigaciones han señalado que las personas con ideologías conservadoras tienden a reportar niveles más altos de felicidad y mejor salud mental en comparación con sus contrapartes liberales. Sin embargo, hasta ahora había poca claridad sobre las causas precisas de esta diferencia. Se consideraba que factores ligados al estilo de vida, como los niveles de religiosidad, la tasa de matrimonio, el ingreso económico o la edad, podían explicar este fenómeno. No obstante, Schaffner y su equipo plantearon que otra variable fundamental podría estar en juego: el estigma asociado a la palabra "salud mental" dentro de ciertos grupos. El estigma relacionado con la salud mental ha sido un obstáculo persistente para el tratamiento y la comprensión adecuada de los trastornos psicológicos.
En contextos donde la salud mental es vista con desconfianza o como un signo de debilidad, las personas pueden evitar reconocer síntomas o incluso negar dificultades emocionales. Los conservadores, especialmente en sociedades como la estadounidense, pueden experimentar una presión cultural para mostrar fortaleza y autosuficiencia, valores que se asocian con su ideología política. Esta presión puede conducir a una menor disposición para etiquetarse a sí mismos como personas con problemas de salud mental o para reportar tales dificultades en encuestas. En el estudio, se utilizó una metodología innovadora para comprobar cómo cambia la percepción dependiendo del lenguaje empleado. Los investigadores analizaron datos de la encuesta Cooperativa de Elecciones de Estados Unidos, año 2022, con un muestreo de más de 60,000 adultos.
En esta encuesta, se pidió a los participantes que se autoevaluaran en términos de su salud mental. Los resultados mostraron una diferencia significativa: los conservadores puntuaron su salud mental en promedio 19 puntos más alto que los liberales. Sin embargo, cuando se ajustaron variables demográficas y relacionadas con estilos de vida positivos para la salud, esta diferencia disminuyó a un 11 puntos. Para probar si el término "salud mental" afectaba las respuestas, en 2023 se hizo un experimento paralelo con 1,000 adultos divididos en dos grupos. A uno se le preguntó sobre su "salud mental" y al otro sobre su "estado de ánimo".
La diferencia de autoevaluación positiva entre conservadores y liberales desapareció por completo cuando se usó el término "estado de ánimo", más neutral y menos cargado de estigma. Esto prueba que la terminología influye en la forma en que las personas reportan su bienestar y su autoimagen psicológica. Un resultado interesante fue que el porcentaje de conservadores que calificaban su salud mental como altamente positiva cayó del 64% al 49% al cambiar de "salud mental" a "estado de ánimo". Por otra parte, para los liberales, la proporción de calificaciones negativas disminuyó considerablemente; solo un 17% calificó su "estado de ánimo" como justo o pobre frente al 29% que hizo lo mismo para su "salud mental". Esto sugiere que mientras los conservadores podrían minimizar las dificultades emocionales debido al estigma, los liberales podrían tener una mayor conciencia y apertura para reconocerlas.
Este hallazgo pone en evidencia cómo la política, la cultura y la psicología están entrelazadas cuando se trata de autoevaluaciones subjetivas. En sociedades divididas ideológicamente, el lenguaje puede ser un vehículo de polarización también en la forma en que se entienden temas tan personales como la salud psicológica individual. El tabú o la vergüenza en torno a la salud mental puede llevar a subestimar las verdaderas condiciones del bienestar emocional entre ciertos grupos. Además, este fenómeno tiene implicaciones importantes para los profesionales de la salud y las políticas públicas. Si las mediciones sobre la salud mental dependen en gran medida de la terminología utilizada o de la disposición a admitir problemas, los datos estadísticos pueden estar sesgados.
Esto podría llevar a que los recursos no sean asignados de manera equitativa o que se desatiendan necesidades reales en algunos sectores sociales. Por eso, es esencial diseñar preguntas y herramientas que consideren estos factores culturales y sociales para obtener un panorama más preciso. La relación entre identidad política y salud mental también tiene raíces en valores y creencias que influyen en la manera en que las personas entienden su propio bienestar. Los conservadores suelen valorar la autonomía, la disciplina personal y la estabilidad, lo que puede llevarlos a interpretar cualquier dificultad emocional como un fracaso personal o algo que se debe superar sin ayuda externa. Esta perspectiva puede reforzar la tendencia a no reportar problemas o a autocalificarse con un mejor estatus de salud mental.
Por otro lado, los liberales suelen estar más abiertos a discutir y validar las experiencias relacionadas con la salud emocional, promoviendo la búsqueda de ayuda y desestigmatizando los trastornos mentales. Esto puede explicar su mayor disposición a reconocer dificultades y, por ende, reportar menores puntuaciones en autoevaluaciones de salud mental. La educación y la sensibilización son clave para disminuir el estigma y permitir que todas las personas, independientemente de su orientación política, puedan expresar con honestidad su estado emocional y acceder a la ayuda necesaria. De igual manera, fomentar un lenguaje más inclusivo y menos cargado de prejuicios al hablar sobre salud mental puede facilitar diagnósticos más certeros y tratamientos más eficaces. En resumen, la diferencia aparente entre conservadores y liberales en cuanto a la salud mental reportada puede estar más relacionada con el miedo al estigma y la defensa de una autoimagen positiva que con una realidad objetiva de bienestar psicológico.
El uso de diferentes términos para medir el bienestar puede revelar estas discrepancias y ayudar a comprender mejor cómo la cultura política da forma a la manera en que las personas interpretan y comunican sus emociones. Es fundamental continuar investigando el papel del lenguaje, el estigma y las creencias culturales en la salud mental, ya que solo así se podrán diseñar estrategias más justas y efectivas para apoyar el bienestar emocional de toda la población. En un mundo cada vez más consciente de la importancia del equilibrio psicológico, derribar tabús y promover la sinceridad son pasos indispensables hacia comunidades más sanas y resilientes.