En las últimas décadas, el disfrute de la naturaleza y la recreación al aire libre han experimentado un auge sin precedentes, especialmente en regiones con gran riqueza paisajística como Washington en Estados Unidos. Sin embargo, este incremento en la demanda de espacios naturales ha generado tensiones vinculadas a la escasez de acceso, la saturación de senderos y una creciente percepción de que las áreas protegidas están “repletas” y, por lo tanto, menos disfrutables. Frente a este escenario, surge la discusión para optar por un modelo basado en la recreación abundante, una perspectiva que propone no solo aumentar el acceso sino hacerlo de manera equitativa y sostenible, beneficiando a la sociedad y al medio ambiente. Para comprender mejor esta propuesta, es fundamental analizar los factores que han llevado a la sensación de escasez, los impactos que esto genera y las vías posibles para avanzar hacia un modelo donde la abundancia sea el eje central. La escasez de acceso a zonas recreativas responde a una mezcla compleja de aumento en la demanda y disminución en la oferta.
El crecimiento demográfico y el interés cada vez mayor por actividades al aire libre han tensionado la capacidad de los espacios populares. Un ejemplo emblemático es el área de las Enchantments en Washington, donde obtener permisos para pasar la noche es casi una hazaña, con probabilidades incluso inferiores a entrar a universidades de élite. Esta limitación ha llevado a que muchos visitantes opten por excursiones de un día, con la congestión que ello conlleva, afectando la experiencia y la seguridad de quienes transitan por senderos como el exigente Aasgard Pass. Pero más allá del aumento de visitantes, la oferta de acceso se ha visto reducida por cierres de caminos, disminución de personal en áreas protegidas y, en algunos casos, políticas estrictas de preservación que limitan intencionalmente la circulación para proteger ecosistemas frágiles. La falta de inversiones suficientes en infraestructura, mantenimiento y gestión es una constante, imposibilitando que se amplíen las capacidades actuales o se diversifique la oferta hacia áreas menos explotadas.
Mientras tanto, senderos históricos, caminos y puntos de acceso desaparecen o se vuelven inaccesibles, aumentando la concentración en pocos espacios y amplificando la saturación. Las consecuencias de esta escasez no son solo la pérdida de calidad en la experiencia de los recreantes, sino que también tienen importantes repercusiones sociales. La limitación del acceso afecta sobre todo a personas con menos recursos, quienes no pueden permitirse desplazamientos, permisos especiales o costosos equipos para sortear las barreras. Las políticas y prácticas actuales favorecen a aquellos con mayor tiempo libre, dinero y conocimiento local, creando una brecha socioeconómica y racial en el disfrute de los espacios naturales. Además, la concentración de visitantes en ubicaciones puntuales genera conflictos comunitarios, riesgos de seguridad por hacinamiento y un mayor impacto ambiental local.
Por otro lado, el disfrute responsable de la naturaleza aporta beneficios innegables que justifican la búsqueda de soluciones que amplíen el acceso. La recreación al aire libre favorece la salud física y mental, fortalece los lazos comunitarios y potencia un sentido de pertenencia y cuidado hacia el medio ambiente. Economías locales, especialmente en zonas rurales, dependen en gran parte del turismo y las actividades recreativas, siendo una fuente importante de empleo y desarrollo. La recreación trasciende divisiones políticas, uniendo personas con pasiones y objetivos compartidos. Ante este panorama, se plantea la necesidad de un cambio cultural y operativo que exalte la abundancia en lugar de la escasez.
La abundancia en la recreación no significa destruir el entorno natural, sino maximizar la oferta de acceso a través de estrategias inteligentes y sostenibles. Existen dos enfoques principales para hacerlo: la dispersión y la concentración de visitantes. La dispersión busca ampliar la conciencia y el uso de áreas menos concurridas, restaurar caminos y puntos de acceso cerrados, y en la medida de lo posible, abrir nuevas zonas para el uso recreativo. Esta estrategia ayuda a aliviar la presión sobre destinos saturados y permite que más personas experimenten la naturaleza en variados entornos. Sin embargo, abrir nuevas rutas o reparar infraestructuras puede ser complejo por razones económicas, ecológicas y políticas, por lo que su aplicación suele ser limitada y lenta.
La concentración, por otro lado, enfatiza en incrementar la capacidad y calidad de las zonas ya populares, optimizando la infraestructura para soportar un mayor volumen de visitantes con menores impactos negativos. Esto implica mejorar estacionamientos, implementar sistemas de transporte masivo, desarrollar senderos resistentes, baños adecuados y señalización eficiente, lo que contribuye a una gestión ordenada y segura. Además, concentrar el uso reduce la huella ambiental distribuida, facilitando la protección de otras áreas más sensibles o menos preparadas para la visita masiva. La experiencia de algunos lugares internacionales como Banff en Canadá ilustra la eficacia de esta última estrategia, con sistemas de transporte que reemplazan el uso de vehículos privados y rutas diseñadas para minimizar la erosión y el impacto sobre la flora y fauna. Asimismo, iniciativas locales en Washington, como la creación de áreas específicas para esquí de fondo con manejo comunitario, demuestran que es posible armonizar la recreación con la conservación y el desarrollo económico.
Un aspecto fundamental dentro de este debate es distinguir entre conservación y preservación. La conservación busca un uso sostenible y responsable de la naturaleza, promoviendo la interacción humana sin comprometer la salud del ecosistema, mientras que la preservación tiende a evitar cualquier tipo de uso humano con el fin de mantener intactos ciertos espacios. Esta diferenciación es crucial porque restringir el acceso por la vía de la preservación puede generar consecuencias contraproducentes, incluyendo el desplazamiento de visitantes hacia otros lugares con menor protección o infraestructura, aumentando el impacto allí de manera inadvertida. La conjunción entre acceso abundante y conservación responsable es posible cuando se implementan políticas equilibradas que permiten la coexistencia de las personas con el entorno natural. Es necesario fomentar un enfoque pragmático, con inversión en educación ambiental, infraestructura adecuada y sistemas de gestión inclusivos que sean sensibles a las necesidades sociales y ambientales.
Sin embargo, este esfuerzo requiere voluntad política, financiamiento sostenible y la colaboración de comunidades, organizaciones y usuarios. Entre las preocupaciones habituales se encuentran el temor a que mayor acceso conlleve un aumento insostenible del impacto ambiental o que la mayor afluencia genere caos y disminuya la calidad de la experiencia. Estos puntos son legítimos y requieren atención, pero también deben relativizarse. Por ejemplo, el área cubierta por senderos en un parque puede representar una fracción muy pequeña del total del área protegida, y expandir o mejorar esos senderos para aumentar la capacidad no necesariamente implica una pérdida significativa de naturaleza. Más bien, la mejor planificación y concentración del uso pueden evitar la dispersión que provoca daños más amplios y menos controlables.
Además, la idea de que la naturaleza es incompatible con la recreación humana no es un argumento absoluto. Muchas personas valoran acceder a los paisajes naturales para conectarse con ellos, generar conciencia ambiental y construir vínculos con la tierra. El equilibrio está en permitir ese acceso de manera que el impacto se minimice, con protocolos claros y una cultura del cuidado compartido. El rol de las nuevas tecnologías y las redes sociales también añade complejidad. La popularización de ciertos lugares a través de plataformas digitales provoca la formación de verdaderos “hotspots”, sitios que reciben un volumen elevado de visitantes en poco tiempo.
Esto puede sobrecargar la capacidad local y complicar la planificación. Por ello, es importante que los influencers y promotores de turismo actúen con responsabilidad y que las autoridades consideren estrategias adaptativas que contemplen este fenómeno. Finalmente, es imprescindible reconocer que sin cambios en la cultura, las políticas y las inversiones, mantener la situación actual conducirá a un modelo de recreación cada vez más excluyente y deteriorado. Abogar por la abundancia en la recreación es apoyar una visión en la que más personas puedan acceder, disfrutar y cuidar la naturaleza sin que ello implique sacrificar la calidad ambiental ni social. En definitiva, la recreación abundante representa una oportunidad para democratizar el acceso a la naturaleza, revitalizar economías locales, fortalecer la salud pública y promover una cultura ambiental más inclusiva y sostenible.
El reto es grande, pero con voluntad conjunta y enfoques innovadores se puede construir un futuro en el que la montaña, el bosque y el parque sean espacios abiertos para todos, garantizando que la maravilla natural pueda ser vivida, respetada y protegida a la vez.