Apple, la segunda empresa más valiosa del mundo, enfrenta un dilema monumental: aunque su país de origen es Estados Unidos, su base principal de manufactura y su centro neurálgico de producción se encuentran en China. La relación entre Apple y China resulta ser una de las alianzas comerciales más profundas y complicadas de la era moderna, donde factores económicos, políticos y estratégicos se entrelazan y dificultan cualquier decisión simple, como reducir o abandonar la presencia manufacturera en el país asiático. El protagonismo de China en la cadena de suministro de Apple no es casualidad. Desde 2007, cuando comenzaron a fabricarse iPhones, China ha evolucionado hasta convertirse en el corazón de la producción a escala global para Apple. En aquella época, la producción apenas alcanzaba unos pocos millones de dispositivos al año, pero para 2014 superaba los 200 millones.
Esta rápida expansión fue posible gracias a las capacidades industriales y la infraestructura que China pudo ofrecer, además del apoyo gubernamental y la disponibilidad de una enorme y especializada fuerza laboral que Apple ha ayudado a formar. Desde 2008, se estima que Apple ha entrenado a alrededor de 28 millones de trabajadores en China, una cifra que supera la fuerza laboral total de estados como California. El desarrollo de Apple en China se asemeja a una obra de ingeniería social y empresarial sin precedentes. Según expertos y reportes, la inversión anual de Apple en China puede superar los 55 mil millones de dólares. Sin embargo, este éxito productivo también significa una vulnerabilidad importante: casi todo el proceso de fabricación y ensamblaje está intrínsecamente ligado a China.
Apple ha intentado diversificar sus operaciones, estableciendo centros de producción en Vietnam e India y moviendo la fabricación de ciertos dispositivos clave, como los iPhones vendidos en Estados Unidos, hacia India. También planea fabricar chips en la planta de TSMC en Arizona y servidores en Texas para el próximo año. Sin embargo, aunque estos movimientos buscan disminuir la dependencia directa de China, la realidad es que la mayoría de las piezas, componentes y subensamblajes siguen siendo producidos o dependen de la cadena de suministro china. Esta situación crea una paradoja para Apple. Por un lado, la empresa intenta cuidar su reputación y alinearse con las demandas políticas y comerciales de Estados Unidos, en especial en medio de las tensiones comerciales presentes y futuras entre Washington y Beijing.
Por otro lado, cualquier retirada abrupta o demasiado acelerada de China pondría en riesgo no solo su producción sino también su acceso al enorme mercado chino y la influencia gubernamental que controla en gran medida su destino dentro del país. Apple está atrapada en lo que expertos llaman la necesidad de "caminar fuera de China pero no correr". Esto quiere decir que la compañía debe avanzar con cautela, reduciendo su exposición en China de forma gradual para no provocar la furia del gobierno chino ni perder a millones de consumidores que por diversas razones muestran preferencia por productos nacionales o ecosistemas tecnológicos exclusivos de China. El avance hacia India o Vietnam es mucho más lento y complicado de lo que parece. Por ejemplo, mientras China tardó aproximadamente una década en construir una infraestructura robusta de fabricación de iPhones, India solo ha podido llegar a cifras significativas de producción a un ritmo inferior a una décima parte del ritmo chino.
La imposibilidad de replicar a corto plazo el ecosistema único de proveedores y la integración tecnológica que China ha construido para Apple es otra barrera. El llamado “red supply chain” o cadena de suministro roja, que comprende empresas locales como BYD, Luxshare, Goertek, y Wingtech, ha evolucionado simultáneamente con la producción de Apple y posee una influencia geopolítica creciente. Este ecosistema local proporciona una rapidez, capacidad de inversión y agilidad política difícilmente superable por otros países, posicionando a China como un socio manufacturero de clase mundial y difícil de desplazar. Por otra parte, la relación no es unidireccional. No solo Apple se beneficia de China, sino que la manufactura y la tecnología desarrolladas para Apple también han nutrido a las empresas tecnológicas chinas.
Marcas nacionales como Huawei y Xiaomi han ganado terreno en el mercado interno y global aprendiendo e incorporando tecnologías y procesos que se han compartido, directa o indirectamente, en esta cadena productiva. Este fenómeno crea una transferencia tecnológica que fortalece a los competidores chinos y reduce la exclusividad de Apple en ciertos segmentos. Sin embargo, a pesar de la competencia interna, Apple goza de una lealtad significativa por parte de sus usuarios, cosa que en China no es tan explícita ni ilimitada. Muchos consumidores chinos valoran el ecosistema Apple, pero también utilizan plataformas locales como WeChat y aplicaciones propias que operan fuera del marco tradicional de las tiendas de aplicaciones globales. El nacionalismo tecnológico y el apoyo a campeones locales instan a algunos consumidores a preferir productos y desarrollos de marcas chinas, lo que obliga a Apple a mantener una posición delicada dentro de la percepción pública.
Estos factores colocan a Apple en el centro de un complicado juego político especialmente en el contexto de las relaciones comerciales entre China y Estados Unidos. Sorprendentemente, es Beijing quien actualmente tiene una mayor influencia sobre Apple que el propio Washington, a pesar de que sea una empresa emblemática estadounidense. Las recientes negociaciones para reducir los aranceles durante 90 días, desde un 145% a un 30%, ilustran la presión y el impacto que la situación comercial bilateral tiene sobre Apple y su cadena de suministro. El futuro de Apple y su relación con China será una pieza fundamental en la configuración del comercio tecnológico global y la geopolítica en los próximos años. El gigante tecnológico tiene que balancear cuidadosamente sus intereses en la fabricación, su presencia en el vasto mercado chino, y los riesgos políticos planteados por las desconfianzas entre estas dos grandes potencias.
Las decisiones que tome tendrán repercusiones más allá de su negocio: afectarán la cadena global de tecnología, influirán en el desarrollo de otros mercados emergentes y marcarán el paso con el que las empresas multinacionales navegan en tiempos de creciente incertidumbre internacional. En conclusión, aunque Apple avanza lentamente hacia una diversificación geográfica de su manufactura, China sigue siendo indispensable para la producción global de la compañía. La complejidad de los sistemas productivos, la interdependencia tecnológica y la influencia política hacen que abandonar China no sea una opción simple ni inmediata. Apple se encuentra en un momento en el que debe manejar con astucia su huella global, sin dejar de reconocer que la ‘‘tableta de fuego’’ que entregó a China sigue ardiendo intensamente y aún es el motor que impulsa su éxito en todo el mundo.