La noche del 10 de septiembre de 2024, tuvo lugar un intenso debate presidencial entre la actual Vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris, y el ex Presidente Donald Trump. En un escenario marcado por el contexto económico del país, la primera pregunta del debate se centró en uno de los temas que más preocupan a los ciudadanos: la economía. Esta decisión de comenzar con un tema tan crucial resalta la importancia que los votantes otorgan a la situación económica actual, caracterizada por la inflación y la incertidumbre. Kamala Harris abrió la ronda de respuestas, presentándose a sí misma en la piel de una persona que ha vivido las dificultades del día a día, expresando una conexión personal con los desafíos que enfrentan muchas familias estadounidenses. Su enfoque se centró en el desarrollo de una “economía de oportunidades”, donde las políticas que propone están diseñadas para beneficiar a la clase media y a los trabajadores.
Harris mencionó un plan que incluye la ampliación del crédito fiscal por hijo, proponiendo un recorte fiscal de 6,000 dólares, lo que, según ella, permitiría a las familias jóvenes cubrir gastos esenciales para sus hijos. Además, Harris subrayó su compromiso con las pequeñas empresas, un pilar fundamental de la economía estadounidense. Aprovechó la oportunidad para recordar la historia de su propia infancia y el impacto que tuvo en su vida una pequeña empresaria que ayudó a criarla. Proporcionar una deducción fiscal de 50,000 dólares para nuevos emprendimientos fue otro de sus puntos clave, enfatizando que estas empresas son fundamentales para el tejido económico del país. Por otro lado, Donald Trump no tardó en responder a Harris.
Su enfoque fue radicalmente diferente; se centró en las tarifas comerciales y la inmigración, argumentando que estos eran elementos que podían amortiguar el impacto de la inflación. Trump aseguró que la aplicación de tarifas contra países como China había sido beneficiosa durante su mandato, afirmando que había recaudado "miles de millones de dólares" a través de estas medidas. Para él, las tarifas eran un medio para obligar a otros países a “pagar de regreso” a Estados Unidos por los esfuerzos que este había realizado en el pasado. La discusión se tornó más polémica cuando Trump comenzó a abordar el tema de la inflación, argumentando que era un “desastre” y la peor que la nación había enfrentado. En un tono combativo, se refirió a la situación económica actual como algo catastrófico, señalando que los precios de muchos bienes esenciales habían aumentado hasta un 70 por ciento en un corto período.
Para Trump, esto representaba un fracaso absoluto por parte de la administración actual y de su oponente, Harris. Sin embargo, Harris fue incisiva, señalando que las propuestas de Trump apuntaban a beneficiar principalmente a los más ricos. Mencionó que su política fiscal favorecía a las grandes corporaciones y a los millonarios, lo cual, según ella, agravaría la situación para los estadounidenses de clases medias y bajas. Con un tono enérgico, advirtió que los planes de Trump implicarían un “impuesto de ventas” del 20 por ciento en bienes de uso diario, lo que podría costarle a las familias hasta 4,000 dólares extra al año. La conversación se intensificó cuando Trump cambió de foco hacia la inmigración, llevando la discusión a un terreno controvertido.
Se refirió a un flujo de personas indeseadas que, según él, estaban “infiltrándose” en el país, diciendo que estas personas estaban ocupando trabajos cruciales que deberían estar disponibles para los estadounidenses. Su retórica fue dura, insinuando que había un creciente fenómeno de criminalidad asociado a la inmigración, lo que, según él, estaba tomando un peaje devastador en las comunidades (especialmente en las de color). Mientras ambos candidatos intercambiaban ideas y acusaciones, estaba claro que el debate no solo era sobre políticas económicas, sino también sobre visiones contrastantes del futuro de Estados Unidos. Harris defendió el enfoque de su administración, hablando de cómo estaba trabajando para construir una economía que reparara las desigualdades históricas y asegurara un futuro mejor para todos los estadounidenses. La dinámica entre los dos fue intensa, y quedó en evidencia que el debate del 10 de septiembre no solo reflejaba sus diferencias políticas, sino también sus estilos de liderazgo.
Harris apostó por el tacto y la conexión emocional, hablándole a las aspiraciones de los ciudadanos comunes. Trump, en cambio, optó por un enfoque más confrontativo y provocador, apalancándose en sus logros y fracasos pasados como una forma de desafiar el status quo actual. Al término de la ronda, el debate dejó a los espectadores con la sensación de que cada candidato había cumplido sus objetivos: Harris buscaba consolidar su base al dirigirse al corazón económico de las familias, mientras que Trump intensificaba su retórica para movilizar a su electorado, recordando las promesas de su primera campaña y prometiendo repetir lo que consideraba un éxito económico. El evento fue un recordatorio de que, a medida que se acercan las elecciones, la economía seguirá siendo un tema candente en el debate político. Los votantes, inmersos en sus propias realidades económicas, se enfrentarán ahora a la difícil tarea de discernir qué propuestas resonarán más con sus necesidades individuales y colectivas.
Los días posteriores al debate verán una explosión de análisis y comentarios de expertos, así como de votantes comunes, en torno a qué candidato logró captar mejor la atención y preocupación del público sobre el estado de la economía. Mientras tanto, el reloj sigue corriendo hacia un ciclo electoral que promete ser uno de los más disputados en la historia reciente de Estados Unidos.