El software de Microsoft, una de las plataformas más utilizadas en el mundo, ha sido objeto de críticas severas por parte de defensores del software libre y expertos en privacidad digital. Para muchos, no solo se trata de un sistema operativo cerrado o una suite de aplicaciones propietaria, sino de un verdadero software con comportamientos similares al malware, diseñado para limitar, controlar y espiar a sus propios usuarios. Esta afirmación puede sonar extrema, pero al analizar detalladamente las prácticas implementadas por Microsoft, se comprende por qué este punto de vista gana fuerza en ciertos sectores. Una de las cuestiones centrales que alimenta esta crítica es el carácter no libre y propietario del software de Microsoft. Al ser controlados exclusivamente por sus desarrolladores y no ofrecer acceso al código fuente, los usuarios pierden la capacidad de verificar qué ocurre realmente detrás de la interfaz.
Esto genera una relación de poder desigual donde el desarrollador tiene el control absoluto sobre cómo funciona el software y qué tipo de datos recoge o qué acciones impone a sus usuarios. Esta falta de control conlleva diversas prácticas preocupantes. Por ejemplo, se ha detectado que Windows incluye múltiples puertas traseras, mecanismos ocultos que permiten a Microsoft realizar cambios en el sistema sin el consentimiento de los usuarios. En versiones anteriores como Windows XP y Vista, se reportaron estas puertas traseras, y en Windows 10 esta práctica se intensificó, con actualizaciones forzadas que los usuarios no pueden detener. Más allá de las actualizaciones, incluso el cifrado de disco que promete seguridad fue backdooreado, según informaciones de seguridad, comprometiendo la privacidad y la integridad de los datos almacenados.
Otro aspecto inquietante es el uso masivo de sistemas de gestión de derechos digitales (DRM) que imponen restricciones en lo que los usuarios pueden hacer con su propio contenido. Por ejemplo, los ebooks comprados en la tienda de Microsoft requieren conexión constante para validar su DRM, algo que ha llevado a que pósters se queden sin acceso a sus libros cuando Microsoft decidió cerrar esa tienda. Esto evidencia que lejos de ser propietario del producto, el comprador está a merced de las políticas y decisiones de la empresa, lo que limita el uso legítimo de lo adquirido. En términos de seguridad, el software de Microsoft ha sido históricamente vulnerable a múltiples ataques y brechas. A pesar de ser una de las compañías con mayor acceso a recursos e ingenieros, numerosos fallos graves han sido descubiertos en Windows y sus aplicaciones, algunos de ellos sin corregirse durante años.
En muchos casos, expertos en seguridad señalan que si el software fuera libre, con código abierto a la revisión de la comunidad, estos errores se detectarían y subsanarían más rápido, mejorando así la protección de los usuarios. Pero la inseguridad no solo está en los bugs o vulnerabilidades técnicas, sino también en la recopilación masiva de datos. El sistema de telemetría introducido en Windows 10 y 11 recopila información continua y detallada sobre el comportamiento del usuario, lo que incluye desde archivos, entradas de teclado, ubicaciones y hasta el historial de navegación. Lo más alarmante es que esta recopilación es por defecto activa y difícil de desactivar, poniendo en duda el respeto por la privacidad del usuario. Además, muchas herramientas de Microsoft exigen la conexión constante a sus servidores y la creación de cuentas personales para completar la instalación o para utilizar funciones básicas.
Esto crea una dependencia total del proveedor y facilita la vigilancia permanente, lo que para muchos expertos es una violación fundamental al derecho a la privacidad digital. Las prácticas de Microsoft también incluyen el sabotaje activo o la imposición de actualizaciones que limitan funcionalidades o imponen nuevas restricciones. Por ejemplo, se han reportado casos en los que actualizaciones eliminan aplicaciones sin permiso o eliminan la posibilidad de usar versiones anteriores del sistema operativo en ciertos dispositivos, forzando a los usuarios a adoptar versiones más nuevas que pueden ser más invasivas o menos compatibles. En el apartado de interferencias molestas, los usuarios de Windows 10 y 11 se encuentran con anuncios integrados en el menú de inicio, pop-ups que invitan a usar los servicios propios de Microsoft y otros mecanismos de presión para abandonar navegadores o programas alternativos y adoptar los productos de Microsoft, incluso si estos son menos deseados por los usuarios. Este control también se extiende a los juegos y servicios en la nube.
Un caso paradigmático es el de Minecraft, comprado por Microsoft, que ha sido modificado para exigir cuentas en la red de Microsoft, afectando la privacidad y obligando a depender de servidores centralizados controlados por la empresa. Para muchos usuarios y defensores del software libre, estas prácticas reflejan una forma de malware en sentido amplio: software diseñado para coartar la libertad del usuario, violar la privacidad, imponer restricciones y mantener el control absoluto en manos de una entidad. La recopilación encubierta de información, la imposición de actualizaciones sin permiso, la provisión de funcionalidades mediante servidores controlados y la presión para usar determinados programas o servicios son características propias de software malicioso desde el punto de vista de la libertad y seguridad de los usuarios. Ante esta situación, la alternativa propuesta es adoptar software libre y abierto, que respete la privacidad, permita el control total sobre las funciones y proteja los derechos digitales de los usuarios. Sistemas operativos como GNU/Linux y sus múltiples distribuciones ofrecen mayor transparencia y empoderan al usuario porque permiten acceder, auditar y modificar el código según sea necesario.
Además, existen aplicaciones de libre distribución que pueden reemplazar todas las funciones básicas que ofrecen los productos de Microsoft, desde suites de oficina hasta navegadores, programas multimedia y juegos. Es importante entender que la lucha por un software más libre no solo es una cuestión técnica sino ética y social. Usar software que respeta la libertad del usuario promueve una cultura de transparencia y respeto a la privacidad, mientras que depender de software propietario con características que violan esos principios genera una relación desigual y a menudo perjudicial. La vigilancia masiva y el control sobre el software tienen repercusiones en la sociedad en su conjunto. Los datos recopilados pueden ser utilizados por gobiernos o actores no deseados para monitorear, censurar o reprimir a los usuarios.
Además, la dependencia de plataformas cerradas limita la innovación y puede generar monopolios que afectan la competencia y la diversidad tecnológica. En definitiva, catalogar el software de Microsoft como malware en un sentido amplio responde a la creciente evidencia de prácticas que violan la libertad y la privacidad del usuario. Sin embargo, esto también representa un llamado a la acción para quienes utilizan computadoras en todo el mundo: es necesario informarse, tomar decisiones conscientes y optar por alternativas que promuevan un entorno digital más justo y libre. La transición hacia software libre, aunque no exenta de retos, es posible y recomendable para quienes valoran la autonomía y la seguridad digital. Aunque Microsoft sigue dominando ampliamente el mercado, la existencia y crecimiento de proyectos libres demuestra que hay opciones viables y confiables.
Por encima de todo, el emponderamiento del usuario es fundamental para enfrentar los riesgos que supone el uso de software que actúa en contra de sus intereses. Este debate también pone de manifiesto que no se trata simplemente de evitar ciertos productos, sino de reclamar un entorno tecnológico que respete los valores de transparencia, privacidad y control del usuario. Sólo así se podrá construir un ecosistema digital saludable, que valore y proteja los derechos de todos los usuarios de la tecnología, sin importar su nivel técnico o económico. En resumen, la realidad actual del software de Microsoft coloca a los usuarios en una posición de vulnerabilidad frente a prácticas invasivas y restrictivas. Reconocer estas problemáticas es el primer paso para buscar soluciones y tomar control sobre la tecnología que se utiliza diariamente.
Promover el uso de software libre es una vía para recuperar el poder perdido y avanzar en la construcción de un mundo digital más justo y respetuoso con la libertad individual.