El cuerpo humano y el de muchos otros mamíferos poseen mecanismos complejos que garantizan la estabilidad de la temperatura interna, condición fundamental para la supervivencia y el desempeño óptimo de los procesos celulares. Durante mucho tiempo, se ha entendido que la termorregulación depende principalmente de respuestas inmediatas al entorno, mediadas por circuitos neuronales especializados que detectan cambios de temperatura y activan comportamientos o ajustes fisiológicos para mantener el equilibrio térmico. Sin embargo, recientes investigaciones científicas han demostrado que estos procesos están también profundamente influenciados por la memoria, concretamente por recuerdos asociados a experiencias de frío que pueden anticipar y modular las respuestas corporales. Este descubrimiento desafía la concepción tradicional y sugiere una dimensión cognitiva en la regulación térmica del cuerpo. En estudios experimentales con ratones, científicos han implementado paradigmas de condicionamiento pavloviano que permiten asociar contextos específicos con experiencias térmicas, como la exposición a bajas temperaturas cercanas a los 4 grados centígrados.
Lo sorprendente es que cuando los animales son expuestos nuevamente a esos mismos contextos, aunque la temperatura ambiental real sea neutra, muestran un incremento en su tasa metabólica similar al que tendrían si realmente estuvieran en frío. Este fenómeno indica que la memoria contextual actúa como un disparador para activar mecanismos fisiológicos de adaptación termal, incluso en ausencia del estímulo físico original. El tejido adiposo marrón es una pieza clave en esta regulación. Este tipo de tejido graso especializado es capaz de generar calor mediante un proceso llamado termogénesis sin escalofríos, que consiste en la oxidación de lipidos para producir calor de manera directa, en vez de generar calor mediante el movimiento muscular. Durante la evocación de recuerdos de frío, se ha observado un aumento en la expresión de genes relacionados con esta actividad termogénica en el tejido adiposo marrón, lo que confirma que la memoria no solo induce cambios en el comportamiento o la actividad motriz, sino que también estimula respuestas metabólicas profundas para generar calor y mantener la temperatura corporal.
El cerebro, como epicentro de esta integración, muestra patrones específicos de activación en regiones conocidas por su rol en la memoria y la regulación fisiológica. Particularmente, la actividad neuronal en el hipocampo, una estructura central en la formación y recuperación de recuerdos, y en áreas del hipotálamo como la zona lateral y la área preóptica medial, es significativamente mayor durante la evocación de un recuerdo térmico de frío. Además, se ha detectado una correlación funcional aumentada entre el hipocampo y el hipotálamo durante la recuperación de estas memorias, indicando la formación de una red neuronal específica para manejar la anticipación y la respuesta adaptativa al frío basada en experiencias pasadas. Para profundizar en los mecanismos moleculares y celulares, los investigadores han empleado técnicas de etiquetado de engramas, que permiten identificar y manipular las poblaciones neuronales responsables de almacenar un recuerdo específico. Al activar artificialmente estos engramas que codifican recuerdos de frío en el hipocampo, se induce un aumento en la tasa metabólica y en la expresión de genes termogénicos en tejido periférico, lo que confirma la capacidad de la memoria para controlar directamente funciones corporales que antes se creían exclusivas de respuestas automáticas al ambiente.
Por el contrario, inhibir estas mismas neuronas bloquea la respuesta termorreguladora aprendida, demostrando la necesidad funcional de estos engramas para la experiencia adaptativa. Estos hallazgos son revolucionarios porque evidencian que la experiencia sensorial de frío se almacena en el cerebro no solo como un dato pasivo sino que se integra como un recuerdo activo capaz de modificar respuestas fisiológicas futuras. Esto presenta una ventaja evolutiva significativa, ya que permite que los animales respondan de manera eficiente y energética a anticipaciones previsibles de frío, evitando gastos innecesarios de energía y mejorando la supervivencia. Además del papel del hipocampo y el hipotálamo, el estudio destaca que no todos los estímulos estresantes producen efectos similares sobre la termogénesis y la activación metabólica. Experiencias estresantes no relacionadas con frío, como la exposición a olores de depredadores o condicionamiento de miedo mediante estímulos aversivos, no activan el mismo conjunto de genes termogénicos ni elevan la tasa metabólica de forma comparable.
Esto indica que la respuesta de la memoria a estímulos térmicos es un circuito selectivo y especializado, vinculado estrechamente a la adaptación homeostática térmica más que a una reacción general al estrés. Desde una perspectiva médica y terapéutica, estos avances abren numerosas posibilidades. El tejido adiposo marrón en humanos también responde a estímulos térmicos y tiene una implicación significativa en el metabolismo energético, estando relacionado con la prevención y el control de enfermedades metabólicas como la obesidad y la diabetes tipo 2. Comprender cómo la memoria y el cerebro pueden modular esta respuesta mediante la activación de engramas térmicos podría derivar en novedosas estrategias para estimular la termogénesis de manera controlada y selectiva, sin necesidad de exposición física al frío, lo que tendría beneficios para el manejo del peso corporal y el metabolismo energético. En el plano neurobiológico, el vínculo entre memoria y control fisiológico sugiere que las experiencias pasadas configuran no solo comportamientos sino también funciones corporales esenciales, generando un sistema integrado en el cual la cognición influye directamente en la homeostasis biológica.
Esto redefine el alcance de la neurociencia y amplía la comprensión sobre cómo las memorias pueden impactar la salud y la adaptación física. Futuros estudios deberán explorar si otras experiencias sensoriales y ambientales también se codifican en engramas que modulan respuestas corporales, así como el posible papel recíproco de las señales metabólicas y termorreguladoras en la modulación y consolidación de memorias, estableciendo un circuito bidireccional entre cuerpo y cerebro. En resumen, el descubrimiento de que los recuerdos de frío controlan respuestas termorreguladoras en todo el cuerpo representa un gran avance en la comprensión de la interacción entre memoria y función fisiológica. Este conocimiento no solo enriquece la ciencia básica sobre memoria y homeostasis, sino que también tiene el potencial de inspirar innovadoras terapias para problemas metabólicos y trastornos relacionados con la regulación térmica, marcando un nuevo rumbo en el estudio interdisciplinar entre neurociencia, fisiología y medicina.