La fluoración del agua potable ha sido una práctica de salud pública fundamental desde mediados del siglo XX, considerada una estrategia eficaz y segura para prevenir la caries dental en la población general. Sin embargo, en años recientes, el debate sobre su continuidad ha cobrado nueva fuerza, especialmente en ciudades como Calgary, en Canadá, y Juneau, en Alaska, que optaron por eliminar el fluoruro del suministro público de agua. Lo sucedido en estos dos casos ha sido estudiado de cerca por científicos y expertos en salud pública, revelando impactos alarmantes que resuenan más allá de sus fronteras y presentan una advertencia crucial para otros municipios que evalúan cortar con esta intervención sanitaria. Calgary, una ciudad canadiense con una población ávida y creciente, decidió en 2011 dejar de adicionar fluoruro al agua potable. Para los profesionales de la salud dental locales, esta medida fue sorprendente y preocupante.
Warren Loeppky, pediatra odontólogo con dos décadas de experiencia en la ciudad, ha observado que las caries dentales en niños han aumentado considerablemente en múltiples aspectos, convirtiéndose en una afección más agresiva y severa con el paso del tiempo. Ha tenido que tratar a muchos pacientes infantiles bajo anestesia general debido a la gravedad de las afecciones, una situación que él mismo describe como desgarradora, pues la caries dental es una condición prevenible que afecta no solo la salud bucal sino el bienestar general de los niños. El debate sobre la fluoración en Calgary se reavivó y motivó al equipo de la investigadora Lindsay McLaren, de la Universidad de Calgary, a estudiar empíricamente qué ocurrió con la salud dental de los niños tras la suspensión de la fluoración. Su investigación se centró en evaluar a escolares de segundo grado, comparando los niveles de caries con los alumnos de Edmonton, una ciudad similar en la provincia que continuó con la fluoración. Los resultados fueron reveladores: mientras que en Calgary el 65% de los niños presentaba caries, en Edmonton la cifra se mantuvo en un 55%.
Esta diferencia, aunque puede parecer discreta, es estadísticamente significativa y refleja un mayor deterioro de la salud dental en la ciudad que eliminó el fluoruro. Para entender a profundidad las implicaciones, la misma línea de investigación encontró que en Calgary se incrementaron también los procedimientos dentales complejos que requieren sedación general, alcanzando casi el doble en comparación con Edmonton. Esto evidencia no solo un aumento en la prevalencia de las caries sino en la severidad de los casos, lo que implica un costo sanitario y social mucho mayor, especialmente para las familias y los sistemas de salud pública. Por su parte, Juneau, ubicada en Alaska, ya había dejado de fluorurar su agua en 2007 tras un proceso que involucró un informe de una comisión que favoreció la suspensión basándose en la incertidumbre sobre la seguridad del fluoruro a bajas concentraciones. Sin embargo, investigaciones posteriores lideradas por Jennifer Meyer, investigadora en salud pública de la Universidad de Alaska Anchorage, revelaron que después de la suspensión, el promedio de tratamientos dentales para niños menores de seis años aumentó significativamente y con ello el gasto relacionado con estos cuidados.
El análisis de registros de reclamaciones médicas mostró que el promedio de procedimientos para caries pasó de 1.5 a 2.5 por niño en un período de menos de una década, un aumento considerable que reflejaba el deterioro en la salud dental infantil tras la eliminación del fluoruro. A nivel económico, este incremento impactó directamente en los costos para Medicaid, el sistema de salud para personas con bajos recursos, lo que representa un gasto adicional que finalmente recae en los contribuyentes. Este fenómeno pone en evidencia una consecuencia poco discutida pero significativa: cuando las autoridades optan por eliminar una intervención pública segura y comprobada como la fluoración, las comunidades terminan enfrentando un llamado “impuesto oculto en salud”, generando un aumento en la demanda de tratamientos más caros y complejos de cuidado dental.
El fluoruro funciona fortaleciendo el esmalte dental mediante la incorporación de minerales como calcio y fosfato, ayudando a prevenir el daño causado por ácidos producidos por bacterias en la boca. La recomendación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos establece que el contenido ideal de fluoruro en el agua debe ser de aproximadamente 0.7 miligramos por litro, una concentración segura y efectiva para prevenir caries sin provocar efectos adversos. A pesar de esta recomendación, la decisión de fluorurar depende de los gobiernos estatales y locales y varía en distintas regiones. En el contexto actual, se observa un resurgimiento de movimientos y políticas contrarias al fluoruro, con estados como Utah prohibiendo la fluoración y debates legislativos extendidos en varias jurisdicciones.
Esto se fundamenta en preocupaciones relacionadas con posibles efectos adversos supuestamente asociados al fluoruro, tales como la fluorosis dental (una decoloración del esmalte), inconvenientes éticos vinculados a la medicación masiva y discusiones sobre daño neurológico. Sin embargo, muchas de estas afirmaciones se basan en estudios con altos niveles de fluoruro no comparables a los existentes en los sistemas convencionales de fluoración o proceden de evidencias científicas cuestionables. Un informe reciente de agosto de 2024 por parte del Programa Nacional de Toxicología destaca una asociación entre niveles elevados de fluoruro en el agua (más de 1.5 mg/L) y una reducción en el cociente intelectual en niños, pero enfatiza que no se puede extrapolar esta conclusión a dosis más bajas, como las recomendadas y usadas en la fluoración comunitaria. Además, la asociación no implica causalidad, por lo cual se requiere cautela antes de socavar la seguridad de la fluoración en concentraciones adecuadas.
Frente a esta controversia, expertos en salud pública y odontología subrayan que eliminar la fluoración basada en evidencias débiles o mal interpretadas no es una medida prudente, sino una forma de negligencia que pone en riesgo el bienestar de la población, especialmente de los grupos vulnerables como los niños. La experiencia de Calgary y Juneau confirma estos riesgos, mostrando impactos negativos tanto en la salud como en la economía comunitaria. El caso de Calgary también ofrece una nota positiva al demostrar que la opinión pública puede revertir la política mediante la participación informada. En 2021, con más del 60% de los votantes optando por restablecer la fluoración, la ciudad decidió volver a incluir el fluoruro en su agua, respaldada por estudios científicos y el activismo de especialistas y ciudadanos conscientes. Esto evidencia cómo la ciencia y la defensa comunitaria pueden efectuar cambios que mejoren la salud pública y reduzcan las desigualdades en el acceso a cuidados preventivos.
El dilema del fluoruro en el agua potable es un reflejo de los retos contemporáneos para equilibrar la ciencia, la política y la percepción social de las intervenciones de salud pública. Mientras algunos grupos expresan preocupación por supuestos efectos adversos, la evidencia robusta sigue señalando que la fluoración es una herramienta segura, efectiva y económica para proteger la salud dental. Ignorar o rechazar esta estrategia sin un análisis riguroso puede conducir a costos mayores y consecuencias adversas para generaciones futuras. A nivel global, la fluoración continúa siendo recomendada por organizaciones como la Organización Mundial de la Salud por su impacto demostrado en la reducción de caries, un problema que afecta a miles de millones de personas y repercute en la calidad de vida, la nutrición y el desarrollo personal. Las ciudades que han detenido la fluoración, como Calgary y Juneau, ofrecen un estudio de caso vital que invita a una reflexión profunda sobre los beneficios de la prevención frente a los costos del tratamiento tardío.
En conclusión, eliminar el fluoruro del agua potable no es una medida neutral sino que genera consecuencias reales y significativas. Los testimonios y estudios científicos de Calgary y Juneau dejan claro que esta decisión perjudica la salud dental de los niños, aumenta los gastos en tratamientos complejos y pone en riesgo la equidad en salud. Por ello, es esencial que los gobiernos, profesionales y comunidades tomen decisiones basadas en la evidencia científica más sólida, fomentando la educación y la participación pública para asegurar intervenciones efectivas y justas en la promoción de la salud bucal.