Las Fuerzas Especiales del Reino Unido, conocidas por su formación rigurosa y su papel clave en operaciones militares de alta complejidad, se han visto envueltas en una controversia sin precedentes. Por primera vez, exmiembros de estas unidades de élite han decidido hablar públicamente y revelar testimonios estremecedores sobre crímenes de guerra cometidos por compañeros durante las intervenciones en Irak y Afganistán. Sus declaraciones, recogidas por el programa BBC Panorama, presentan relatos directos y desgarradores que desafían la imagen heroica que tradicionalmente se asocia con estas tropas y ponen en evidencia graves violaciones del derecho internacional humanitario perpetradas durante operaciones encubiertas y altamente sensibles. Los abusos, según los veteranos, incluyen el asesinato de personas desarmadas, ejecuciones sumarias de prisioneros bajo custodia, y un patrón sistemático de comportamientos contrarios a las leyes de guerra. Uno de los testimonios más dramáticos describe la ejecución de un niño pequeño, detenida y esposada, que fue ultimado a pesar de su evidente inocencia y edad.
Estos relatos no solo denuncian hechos aislados sino que apuntan a conductas extendidas y normalizadas dentro de ciertos escuadrones de las Fuerzas Especiales. Según las fuentes, matar a detenidos, una práctica prohibida bajo cualquier circunstancia, llegó a convertirse en una rutina operativa para algunos integrantes, quienes incluso alteraban las escenas para aparentar enfrentamientos legítimos, plantando armas falsas junto a las víctimas. Este modus operandi criminal evidencia no solo el grado de impunidad con el que operaban sino también complicidad y encubrimiento a niveles jerárquicos más elevados dentro del mando militar. Además de la saga de asesinatos, los testimonios ponen en relieve una cultura interna tóxica marcada por la deshumanización del enemigo y una obsesión por contabilizar bajas. Exmiembros hablan de una “adicción” al acto de matar, donde algunos individuos buscaban no solo cumplir con las órdenes sino incluso superar a sus compañeros en número de muertes.
Estas historias inquietantes describen episodios de violencia extrema, como la ejecución de personas heridas y desarmadas, bajo la falsa justificación de evitar “volver a la base” con determinados prisioneros. La brutalidad, en ocasiones, parecía imparable hasta el punto de que soldados calmados exhibían comportamientos psicopáticos, practicando incluso actos de tortura y mutilación. El escándalo no se limita a un solo cuerpo; tanto el Servicio Aéreo Especial (SAS) como el Servicio de Barcos Especiales (SBS), que forman parte del conglomerado conocido como Fuerzas Especiales del Reino Unido (UKSF), han sido mencionados en los testimonios. Las revelaciones sugieren que la conducta criminal estuvo presente a lo largo de más de una década e implicó a un abanico amplio de tropas, más allá de unidades específicas. Sorprendentemente, estos hechos habrían sido conocidos o, al menos, sospechados dentro de los altos mandos, pero se habrían mantenido ocultos a la opinión pública y las instancias oficiales mediante artimañas legales y manipulación de informes oficiales.
Los testimonios también revelan un sistema organizado para evadir investigaciones. Documentos oficiales y reportes post-operacionales eran alterados para minimizar indicios de ejecuciones ilegales. Personal legal y oficiales en la cadena de mando habrían colaborado en la redacción de informes que presentaban estos crímenes como resultados legítimos de enfrentamientos armados. Esta práctica no solo impedía la apertura de procedimientos penales, sino que facilitaba que los perpetradores continuaran operando con absoluta impunidad. En un contexto internacional, estas revelaciones son extremadamente graves, pues violan normas básicas del derecho internacional humanitario y podrían constituir crímenes de lesa humanidad.
La intervención británica en Afganistán, desarrollada durante dos décadas y con un costo humano significativo, no solo causó la pérdida de numerosos soldados británicos sino también el sufrimiento de miles de civiles, algunos de los cuales podrían haber sido víctimas directas de estas ejecuciones ilegítimas. Veteranos y expertos coinciden en que la afectación moral dentro de las tropas también fue profunda, con un daño colateral que trascendió el ámbito militar y social. El impacto político también ha sido significativo. El hecho de que el entonces primer ministro británico David Cameron haya sido advertido en múltiples ocasiones por el ex presidente afgano Hamid Karzai acerca de estas denuncias genera interrogantes acerca del nivel de conocimiento y la responsabilidad de los dirigentes políticos. Algunos analistas señalan que una supervisión parlamentaria insuficiente sobre estas unidades especiales pudo haber permitido que tales prácticas persistan sin controles adecuados.
El Ministerio de Defensa británico ha respondido asegurando su compromiso con la investigación pública actualmente en marcha, instando a cualquier persona con información relevante a colaborar. Sin embargo, ha evitado comentar directamente sobre las acusaciones específicas, remitiéndose al respeto por los procesos judiciales y la presunción de inocencia. Esta crisis revela además una dimensión ética y humana que va más allá de los hechos concretos. Rompe con el código tradicional de silencio que siempre ha rodeado a las operaciones de las fuerzas especiales y pone en evidencia una batalla interna entre la lealtad a la institución y la necesidad de transparencia y justicia. El acto de romper ese silencio puede marcar un antes y un después en la cultura militar y en la manera en que se aborda la rendición de cuentas en los conflictos armados.
Además, el caso resalta la importancia del periodismo de investigación como motor para destapar abusos que, de otro modo, quedarían en la impunidad. El trabajo de la BBC Panorama, apoyado en testimonios valientes y evidencia visual inédita, ha sido fundamental para visibilizar una problemática que involucra no solo a militares sino también a civiles que exigen justicia. En resumen, las denuncias de exmiembros de las Fuerzas Especiales del Reino Unido sobre crímenes de guerra cometidos por sus propios compañeros durante operaciones en Irak y Afganistán implosionan la percepción tradicional de estas unidades. Revelan un patrón sistemático de violaciones de derechos humanos que incluyen ejecuciones extrajudiciales, manipulación de pruebas y encubrimiento institucional. Este escándalo no solo tiene repercusiones legales y políticas sino que también plantea dilemas morales y éticos sobre la conducta en guerra, la responsabilidad de las autoridades y la protección de los civiles en contextos bélicos.
El proceso de investigación en curso será crucial para esclarecer los hechos, determinar responsabilidades y evitar que atrocidades de esta naturaleza se repitan en futuras misiones militares. La sociedad británica y la comunidad internacional observan con atención cómo se enfrentará esta crisis, que pone en jaque la reputación y la integridad de una de las fuerzas especiales más reconocidas del mundo. La búsqueda de la verdad y la justicia se convierten en imperativos esenciales para preservar el respeto a los derechos humanos y fortalecer la rendición de cuentas en el ámbito de la defensa.