La rápida evolución de las criptomonedas y la creciente importancia de los activos digitales en el sistema financiero global han llevado a los legisladores de Estados Unidos a considerar leyes que regulen eficazmente estas nuevas formas de dinero digital. Entre las propuestas más discutidas se encuentran la legislación sobre stablecoins, monedas digitales diseñadas para mantener un valor estable respaldado por reservas. Sin embargo, detrás de la aparente modernización financiera que estas leyes prometen, se oculta un debate crucial sobre el papel que podrían jugar las grandes empresas tecnológicas en el futuro de la banca. Recientemente, la Cámara de Representantes avanzó un proyecto conocido como la Ley STABLE, que regula la emisión y supervisión de stablecoins. Esta iniciativa, junto con la Ley GENIUS en el Senado, establece un marco para cómo deben gestionarse y respaldarse estas monedas digitales, con la intención de fortalecer la posición del dólar a nivel mundial y facilitar transacciones más económicas, rápidas y seguras.
No obstante, un aspecto poco destacado pero altamente relevante es que estas leyes permitirían que no solo los bancos, sino también compañías no financieras, incluidos gigantes tecnológicos, puedan ingresar al mercado de las stablecoins si obtienen la aprobación de un regulador federal. Esta puerta abierta en la legislación ofrece una oportunidad sin precedentes para que empresas como Meta (antes Facebook), Amazon o X (la red social de Elon Musk) desarrollen sus propias monedas digitales. Estos actores ya cuentan con vastas plataformas de usuarios, gran capacidad tecnológica y un enorme acceso a datos personales y financieros, una combinación que podría transformar sus posiciones privadas en un centro neurálgico del sistema financiero. La inclusión de estas compañías en el ecosistema monetario podría reconfigurar no solo cómo las personas realizan pagos, sino también quién controla esos flujos de dinero. El interés de las grandes tecnológicas en el sector financiero no es nuevo.
Por ejemplo, Facebook intentó lanzar Libra en 2019, un proyecto de criptomoneda que enfrentó fuertes críticas y resistencia regulatoria, lo que forzó su replanteamiento y reorientación. Por su parte, X ha estado adquiriendo licencias para operar como transmisor de dinero en varios estados de EE. UU., y Amazon es una plataforma con un ecosistema que abarca desde compras hasta servicios de suscripción, pasando por supermercados con Whole Foods, lo que le proporciona una base sólida para potencialmente impulsar una moneda digital propia. Los expertos advierten que esta convergencia entre tecnología y finanzas podría concentrar aún más poder en estas corporaciones.
Desde una perspectiva social y económica, si miles o incluso millones de personas empiezan a utilizar stablecoins emitidas por estas compañías en lugar de cuentas bancarias tradicionales, las implicaciones podrían ser profundas. Los bancos tradicionales cumplen un rol fundamental en la economía: canalizan los depósitos hacia préstamos que fomentan la inversión y el crecimiento económico. Por otro lado, el dinero en stablecoins apenas se mantiene en reservas, sin circular activamente para financiamiento productivo. Esto puede obstaculizar el crédito a consumidores y empresas pequeñas, afectando la economía real. Además, la gestión centralizada de grandes volúmenes de transacciones digitales ofrece a las tecnológicas acceso a información extremadamente valiosa, con detalles sobre patrones de consumo, comportamientos y preferencias de los usuarios.
Esto podría dar lugar a una vigilancia financiera sin precedentes y el desarrollo de algoritmos personalizados que influyan en los precios y condiciones que se ofrecen a cada consumidor, generando preocupaciones legítimas respecto a la privacidad y la equidad. No es casualidad que reguladores como Rohit Chopra, director de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, hayan expresado inquietudes sobre el potencial de las empresas tecnológicas para monopolizar la banca digital y ejercer un control intensivo sobre las finanzas personales. Se teme que la creciente entrada de estas compañías en el sistema bancario pueda erosionar regulaciones existentes y limitar la competencia, incrementando riesgos sistémicos para la estabilidad financiera. Un precedente internacional sirve como advertencia. En China, gigantes como Tencent y Alibaba dominaron primero el sector de los pagos digitales, convirtiéndose en actores clave a nivel regulatorio y económico.
Posteriormente, el gobierno chino intervino con medidas estrictas para contener su poder, demostrando que la acumulación de influencia en el sector financiero por parte de empresas tecnológicas puede generar tensiones políticas y económicas sustanciales. A nivel legislativo, existen voces tanto a favor como en contra de abrir este espacio a los grandes actores tecnológicos. La representante Maxine Waters ha defendido la necesidad de mantener la separación entre el comercio y la banca, argumentando que permitir que corporaciones como Amazon o Walmart creen su propio dinero podría ser peligroso para la economía y la privacidad de los usuarios. Por otro lado, legisladores como Bryan Steil y French Hill señalan que limitar la participación de estos actores podría frenar la innovación tecnológica y financiera, esenciales para mantener la competitividad global. Sin embargo, la decisión de rechazar la enmienda que buscaba una separación estricta deja claro que la discusión está lejos de resolverse y que el escenario futuro implicará un delicado equilibrio entre fomentar la innovación y proteger a los consumidores y la estabilidad financiera.