J.D. Vance, senador y posible candidato a la vicepresidencia en la elección de Estados Unidos, ha ganado notoriedad no solo por su ascenso meteórico desde sus raíces en Ohio, sino por la influencia inquietante y poco convencional que ha tenido en su ideología política. Detrás de su retórica se encuentran las ideas de un entorno tecnológico y filosófico oscuro, que impulsan un modelo de gobernanza que muchos califican de techno-autoritarismo, inspirado en teorías radicales poco conocidas para el gran público. Entender de dónde provienen estas ideas es crucial para comprender no solo a Vance, sino también el posible rumbo político que podría tomar un sector importante del panorama estadounidense.
En el epicentro de esta red de influencias está Curtis Yarvin, un desarrollador de software de San Francisco conocido por su seudónimo y sus propuestas políticas altamente controvertidas y radicales. Yarvin, quien se identifica como un reaccionario, ha elaborado durante años una filosofía llamada neorreacción o NRx, que propone un modelo de sociedad completamente distinto a las democracias modernas, favoreciendo dictaduras tecnológicas disfrazadas bajo una apariencia de eficiencia y modernidad. Hay en sus ideas una mezcla perturbadora de elitismo tecnológico y desprecio hacia la base social que, según él, no resulta productiva para el sistema. En 2008, Yarvin sorprendió y aterrorizó con ideas extremas sobre cómo tratar a quienes no encajan en este sistema productivo; una propuesta que incluía, en un primer momento, convertir a esos grupos “no productivos” en biodiesel para abastecer el transporte público de la ciudad. Aunque luego matizó que era una broma, no dejó de lado su planteamiento real, que sugería como alternativa “humana” una suerte de confinamiento perpetuo en mundos virtuales para estos individuos, donde vivirían en realidades simuladas diseñadas para evitar su locura.
Estas propuestas no se quedaron en el ámbito teórico. Peter Thiel, un empresario tecnológico multimillonario con una clara visión política autoritaria, es uno de los principales seguidores y promotores de Yarvin. Thiel ha financiado proyectos vinculados a esta filosofía y ha respaldado abiertamente a J.D. Vance, a quien vio como su protegido en la política estadounidense.
Thiel es una figura clave para entender la conexión entre el mundo tecnológico de Silicon Valley y el ascenso de discursos autoritarios en la política norteamericana contemporánea. J.D. Vance conoce a Thiel desde sus días como estudiante de Yale. Fue una charla de Thiel sobre la importancia de que las mentes más brillantes se dediquen a la tecnología, y no a carreras tradicionales, lo que llevó a Vance a trasladarse a San Francisco y acabar en la órbita del multimillonario.
Vance no solo recibió apoyo económico de Thiel en su carrera política, sino también respaldo logístico y estratégico. La relación entre ambos ha sido tan estrecha que es difícil disociar las ideas de Vance de las influencias ideológicas provenientes de Thiel y los círculos que él frecuenta. En estas conexiones aparece nuevamente Yarvin, considerado el “filósofo político de la casa” dentro del circuito de influencia de Thiel, donde no solo celebran ideas sobre la desintegración de la democracia, sino que abogan por reestructurar la gobernanza mundial como un sistema de “parches” —o pequeñas entidades soberanas— cada una gobernada como una corporación con poder absoluto. Esta idea va más allá del simple autoritarismo: propone la eliminación del sistema estatal clásico y la creación de microestados corporativos, donde la libertad y la justicia se subordinan a la voluntad de las corporaciones tech que los dominan. Este planteamiento radical aparece en el texto de Yarvin llamado “Patchwork: A Political System for the 21st Century”, donde describe un mundo en el que San Francisco, por ejemplo, puede ser gobernado como una empresa con poder para dictar leyes arbitrarias sin interferencia externa.
La vigilancia masiva, los sistemas de identificación total y el control tecnológico forman parte esencial de este modelo, en el que la privacidad y las garantías individuales desaparecen y se sustituyen por un sistema de control integral y absoluto. Aunque Vance no ha defendido explícitamente la creación de estos “reinos” corporativos, sí ha manifestado ideas en paralelo que revelan su alineación con la visión de Yarvin. Su defensa de purgas políticas, como lo dijo en un podcast en 2021, al proponer la eliminación sistemática de opositores dentro de las instituciones gubernamentales, recuerda la llamada “De-Nazificación” o “De-Baathificación”, términos que evocan procesos histórico-políticos de limpieza ideológica en Alemania o Irak bajo regímenes autoritarios. Vance sugiere reemplazar a cada burócrata del Estado “administrativo” con seguidores y afines al movimiento conservador que representa, mostrando una mirada poco respetuosa por la independencia de las instituciones democráticas. Esta estrategia no es solo una opinión aislada de Vance, sino que tiene un correlato en el plan conocido como Project 2025, del Heritage Foundation, que intenta implementar la retirada masiva de funcionarios federales, con la intención de modificar la estructura de gobierno estadounidense hacia algo más alineado con una administración de tinte autoritario.
El proyecto contemplaría despedir a hasta medio millón de empleados federales y la destrucción de agencias clave, lo cual refleja la agenda más amplia de control y centralización de poder bajo un liderazgo reducido. Además, estas ideas convergen en la figura de Donald Trump, quien representa para Vance y sus aliados la oportunidad política para llevar a cabo estas transformaciones radicales. El respaldo financiero y político de Thiel a Vance y Trump subraya la alianza entre el poder corporativo tecnológico y la extrema derecha política. Musk, otro magnate tecnológico, también ha contribuido con sumas millonarias y acciones directas que han llevado a la transformación de plataformas mediáticas clave en vehículos de desinformación consonantes con esta ideología. Así, Silicon Valley, más que un epicentro de innovación abierta, se convierte en la cuna de un autoritarismo digital sofisticado y con impacto en la política nacional.
Es importante señalar que la trayectoria de Vance no surge de un bagaje cultural tradicional o académico clásico. Su radicalización y giro hacia el techno-autoritarismo se desarrollaron en el ambiente tecnológico y político de San Francisco, donde estableció lazos con personajes como Davíd Sacks, cercano a Thiel y conocido por sus posiciones ultraconservadoras y pro-Putin, que también han colaborado en la maquinaria política que respalda esta transformación autocrática. Este fenómeno representa un riesgo palpable para la democracia estadounidense, que pareciera estar enfrentándose a una convergencia inédita entre la tecnología, el poder corporativo y movimientos políticos de corte autoritario. Mientras Kamala Harris se perfila como la contrapeso institucional encargado de proteger las estructuras democráticas, la alianza de Vance y sus operadores tecnológicos configuran un futuro incierto y potencialmente peligroso. El caso de J.
D. Vance demuestra la influencia que pueden tener los entornos tecnológicos y las filosofías radicales en los procesos políticos contemporáneos. Nos invita a reflexionar sobre la importancia de vigilar y entender estas corrientes para preservar los principios democráticos y evitar la normalización de sistemas políticos que, bajo el disfraz de modernidad, erosiona los derechos y libertades fundamentales. El ascenso de estas ideas no es un fenómeno aislado sino parte de una tendencia global donde la tecnología y el poder se amalgaman para desafiar el orden democrático establecido, un desafío al que la sociedad civil y las instituciones deberán responder con firmeza y claridad.