En los últimos años, han surgido diversas teorías y reclamos alrededor de supuestos proyectos secretos llevados a cabo por gobiernos con presupuestos millonarios y actividades opacas. Una de las afirmaciones más sorprendentes es la de una ciudad subterránea construida en Estados Unidos con un valor estimado de 21 billones de dólares, destinada a albergar a las élites del país ante una posible catástrofe de alcance global. Esta teoría ha ganado atención luego de que una exfuncionaria estadounidense hiciera declaraciones contundentes sobre el tema, aportando datos económicos y testimonios que han reavivado el debate entre escépticos y creyentes de esta posibilidad. Catherine Austin Fitts, quien fue asistente del Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano durante la administración de George H. W.
Bush entre 1989 y 1990, es una de las principales voces que han expuesto esta teoría. En una entrevista concedida en un conocido podcast, Fitts reveló que, tras años de investigación, llegó a la conclusión de que el gobierno de Estados Unidos destinó una suma exorbitante de dinero a proyectos no autorizados, incluyendo la edificación de un complejo subterráneo para proteger a un grupo selecto de individuos ante un pronosticado evento apocalíptico. Este reclamo está vinculado a un informe realizado en 2017 por Mark Skidmore, economista de la Universidad Estatal de Michigan, quien junto a un grupo de académicos evidenció irregularidades financieras sin explicación clara por un monto aproximado de 21 billones de dólares en los departamentos de Defensa y Vivienda y Desarrollo Urbano entre 1998 y 2015. Las cifras son extraordinarias si se comparan con los presupuestos oficiales asignados para esos años, lo que sugiere gastos que escapan al control público y a la supervisión del Congreso. Según Fitts, al profundizar en el destino de esos fondos, halló pistas que apuntan hacia la existencia de una gran cantidad de bases subterráneas, algunas ubicadas incluso bajo el océano, conectadas por sistemas de transporte que forman parte de una infraestructura similar a una ciudad en el subsuelo.
La exfuncionaria estimó que hay alrededor de 170 instalaciones de este tipo, conectadas mediante redes subterráneas que permiten movilidad y logística entre ellas. Un aspecto que también llamó la atención en sus declaraciones es la posible fuente de energía utilizada para alimentar esta red oculta. Fitts señaló que tecnologías avanzadas y poco entendidas podrían estar en uso, mencionando naves de altas velocidades que no dependen de la electricidad convencional. Esta sugerencia se alinea con teorías que especulan sobre desarrollos tecnológicos del gobierno no revelados al público en general. El propósito principal de estas bases, según la declaración de Fitts, sería servir como refugio ante un "evento de extinción cercana", un escenario catastrófico que podría poner en riesgo la supervivencia humana.
Adicionalmente, las instalaciones servirían para la ejecución de proyectos secretos, potencialmente ligados a programas clasificados que requieren un alto grado de confidencialidad y seguridad. La divulgación de estas afirmaciones ocurrió en un contexto donde las preocupaciones sobre catástrofes globales, crisis sociales y amenazas nucleares han aumentado entre la población. La pandemia mundial y la inestabilidad política han alimentado el crecimiento de una industria dedicada a la construcción de refugios antiapocalípticos, donde tanto millonarios como ciudadanos comunes invierten en búnkeres equipados con tecnología avanzada y comodidades excepcionales. Empresas privadas, como SAFE (Strategically Armored & Fortified Environments), han dado un paso más allá ofreciendo búnkeres de lujo con programas personalizados de bienestar y atención médica impulsada por inteligencia artificial. La meta es combinar protección con confort, haciendo que estos espacios sean no solo funcionales para la supervivencia, sino también atractivos para quienes pueden permitirse grandes inversiones.
El auge de este tipo de emprendimientos ha sido tan significativo que se han anunciado planes para construir estas estructuras a lo largo de los cincuenta estados del país, con Virginia como punto estratégico debido a su proximidad a Washington D.C. Para asegurar que estas instalaciones permanezcan exclusivas, se implementan medidas de seguridad extremas, incluyendo diseño de paisajes que disuaden la aproximación no autorizada como lagos con líquidos inflamables y accesos restringidos mediante puentes levadizos. Además del interés empresarial privado, personalidades públicas también han sido vinculadas a la construcción de refugios subterráneos. El CEO de Meta, Mark Zuckerberg, por ejemplo, posee un refugio en una enorme propiedad en Hawaii, diseñado para ser autosuficiente y preparado para cualquier eventualidad.
Este fenómeno no es exclusivo de las capas altas, pues también existen opciones accesibles para trabajadores promedio y familias preocupadas por amenazas futuras, subrayando cómo la idea de supervivencia está permeando múltiples estratos sociales. A pesar del consenso entre ciertos sectores sobre la existencia de bases subterráneas, algunos continúan mostrando escepticismo ante la magnitud y el contraste del monto económico involucrado. Consideran que mantener secreto un proyecto tan vasto implicaría una conspiración casi imposible de ocultar, debido a la gran cantidad de personas y recursos necesarios. Estas posturas se enfrentan a testimonios anecdóticos y relatos de contratistas que aseguran haber tenido acceso a instalaciones exclusivas bajo ciudades como Washington D.C.
Algunos incluso describen puntos discretos en la superficie, como cajas de energía o transformadores que en realidad podrían ocultar entradas a estas áreas subterráneas. El gobierno de Estados Unidos, por su parte, no ha emitido declaraciones oficiales que confirmen ni desmientan estas alegaciones. En cambio, se mantiene un silencio que, para algunos, alimenta la especulación y el interés público. La falta de comunicación oficial no es inusual cuando se trata de operaciones con alto nivel de clasificación y seguridad nacional. Más allá del debate sobre la autenticidad del proyecto, la atención pública hacia este tema refleja un creciente interés en la preparación ante lo desconocido.
El "mercado del pánico" ha evolucionado y se comercializa con sofisticación, aprovechando miedos colectivos y personales para promover soluciones que prometen seguridad total, ya sea a nivel individual o colectivo. La discusión también abre interrogantes sobre el uso de los fondos públicos, la trasparencia gubernamental y los límites éticos de las inversiones en proyectos que podrían beneficiar solo a una minoría privilegiada. La cuestión financiera que expone Skidmore pone en relieve las complejidades del sistema presupuestario y la supervisión en grandes instituciones, con un enfoque en la necesidad de mayor vigilancia y rendición de cuentas. Finalmente, el tema de la ciudad subterránea valuada en 21 billones de dólares se inserta dentro de un contexto más amplio que cuestiona el equilibrio entre seguridad nacional, derechos ciudadanos y la creciente brecha entre las élites y el resto de la sociedad. Las conversaciones sobre estas infraestructuras secretas son parte de un diálogo más profundo sobre el futuro, la supervivencia y la confianza en las instituciones.
Independientemente de la veracidad de la existencia de esta ciudad subterránea, la narrativa ha captado la imaginación y atención del público, incitando a un análisis crítico de la información filtrada y los datos oficiales. La exploración de estas teorías con rigor y sensibilidad es fundamental para entender las dimensiones políticas, económicas y sociales que envuelven la construcción de infraestructuras destinadas a la protección en tiempos inciertos.