El disparo en salva, comúnmente representado en películas y series de televisión, se ha convertido en un símbolo visual icónico de las batallas con arcos. Generalmente, se muestra a un general ordenando a sus arqueros que tensen las cuerdas simultáneamente y disparen en un único y poderoso ataque de flechas, creando una nube que silencia y diezma al ejército enemigo. Sin embargo, la realidad histórica y tácticas del combate con arcos indican que esta práctica nunca existió realmente en el modo que nos la presentan. La idea de que los arqueros disparaban todos a la vez, formando una salva perfecta y devastadora, es más producto del imaginario colectivo y del lenguaje cinematográfico moderno que de la realidad de los antiguos campos de batalla. El concepto original de la "salva de disparo" o "volley fire" es una táctica desarrollada para superar las limitaciones específicas de armas con tiempos de recarga lentos y alto poder destructivo, como las armas de fuego antiguas y los ballesteros en China.
Cuando el tiempo necesario para volver a cargar era considerable, era ventajoso que una fila de soldados disparara simultáneamente para proporcionar un efecto devastador en un único momento y luego retrocediera a recargar mientras otra fila ocupaba su posición, manteniendo una lluvia de disparos continua. Esta técnica, conocida como contramarcha, estuvo presente en los ejércitos que usaron armas de fuego y ballestas, pero no en los que utilizaban arcos tradicionales. Los arcos, especialmente los de guerra, tenían una cadencia de disparo mucho más rápida. Un arquero experimentado podía disparar hasta seis o más flechas por minuto, lo que eliminaba prácticamente la necesidad de esperar a que una fila entera estuviera lista para disparar. Al contrario, mantener la cuerda tensada para disparar simultáneamente supondría un enorme desgaste físico para los arqueros, dado que los arcos de guerra tenían enormes pesos de tensión, que podían exceder los 80 libras, y requerían una fuerza considerable para tensar y mantener.
Esta exigencia física hacía inviable mantener el mismo momento de disparo. Los arqueros no podían mantener la tensión y esperar la orden para soltar las flechas simultáneamente sin agotarse rápidamente. La técnica real consistía en disparar en una constancia, con cada arquero operando al ritmo que podía sostener y la infantería enemiga recibiendo una "lluvia" constante de proyectiles en lugar de una única y poderosa andanada coordinada. Esto se traduce en una pérdida casi total de sincronización en las representaciones populares. Desde un punto de vista táctico, disparar de manera continua dispersaba el impacto, dificultaba la cobertura y creaba presión constante en las tropas adversarias.
En batallas reales, la letalidad de los arcos no radicaba en una lluvia masiva de flechas que derribaba filas enteras de un solo disparo, sino en desgastar al enemigo con el tiempo, causando heridas, fatiga y desmoralización. La precisión y penetración de flechas contra el enemigo dependía además del armamento defensivo: escudos grandes y proyectiles contundentes o bien flechas especializadas para atravesar armaduras influían decisivamente en el resultado. La capacidad de penetración de las flechas fue siempre limitada en comparación con las armas de fuego. La mayoría de los soldados defendidos con armaduras de malla o placas podían resistir varios impactos, y escudos robustos reducían notablemente la exposición efectiva. Así, aunque la representación en la cultura popular exhibe flechas atravesando sin dificultad escudos y armaduras, la realidad es que muchos proyectiles rebotaban, quedaban atrapados o causaban heridas superficiales.
Esto implicaba que un único disparo masivo posiblemente no desorganizaría ni detendría contundentemente al adversario. En términos de números, cuando se calcula el porcentaje de flechas que realmente impactan en un enemigo y causan bajas o incapacitan, la cifra cae dramáticamente una vez consideradas las probabilidades de fallar el blanco, los efectos defensivos y el área efectiva ocupada por los combatientes. Se estima que el impacto letal era inferior al 1% de las flechas lanzadas, por lo que una "salva" tendría poca capacidad de generar un colapso instantáneo en las filas enemigas. Por ejemplo, en batallas históricas importantes como Agincourt o Gaugamela se documenta que, si bien el fuego de arqueros tuvo un papel decisivo, la infantería enemiga fue capaz de avanzar a pesar de la lluvia de flechas y solo se vio frenada tras el combate cuerpo a cuerpo y la acumulación gradual de daños y desmoralización. En estas circunstancias, la potencia de la flecha era más un factor de desgaste acumulativo que un golpe inmediato y letal.
Por otro lado, algunos ejércitos antiguos utilizaron la técnica de disparo en filas, como sucedió con las ballestas en China, donde se desarrolló un sistema de disparo escalonado que facilitaba la recarga mientras otras filas mantenían la presión. Esta táctica fue posible debido a la lentitud extrema en recargar los ballesteros. Sin embargo, esta práctica no se trasladó jamás a los arcos debido a su mucho menor tiempo de recarga y diferente método de uso. Los aspectos culturales y filosóficos también influyeron en la ausencia de esta técnica con arcos. La formación y la disciplina estaban menos enfocadas en tratar a los soldados como partes intercambiables de una maquinaria de guerra, sino que se valoraba la iniciativa individual del arquero dentro de cierto orden.
Por tanto, la coordinación en disparos no buscaba homogeneizar un ataque simultáneo sino mantener un ritmo constante y efectivo. Además, en cuanto a la representación mediática, la escena del disparo en salva cumple un propósito dramático y narrativo que se ha arraigado en la iconografía bélica moderna, especialmente inspirada en los regimientos de mosqueteros de los siglos XVII y XVIII. Históricamente, estas armas lentas y poderosas necesitaron esa coordinación para mantener el flujo de disparos, pero esta lógica no es transferible a la arqueología y tácticas de la guerra antigua o medieval que usaban arcos. Las producciones contemporáneas, que buscan impacto visual y claridad para audiencias no especialistas, prefieren usar órdenes simples como "¡Fuego!" o "¡Disparen!", aunque sean imprecisas o anacrónicas para el contexto histórico, contribuyendo a la confusión general. Sin embargo, algunos expertos plantean que podría ser más enriquecedor mostrar la realidad compleja y menos dramática de la guerra con arcos, destacando la habilidad individual y la lluvia constante de proyectiles, lo que aportaría una imagen más genuina y educativa.