Viajar a Berlín para asistir a Superbooth 2025 fue mucho más que un simple desplazamiento a un evento. Para mí, como ingeniero de software con un amor creciente por la música, esta experiencia representó un encuentro directo con la creatividad, la innovación y la pasión que alberga el universo de la música electrónica y el hardware analógico. A lo largo de tres días intensos, pude reconectar con mi lado artístico y descubrir un mundo fascinante que combina la tecnología más vanguardista con la expresión musical más pura. La idea de vivir esta experiencia nació en un momento de agotamiento profesional. Trabajar en el área de la ingeniería de software a veces puede ser monótono y conducir al desgaste.
He tenido en mi vida esos momentos en los que la frustración con la rutina me hacía pensar en abandonar completamente la computadora y buscar algo diferente, algo que me despertara emociones reales. Para mí, ese escape siempre estuvo relacionado con la música. Tocar, crear, sentir cada nota y cada ritmo es un lenguaje emocional que me ha acompañado desde siempre. Así, inspirado por mi amigo Harun, adquirí una guitarra eléctrica con la intención de tocar algunos de mis géneros favoritos, especialmente shoegaze y grunge. Este paso práctico y físico hacia la música encendió en mí un deseo más profundo por integrar mis dos grandes pasiones: la música y la tecnología.
Ya venía experimentando con proyectos de software relacionados con música, como el desarrollo de Ratatui, una biblioteca en Rust para crear interfaces de usuario en terminales, que ha permitido la creación de aplicaciones de música y síntesis sonora en entornos muy técnicos y minimalistas. La reciente compatibilidad de Ratatui con sistemas "no_std" abrió la puerta a exploraciones en dispositivos embebidos, lo que hacía que soñar con proyectos híbridos fuera aún más tentador. Fue entonces cuando mi buen amigo David Runge, un actor importante en la escena musical berlinesa y gestor de paquetes de audio para Arch Linux, me recomendó asistir a Superbooth. Él hizo que Superbooth sonara como el lugar ideal para conectar con expertos, artistas y fabricantes que están revolucionando el mundo de la música electrónica con ideas frescas y equipos innovadores. Una feria con múltiples expositores, talleres, conciertos y espacios para el intercambio de conocimiento técnico y artístico.
La variedad y la densidad de la oferta me abrumaron desde el comienzo, con nombres legendarios y emergentes que cubrían todo el espectro del mundo musical electrónico. El viaje a Berlín ya fue en sí una aventura, que me permitió reflexionar sobre lo que me esperaba esos días. Superbooth es un evento anual en la capital alemana, reconocido por ser el punto de encuentro de fabricantes de sintetizadores, desarrolladores de tecnología musical y músicos independientes, todos reunidos en un espacio para descubrir, experimentar y compartir. El primer día fue una avalancha de impresiones. Me aventuré a recorrer stands con grandes referentes como KORG, MOOG, Ableton o FL Studio, hasta fabricantes menos conocidos y artesanales ofreciendo productos muy interesantes.
Uno de mis primeros descubrimientos fue Zlob Modular, una pequeña empresa dedicada a sintetizadores modulares y efectos. Participé en un taller DIY donde armé un módulo denominado Diode Chaos, un circuito eurorack que genera voltajes aleatorios y señales caóticas, basado en un concepto de electrónica sencillamente elegante. El proceso de ensamblaje, que me tomó alrededor de tres horas, me hizo redescubrir el placer de trabajar con hardware, algo que había dejado de lado desde mis inicios en ingeniería. A lo largo de la jornada también exploré el stand de FL Studio, el popular DAW (estación de trabajo digital de audio), donde tuve una conversación enriquecedora sobre su uso en sistemas Linux. Aunque la plataforma está desarrollada en Delphi y no cuenta con una versión nativa para Linux, la comunidad utiliza Wine para ejecutar el software con ciertas limitaciones.
Esto reveló un ecosistema tecnológico en constante adaptación y cooperación. De igual manera, SOMA ofreció una experiencia multisensorial con sus innovadores instrumentos como Soma Flux y Soma Terra. Especialmente esta última, que es un bloque de madera equipado con esferas metálicas para manipulación táctil y generación de sonidos etéreos, me impactó profundamente por su originalidad y capacidad expresiva. Mientras caminaba por la feria, el ambiente vibrante y la música en vivo me envolvían. En un momento me encontré en medio de una sesión de techno rave organizada por Mad Sound Factory, una experiencia que me conectó con las raíces contemporáneas del género y la energía cruda de la improvisación electrónica.
También exploré propuestas como Microrack, con sintetizadores fáciles de armar, y proyectos que combinan inteligencia artificial con música, como “any frequency”, un sintetizador capaz de aprender y acompañar en tiempo real cualquier melodía dada. Para mí, que toco guitarra, la zona de Beetronics se volvió un lugar especial. Sus pedales de efectos me fascinaban por su variedad y calidad sonora, aunque lamenté no poder probarlos con una guitarra en mano. De la misma manera, el stand de Chase Bliss ofreció una muestra ampliada de equipos para guitarra, permitiéndome probar incluso modelos inusuales como la Steinberger Spirit, un pequeño guitarrón para experimentar con módulos de efectos. La jornada terminó con una invitación a una fiesta sorpresa en Technoise, un sitio convertido en escenario para una velada electrónica que mezclaba actuaciones en vivo, gente apasionada y un ambiente íntimo y colaborativo.
Con artistas como Keven Onur Żłobnicki y RMM, fue una noche memorable que reforzó en mí la comunidad que vive detrás de cada uno de esos dispositivos y sonidos. El siguiente día, a pesar del cansancio acumulado, decidí aprovechar para participar en un taller con Clacktronics, una marca que se especializa en sintetizadores y módulos eurorack DIY. Allí construí un VCO (oscilador controlado por voltaje), una pieza fundamental en cualquier sintetizador. La sensación de montar desde cero el kit y escuchar luego los sonidos generados fue una toma de contacto directa con el proceso creativo y técnico que mueve este mundo. El taller terminó con una sesión donde combinamos distintos módulos para crear una atmósfera tipo acid techno, una experiencia sonora intensa que me reafirmó mi creciente pasión por el estilo.
Después de eso, dediqué el día a probar múltiples equipos y sintetizadores expuestos, incluyendo el increíble Yamaha Seqtrak, que me permitió crear ritmos y melodías fácilmente, y Body Synths, que confirmaron una vez más lo envolvente y poderoso que es el ácido para mí. A nivel visual también me sorprendió Syntonie, un sintetizador de video que proyectaba imágenes procesadas en tiempo real, una muestra más de cómo la música y la tecnología pueden fundirse en experiencias multisensoriales. Incluso tuve la suerte de toparme con reuniones improvisadas y sesiones experimentales de músicos, momentos únicos donde la creatividad se mostraba en crudo y sin filtros. El día concluyó con un concierto en un bosque cercano, donde Jessica Kert ofreció una actuación de una calidad y una emoción que me dejaron marcado. La magnitud y complejidad del escenario evidenciaron la importancia del evento en la escena musical internacional.
En el último día, aunque Superbooth había terminado, la aventura continuaba con el llamado DIY Kit Day en Klunkerkranich, una invitación a seguir sumergiéndome en la cultura del hazlo tú mismo. En la azotea de un local emblemático, se reunían entusiastas junto con vendedores y artistas. Compré y ensamblé un kit llamado Squeaking Rat, un módulo OCV con sonidos únicos y divertidos que probablemente serán la base de futuras exploraciones musicales. También adquirí un pedal fuzz llamado Fur Face para completar mi equipo personal. Un momento especial fue cuando algunas personas se acercaron para decir que seguían mis proyectos de Ratatui, una confirmación emocionante de que mi trabajo tiene eco dentro de la comunidad.
La mezcla de aprendizaje, creación, interacción humana y descubrimiento técnico me hizo sentir parte de algo mucho mayor. Más allá del equipamiento que ahora forma parte de mi arsenal, la experiencia me abrió la mente hacia nuevas ideas que quiero concretar. Inspirado por mi metodología de desarrollo basada en “talk-driven development”, donde puedo acelerar proyectos a partir de propuestas para conferencias y luego trabajar el software de forma intensiva, planeo aplicar esta misma dinámica al ámbito musical. La primera meta será un programa educativo sencillo para la guitarra, y luego posiblemente una estación de trabajo modular o incluso un entorno completo de producción musical. El viaje a Superbooth 2025 fue una inyección de creatividad, conocimiento y energía renovada.
Más allá de la tecnología y la industria, encontré una comunidad vibrante, llena de personas apasionadas, creativas y dispuestas a compartir y crecer juntas. Berlín durante esos días fue el epicentro de una revolución musical donde el límite está en la imaginación y el compromiso con el arte. Ahora, más que nunca, estoy convencido de que la música es el vehículo perfecto para expresar emociones, experimentar y conectar. Mi grado de entusiasmo y mis expectativas solo pueden crecer a partir de aquí. Invito a cualquier persona interesada, sea músico, desarrollador o simplemente curioso, a lanzarse a explorar estos mundos donde la tecnología y la música se entrelazan para crear magia.
En definitiva, Superbooth no solo fue un evento sino un punto de inflexión en mi camino personal y profesional, una experiencia transformadora que seguirá inspirándome a seguir explorando, aprendiendo y, sobre todo, creando.